Desde Taiwán nos llega esta comedia romántica que bien podría estar inspirada en aquella frase de Arturo Graf que afirma que "El amor es como el agua, si algo no lo agita, se echa a perder." Una típica historia de amor con todos los elementos clásicos del género, pero con un giro argumental final que le da bastante interés.

Y es que ya el principio nos muestra un tono pretendidamente naif y amigable, una sitcom en la que se puede prever lo que va a pasar hasta el final de la peli. Usando un tono candoroso y unos escenarios muy luminosos, asistiremos a una historia de encuentros y desencuentros donde el agua, el destino, la leyenda y, sobre todo, la adicción de muchos jóvenes orientales a la tecnología e internet.

El caso es que la protagonista, que odia decididamente a los geeks (Por cierto, un término que acuñó William Lindsay Gresham y que tiene su origen en una historia de España) y que, por una antigua leyeda, acaba terminando enamorada de uno de ellos luchando contra su propia naturaleza. Aunque la película trata de aportar el mensaje de que la belleza está en el interior, su tono invita a la superficialidad y la ligereza, diluyéndolo bastante.

No obstante, cuando creemos que el largometraje no podrá aportarnos nada que no hayamos visto, pasamos a la última media hora, dónde la comedia romántica se convierte en una especie de thriller psicótico que resulta, cuanto menos, perturbador. Es verdad que el pretendido tono ligero y, siendo justos, la historia en general, pueden restarle un poco de verosimilitud, básicamente porque no cuadra la historia con los personajes, pero como ejercicio cinéfilo y de guión resulta bastante interesante.

Para acabar, he de decir que quizá las comedias orientales tengan demasiada tendencia a buscar el humor absurdo, creando muchas veces situaciones o personajes demasiado estrambóticos que, muchas veces, resultan demasiado forzados. Y eso es una lástima porque cuando realmente dejan fluir su cine sin forzarlo, demuestran que pueden hacer cosas muy grandes. Para muestra, la última media hora. Una comedia romántica... Distinta. Bastante interesante.

Peter Pan, Naoko, la fuente de la eterna juventud, el miedo a crecer, a asumir responsabilidades, a ser adulto. Un temor antiguo como la vida misma. El tiempo nos derrota a todos segundo a segundo, y nadie se libra de esta inquietud. Y hay momentos especialmente propicios para ello. Por ejemplo la última noche de instituto, en esa etapa de transición entre lo establecido y la primera elección importante de una vida.

La película nos muestra a su protagonista, Corey, un chaval que quiere ser fotógrafo integrado en la pandilla de su pueblo y en las rutinas del mismo, y a Jonah, el clásico marginado que sufre bullying. Desde el principio se ve que hay algún tipo de relación entre ambos. Es Halloween, noche de brujas, la noche de transición de espíritus, la noche que se abre la puerta. Samhein. Y pronto descubriremos que, en el pasado, Jonah y Corey eran amigos. Lo sabremos porque esa noche, Jonah convence a Corey para retrotraerse a un juego infantil que hacían en Halloween. Con fantasía, aventuras y muchas historias de terror.

Decía Nietzsche que "La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño." Y a través del juego que conduce Jonah, Corey reflexionará en estos momentos de transición sobre quién es, qué quiere de la vida, los peligros, los sueños rotos y los miedos reales en contraposición a los imaginarios. Pronto evoluciona de ser un puro producto de cine adolescente a algo más. Sin llegar a definirse entre thriller psicológico o fantasía adolescente, crece a medida que pasan los minutos, como una metáfora de la vida de sus protagonistas, hasta entremezclar lo real y lo imaginario la noche de transición.

Muchas cosas a destacar. Entre otras: la inteligencia que demuestra un guión bastante sobrio en palabras, pero maravillosamente rico en matices; el ambiente y la iluminación nocturnas, con los logrados juegos de sombras y luces y un apartado técnico y sonoro bastante adecuado a la historia (la escena del requiem de los muertos es fantástica en este aspecto); y quizá esto sea una simple apreciación personal, pero el aire retro de los noventa está estupendamente conseguido.

Quizá le falten algunas cosas, sobre todo la aparición de personajes femeninos, más y más verosímiles y con más peso en la historia. Tampoco el epílogo aporta demasiado al desarrollo pero en líneas generales cumple muy bien lo que pretende. Un triunfo para un cineasta que, a diferencia de sus personajes, no parece tener miedo a crecer, aunque sea como artista.

Al acabar la cinta uno se queda un poco helado, pero en absoluto frío, después de asistir a otra propuesta de pura esencia nórdica, dónde quizá para algunos haya demasiada poca acción y, en cambio, demasiada sugerencia. Con un ritmo lento, metódico, cansino, Hafsteinn Gunnar Sigurðsson esboza un retrato que empieza como un drama sin aspiraciones y termina siendo una comedia de cine negro magistralmente ejecutada.

Y es que, en la hora y media que apenas dura, la cinta contiene grandes matices, que dan lugar a la reflexión y a la aspiración. Con dos historias prácticamente cruzadas, un divorcio y una disputa vecinal, Sigurðsson toca muchos, muchos puntos, desde el dolor de la pérdida, hasta el individualismo más egoísta. Desde la inseguridad vital hasta el amor en los tiempos contemporáneos. Desde la educación a la violencia de género. Todo tiene sus matices dentro de la separación de Agnes y Atli, con la siempre difícil situación en la que queda su hija. Pero también en la disputa de los padres de él con sus vecinos por un asunto que empieza siendo de pura territorialidad y, quizá por orgullo, quizá por entropía, degenerará hasta límites insospechados.

Lo mejor de la película es la construcción de todos sus personajes, lo que callan en vez de lo que dicen, lo que dejan de hacer. Especialmente brillantes resultan las interpretaciones de Steinþórsson, que resulta hostigador y agresivo sin ser nunca violento ni histriónico, y de Lára Jóhanna Jónsdóttir, que muestra los grados de frialdad y desprecio acordes al propio paisaje. No obstante, probablemente la disputa vecinal resulte más interesante de cara al espectador que la conyugal. Y es que la discusión de dos parejas de vecinos por la sombra que da el árbol de uno de ellos, situación que da el título a la película, resultará, a la larga, el detonante argumental.

En medio de todo esto, hay que comprender también que la familia, tanto los padres que protegen el árbol, como el Atli que se retrotrae al pasado, están superando el suicidio del hijo y hermano respectivamente, llevando cada uno de ellos su dolor por un camino distinto.

La tradición nórdica cinéfila, en la que el cine se realiza sin demasiado artificio estético, buscando el impacto en el espectador, muy influenciado por el sentir de sus personajes, un cine maduro, adulto, inteligente, realista. En la pura tradición, Under the tree nos ofrece una propuesta bella, reflexiva, melancólica y que nos mantendrá pegados a la pantalla. Muy recomendable.

Aristóteles, la estructura narrativa, introducción, nudo, desenlace, actos claros, escenas estructuradas, calidad literaria, la fórmula de miles de años de antigüedad. Pamplinas. ¿Qué sería de nosotros sin el buen cine tramposo? ¿Quién puede no admirar la calidad de Nolan? ¿Quién no se rinde a la originalidad de David Lynch? Las películas que se salen del patrón establecido tienen un hueco en nuestra memoria y en nuestros corazones cinéfilos. Veneramos el arte cuando nos emociona y nos entretiene, sí, pero cuando además nos atrapa y nos hace reflexionar nos conquista de forma inenarrable.

Si uno sigue los cánones actuales, parece que el séptimo arte hace gala de ser, en palabras, de Shakespeare, un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, sin ningún significado. Acción, efectos especiales, un buen plan de marketing, chico-conoce-chica, final feliz, y a vivir. Por eso uno puede emocionarse aun más al encontrar una joya como esta The Great Hypnotist.

Y es que desde el primer momento está claro que estamos ante una película diferente. El espectador tiene claro que están jugando con él. Como si fuese un truco de magia, cogemos la carta e intentamos captar lo que se escapa por el rabillo del ojo. Consultas, contraconsultas, entrevistas, sesiones, imágenes recurrentes, escenas sorprendentes, un batiburrillo encuadrado en una iluminación de color verdoso que a esta cinta le viene como anillo al dedo.

Tendremos que estar pendientes del tete a tete entre los dos personajes principales. De lo que dicen, pero también de lo que callan. De lo que hacen, pero también de lo que insinúan. Del ambiente, del movimiento, de cada pequeño detalle que parezca nimio. Porque en esta película todo está calculado para llegar a la apoteósis final. (Acabo en spoiler)

¿Cómo funciona una mente deteriorada? El cerebro es el gran enigma del cuerpo humano. La conciencia, la existencia y la memoria se funden en una máquina maravillosa cuyas capacidades apenas atinamos a divisar. Películas como Memento o Tale 52 han explorado en lenguaje cinéfilo los recovecos de una cabeza que no funciona a plenos rendimiento. Y ahora le ha llegado el turno al cine surcoreano cono este Memoir of a Murderer.

Obviamente, lo primero que llama la atención es su semejanza con el título de la famosa Memories of Murder, pero más allá de algunos guiños a su maravillosa predecesora, no tiene nada que ver con ella. La película explora como un antiguo asesino en serie que sufre de alzheimer trata de dar caza a otro, combatiendo al mismo tiempo contra su enfermedad.

Las narrativas no líneales siempre son complejas de llevar a la práctica, pudiendo ser un gran éxito o un rótundo fracaso. En este caso, las pinceladas de la vida del protagonista, así como las distintas secuencias entre las que se perderá, no hacen más que acrecentar la construcción de un personaje, ese psicópata triste y castigador que lleva de forma magnífica Kyoung-gu Sul. El ambiente lóbrego y poco cargado del pueblo impulsa de un modo la propia oscuridad de la película.

Nam-gil Kim, el antagonista, aparece en cambio algo más forzado en su interpretación. Y entre ambos, como nexo de unión, Seol-Hyun Kim aporta poco más que su bello rostro a la construcción de la historia. Pero en cualquier caso ambos son personajes secundarios en el drama que se monta en la cabeza del antihéroe, en el que distinguir realidad o ficción o recordar sus acciones pasadas son las batallas de cada día.

A medida que vayamos descubriendo acontecimientos, la historia irá ganando en matices y volviéndose exquisitamente enrevesada. No obstante, y he aquí el gran problema, es que todo lo que construye en su primera hora y media se viene un poco abajo en el momento del climax. Un poco al estilo de Five Minutes in Heaven, querer meter una confrontación muy directa en un film que presumen más bien de ser inteligente y reflexivo desvirtúa un poco el sentido del relato, convirtiendo la apoteósis final en un pequeño desengaño para el espectador atento.

Aún así, la resolución no es óbice para que disfrutemos de otra gran obra (suma y sigue) del cine surcoreano, que sigue creciendo a pasos agigantados, sin grandes aspavientos, pero con una calidad y una profundidad envidiables. Muy recomendable.