En un futuro impreciso (y la imprecisión aumenta al final del filme) está por ponerse a prueba un nuevo juego (que calificaremos como de realidad virtual, aun sin saber si es aplicable tal término). El mismo, eXistenZ, es obra de una renombrada creadora de juegos, Allegra Geller (Jennifer Jason Laigh), quien ha venido en persona viene a presentarlo y a participar de la prueba junto con varias personas del público escogidas al azar. Todo bien, hasta que, iniciada ya la prueba, alguien en el público dispara contra Allegra, quien huye llevándose el eXistenZ y en compañía de alguien que no es exactamente un guardaespaldas, pero que se obligado a cumplir una función similar, Ted Pikul (Jude Law). Posteriormente descubrirán, para su enorme asombro, que el arma usada contra Allegra está hecha de hueso y dispara dientes.

Temiendo que ése, el único ejemplar de eXistenZ haya quedado dañada, Allegra insiste en probarlo, para lo cual no puede figurar ella como única jugadora: necesita de al menos alguien más, y convence a Ted para que sea el otro participante. Luego de varias extrañas peripecias, consiguen al fin entrar en la extraña realidad de eXistenZ, en la que, entre otros elementos perturbadores, aparecerá la misma singular arma que se usó contra Allegra.

¿En qué momento están jugando y en qué momento han salido del juego? Es difícil saberlo, porque la acción del juego gira, precisamente, en torno a los juegos, y dentro de su trama se conectan también para jugar; por lo que el constante misterio y la sorpresa -que permanece hasta el final- son los mejores ingredientes del filme.

Y seré franco: comulgo por completo con la ideología anti-juego de este filme. No estaría mal jugar de tanto en tanto, pero no así, hasta el punto de quedar idiotizado. Claro que soy uno entre un millón...

Will (James Franco) es un investigador que busca una cura para el Mal de Alzheimer, en gran medida porque su padre lo padece, pero sus investigaciones cesan a la fuerza cuando una chimpancé en la que experimenta tiene un arrebato agresivo atribuido, erróneamente, a ese medicamento experimental: en realidad defendía a su cría recién nacida, cuya existencia se ignoraba. Cuando el director del hospital ordena acabar con los chimpancés en los que se ha experimentado, Will salva la vida de esa cría llevándola a vivir con él y con su padre. César, como es llamado el pequeño chimpancé, vive en ese hogar como un miembro más de la familia; no obstante, sigue siendo un chimpancé, con su propia memoria genética de lo lícito y lo ilícito, y cuando defienda al padre de Will de una agresión bastante ruin y prepotente, es separado a la fuerza por considerárselo violento, y enviado a un hogar para primates. Allí será donde experimente la brutalidad humana en toda su dimensión.

Obviamente sabemos más o menos cómo termina la historia, porque si hubo un "origen del planeta de los simios" es porque, como en cumplimiento de la profecía que asegura que los mansos heredarán la tierra, en el celuloide el planeta pasó a ser de los simios. Y francamente... Me alegró mucho, me alegró asistir, al menos en la ficción, al inicio de la ruina de nuestra prepotente especie, de que el César llegara a reclamar lo que corresponde a todos nuestros hermanos animales: respeto, dignidad, justicia también para ellos. Así que le perdono a la película algunas exageraciones que se toma y le asigno el máximo puntaje. Además, francamente, después de ver en la pantalla rotundas estupideces dignas de dibujos animados chistosos, como el Batimóvil saltando de techo en techo en BATMAN INICIA o el celular sonando en el interior del estómago del tiranosaurio en JURASSIC PARK 3, casi cualquier otra cosa, por absurda que sea, parece perfectamente normal. He dicho.

Me veo obligado a inclinar tímidamente la cabeza y esconder mi vergüenza en el lugar más recóndito que encuentre, quizás hasta de usarla de supositorio, ante los vituperios y silbatinas que pudiera desatar esta crítica, habida cuenta que ayer escribí la de LA NARANJA MECÁNICA y le asigné un punto más que a ésta. Desde ese punto de vista el ataque estaría justificado, porque esta PLAGA ZOMBIE...nada tiene que ver con las que han quedado inmortalizadas como soberbias joyas del séptimo arte. Esto es el más loco y extravagante cine bizarro (en estricto castellano el término es inadecuado, pero así se lo conoce, de manera que continuemos usando el dichoso vocablo), carente de pretensiones serias (¡el colmo sería que las tuviera!) y sin otra intención que la de entretener. Si lo vemos desde esta perspectiva, esta película está bien hecha, pues entretiene aunque más no sea a título de rareza, por mera curiosidad.

El argumento es delirante, desgolletado; las actuaciones, deliberadamente exageradas. La comedia absurda coexiste con el terror, la acción y, Dios mío, ¡el musical! Si lo pienso mucho, llegaré a la deplorable conclusión de que defiendo esta película nada más porque los zombies me devoraron los sesos. Sí, suena a cosa de descerebrado, lo admito abochornado. Pero el caso es que los muchachos de Farsa Producciones, autores de este despropósito (los que, aseguro, no me pagan para que los defienda aquí) evidentemente se divirtieron como locos haciendo esta payasada, y su entusiasmo, señoras y señores, es mortalmente contagioso para el espectador.

Pero, pensándolo bien, no soy yo ni la gente de Farsa Producciones quienes debemos avergonzarnos: los grandes cineastas de Hollywood deben hacerlo. Es inconcebible, inadmisible, que una película como ésta, con efectos especiales caseros (supongo), oriunda de un país tercermundista, con un argumento que parece generado tras un abuso de alcohol y sin el menor viso de seriedad, contenga escenas aisladas dignas de apabullar a cualquier multilaureado director; caso de algunas en las que se ve a los protagonistas deambular por la ciudad desierta, ciertas secuencias de lucha y los momentos en que los zombis completan su metamorfosis revelando su apariencia extraterrestre final.

Y el principal tema musical de la película, PLAGA ZOMBIE, se me hizo pegadizo y no puedo dejar de tararearlo a cada rato, maldita sea.

En un futuro impreciso, el adolescente Alex DeLarge y sus drugos ("amigos", en nadsat, la jerga adolescente en uso en ese tiempo y lugar) se entregan a la violencia por simple diversión. Pero bien se dice que "el que las hace, las paga": Alex es traicionado por sus amigos, lo capturan y va a la cárcel. Sometido a un dudoso tratamiento de rehabilitación, queda imposibilitado de dar libre rienda a su violencia. Entonces se demostrará que buena parte de los ciudadanos supuestamente decentes poseen una calculada malevolencia que los hace aun peores que Alex, cuya siniestra agresividad al menos se aproxima a la instintiva e irracional conducta del gato que se divierte jugueteando con su presa.

Este sería, en síntesis, el argumento de esta película. Analicemos sus muchos méritos. En primer lugar, su banda sonora, que incluye composiciones de Beethoven, Rossini y Elgar; aunque señalemos que el archifamoso tema de apertura, atribuido a Wendy Carlos, en realidad es una versión electrónica de la introducción de la Música para el Funeral de la Reina Mary, de Sir Henry Purcell, y no admitirlo suena a plagio. Luego, la singular estética visual, con cámaras deteniéndose a menudo en detalles decorativos o artísticos. Por supuesto, la genial interpretación de Malcolm McDowell en el rol de Alex. Y no estará de más agradecer que la adaptación haya hecho menos agobiante el relato que Alex hacía de sus desventuras en el libro, plagado de terminología nadsat: en el filme la hay, pero minimizada.

Pero confieso que he vacilado mucho antes de asignarle un puntaje definitivo a esta película, oscilando entre un 9 o un 10, lo cual, pienso, sería lo de menos. Yo no comulgo con los excesos de violencia en pantalla, pero por mucho escándalo que se haya hecho en su tiempo con esta película al respecto, me parece que es puro aspaviento; no es ése el problema. Lo que me exaspera, y debo admitir que no es culpa del filme sino del público, es que se filosofe hasta por los codos acerca de cómo esta película "hace abrir la mente", lo cual me parece más una sentencia de intelectualoides que una realidad. De ser cierta tal apertura mental, creo que ello se traduciría en otro tipo de conducta por parte de quienes tanto reclaman ese mérito para LA NARANJA MECÁNICA. Lo cierto es que quienes más peroran al respecto muchas veces están temiblemente cerca de la espeluznante fauna que rodea a Alex, así que tal perorata no pasa de ser precisamente eso. Y fatiga lo suficiente para ser determinante al asignar un puntaje quizás no del todo justo.

Esta película tiene en común con CARRIE, no sólo el hecho de que ambas pretenden ser (dudo que lo sean) películas de terror, sino además una trama que gira en torno al cada vez más tristemente célebre acoso escolar. Si queremos encontrar una tercera coincidencia, es ésta: ninguna de las dos asusta. Porque me importa un rábano la fama de Brian de Palma (y en realidad no es culpa suya): Carrie White nunca me pareció más que una pobre chica que aguantaba hasta que una gota desbordaba el vaso y descargaba su largamente reprimida ira contra sus verdugos, seguramente exagerando la venganza, pero sin que se pudiera hablar de víctimas inocentes. Las víctimas eran unos hijos de puta que habían jugado con fuego y terminaron carbonizados.

THE FINAL es mucho menos interesante, en principio, que CARRIE, sobre todo porque el rostro de Sissy Spacek, de extraña belleza, al menos creaba cierto suspenso, produciendo la sensación de que algo terrible y amargo iba a ocurrir. En THE FINAL los acosados son un grupo de adolescentes. Su venganza, a diferencia de la de Carrie White (que ocupaba sólo unos pocos minutos de celuloide) se extiende a lo largo de buena parte de la película, y es planeada, premeditada, alevosa y sobre todo muy, muy sádica. En consecuencia, al menos no dejan con la congoja de Carrie, que era en todo momento una víctima, una chica que quería ser buena pero a la que no le dejaban serlo. Pero a la vez termina resultando indiferente lo que les ocurra, porque, como malos, son tan desagradables como sus ahora impotentes acosadores.

Se supone que la película se basó en un hecho real. Pronto dirán lo mismo de SUPERMAN. Honestamente, y más allá de que Hollywood siempre dice basarse en hechos reales, hay aun detalle que hace muy increíble tal afirmación: Carrie estaba sola, no tenía en quien apoyarse. Pero siendo varios los acosados, podrían apoyarse unos en otros y resistir al enemigo en común de una forma menos sangrienta y morbosa, al menos si se trata de chicos buenos. Por otra parte, el propio Stephen King lo entendió así al escribir IT, otra historia que giraba sobre la misma temática, pero con un desenlace mucho más feliz (¡menos mal! Ya tuve demasiado con CARRIE). No es creíble que tantos muchachos y chicas se vuelvan monstruos tan temibles por el sólo hecho de haber sufrido a manos de otros, a menos que ya tuvieran cierto germen de maldad. Habrían hallado juntos otra manera de afrontar su problema.

Pero lo que ocurre era que el problema no era el acoso escolar, sino otro de índole muy distinta: se suponía que ésta iba a ser una película de terror, y si las víctimas hallaban otra salida menos violenta, adiós película de terror. Una sugerencia: la próxima vez, dejen que los personajes encuentren una salida menos violenta. Total, sigue sin ser una película de terror. Es sólo una película sádica. No es lo mismo