La película tiene todos los ingredientes para ser buena: la idea del guión, el manejo de la tensión, los recovecos no imaginados, la música, el actor de primer línea (aunque sea casi un desconocido). Pero tiene un problema y es que pareciera que ya tiene segunda parte, o fue hecha pensando en la segunda parte más que en la primera. En efecto, a lo largo de la película van quedando asuntos sueltos innecesariamente, que no hubiera ocurrido en un guión bien terminado y ajustado. Escenas que dan la impresión de quedar en obra negra.

En los últimos minutos el espectador descubre la trama oculta: dejar inconclusa la obra para hacer la segunda parte. Lástima, porque las buenas secuelas no provienen de historias inconclusas sino de aspectos no explorados en la primera parte, como lo enseña con lujos de detalle sagas eternas como las de James Bond, para no hablar de el monstruo de las sagas, El Padrino.

Poco por agregar, pero vale la pena insistir en la versatilidad de Jackie Coogan, el chico. Es increíble que a los seis años muestre tanta capacidad actoral. Más aun cuando se sabe que por el perfeccionismo de Chaplin cada escena debía ser repetida muchas veces. Si se trata de mostrar cólera o dolor, las repeticiones pueden ayudar. Pero si se trata de ternura, como es el caso, se corre el riesgo de acabar con la paciencia del actor.

El nobel colombiano Gabriel García Márquez dijo que le impactaba sobremanera que en China, en Japón, en muchos lugares de Europa, encontraba lectores que le decían en referencia al pueblo donde transcurre Cien años de soledad: "Macondo es mi pueblo".

Pues esta hermosa película muestra que macondo queda en todas partes, pues historias como la del campesino que ara la carretera o la procesión para acompañar a un difunto que todos o nadie conoce, solo ocurren en Macondo, mejor dicho, en cualquier parte del mundo.

A pesar de pertenecer a una especie de prehistoria del cine colombiano, el medio-metraje se deja ver y hace gozar al escéptico espectador nacional. Bien podría servir de ejemplo para que alguno de los actuales directores retomara la idea para ridiculizar esa otra especie de porno-cine en que se ha convertido la filmografía sobre la mafia. Es un producto nuevo de exportación que explota, de manera mediocre una tragedia. Mientras que aparece el Puzzo colombiano y su director cinematográfico, que alguien haga la secuela de Agarrando pueblo agarrando narcos.

Aunque filmado en el último año del siglo pasado, vale la pena ver este documental. Es un buen homenaje al recientemente fallecido Eduardo Galeano. Viéndola se entiende porqué entre los círculos "cultos" la muerte de Galeano apenas sí mereció comentarios mordaces y desobligantes, pues el guión de la película está basado en el libro del mismo nombre del Uruguayo.

Es un documental para no perder de vista los hitos de la historia de América Latina. A cada momento dedica pocos minutos pero se tiene una bien estructurada guía para contar la historia.