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Críticas de Rubén Sánchez Díaz
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Críticas 51
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
17 de enero de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre conversaciones y recuerdos, se escapa alguna mágica lágrima de nostalgia que abraza a aquel niño que creció con los libros y las películas —esperando pacientemente uno, dos o hasta tres años por el siguiente fascículo— de ese fascinante mundo mágico que a tantos nos emocionó, y que hasta nos salvó, en unos u otros momentos de nuestra evolución de la infancia a la madurez. Y, por eso, afirmas con ternura: qué afortunados fuimos por poder crecer en esa pequeña pero inmensa franja de 10 años.
Rubén Sánchez Díaz
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10
17 de noviembre de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película refleja cómo nuestra mente infantil juega con la variación de los elementos que conoce para crear universos infinitos, con ilimitadas posibilidades, en los que el proceso de elegir es una decisión continuamente pospuesta, como casi todo en nuestros primeros años de vida.

Se nos representa una evasión, la de la infancia, totalmente abstraída del funcionamiento del mundo real, o adulto —donde las decisiones tienen consecuencias—, y absolutamente inmersa (abundan las continuas referencias al agua) en el mundo de la imaginación, donde solo existen los posibles futuros que podamos construir. Un auténtico juego de aventura y azar, de novedades continuas, de decisiones —desde la más banal a la más dramática— en el que todo importa a un nivel muy intenso. El puzzle de escenas y la dificultad técnica que conlleva el montaje de esta obra cinematográfica es bastante semejante a los procesos de la mente a la hora de imaginar (entremezclada, caótica, impulsiva...) y, en parte, por ello, no nos cuesta entender esos saltos tan radicales. Por eso, y porque la película esta perfectamente narrada, en lo visual y en lo literal, de manera que toda historia, tenga la profundidad que tenga, encaja en un hueco concreto y con una unión coherente con respecto al resto. Este mundo nos es perfectamente conocido, hemos vivido 12 años en él, y por eso nos resultan tan familiares los mecanismos narrativos de este filme, pues contemplan una necesidad básica del ser humano, la de la abstracción, que durante nuestra primera etapa de crecimiento es casi nuestra única manera de vivir.

Si piensas todas las realidades de una decisión, jamás tendrás que elegir; imaginar es lo más parecido a vivir múltiples vidas. Para mí, esta es la premisa básica de Van Dormael para trasladar ese estado mental de la infancia a la historia que se nos cuenta. Para ello, el director belga utiliza herramientas narrativas muy poderosas, aunque, eso sí, con alguna trampa. El más destacable y poderoso de los elementos es el uso de personajes ficticios e historias no necesariamente verídicas —que no reales— para representar tanto a los personajes reales como sus pensamientos, sus frustraciones, sus preocupaciones y su evolución. La imaginación es lo que nos permite salir de los problemas o, al menos, apartarlos por un momento para no ahogarnos en él, y creo que es la más potente de las ideas reflejadas en esta película, de una manera sublime y bellísima, empatizando con cada una de las historias que salen de cada toma crucial de decisiones.

Otro tema importante de esta película es la realidad. ¿Qué es real? ¿Es real algo con tan solo pensarlo en nuestra mente? ¿Qué no es real? O, más bien, ¿cuándo deja de serlo? Todas estas preguntas son desarrolladas de manera directa o indirecta por los protagonistas y, de manera implícita, nos son cuestionadas, casi como apuntándonos con ese dedo que guía a Nemo al final del largometraje. Continuamente nos preguntaremos “¿es esta la trama «real»?”, “¿es este el Nemo «auténtico»?”, o incluso “¿es esto «posible»?”. Posible o imposible, auténtico o alternativo, real o ficticio, son adjetivos que no son catalogables para lo que sucede en la imaginación y solo a través del desarrollo y reflexión de las acciones —y consecuencias— de las posibles vidas de Mr. Nobody podremos encontrar una explicación. Y ahí esta la trampa, en el anciano Mr. Nobody. Aunque no nos importa, es un trampa necesaria y muy bien ejecutada.

Algunos detalles que también me han parecido interesantes han sido la recurrencia temática y visual de elementos como la máquina de escribir —a la hora de explicar metanarrativamente y dirigiéndose a la audiencia el proceso creativo, muy en relación con la imaginación— la imagen simbólica de la hoja cada vez que se habla de la muerte o de un posible final, o, quizás el más obvio, el de la mariposa para reflejar que se acerca un momento «efecto mariposa». Por supuesto, uno de los más importantes, y donde se nos desvela toda la trama a partir de la escena de la decisión más definitiva de toda la película, es la aparición de muchos elementos que ya hemos conocido a lo largo de la película en las «posibles vidas» y que, al fin, encontramos origen y razón de ser, al igual que la mente infantil juega con los elementos ya conocidos y los tergiversa para crear posibilidades infinitas, aquí se le da la vuelta a ese concepto para atraparnos en las distintas historias que se enlazan.

Aunque esta película pueda quedar sepultada bajo la intensidad del amor adolescente que se desarrolla en parte de su metraje —aunque tan solo es una de las posibles vidas— posee muchos otros puntos de vista interesantes que, sin desprenderse de la belleza y dramatismo de esa sección, pueden dar un valor muy superior a esta pieza, escrita por el propio director de manera certera y precisa y con cierta reiteración de recursos que no hacen más que mostrar la importancia que para Van Dormael tienen algunas ideas y esquemas narrativos, lo cual para mí tiene más que ver con lo que antes comentaba acerca de que esta película tiene un pilar fundamental en el tratamiento de la imaginación en relación con el proceso creativo y en cómo este segundo debe dominar a la primera para poder llegar a buen puerto en cualquier proceso artístico.

Una película compleja, con inmensidad de posibles interpretaciones, pero llena de momentos bellos y perspicaces que te llevan a la emoción y a la reflexión. Por poner una comparación con una de mis películas favoritas: si Synecdoche, New York (2008, Charlie Kaufman) reflexiona acerca de la toma de decisiones, de la carga de las consecuencias, del paso del tiempo y de la madurez; Las vidas posibles de Mr. Nobody (2009, Jaco Van Dormael) habla de todo lo contrario, de posponer las decisiones, de la abstracción de las consecuencias, de detener el tiempo, de la infancia. Y esta relación es maravillosamente poética, artísticamente pura y afortunadamente complementaria gracias al poder del cine.
Rubén Sánchez Díaz
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9
12 de junio de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta hiperrealista sátira con tintes posmodernos y que, a mi parecer, bebe de recientes obras como La Gran Belleza —me recuerda a los más notables momentos de esta, pero con mayor acierto, para mi gusto, la de Östlund—, no deja de lado su crítica social en la que se retrata a una sociedad que en su vanidosa búsqueda de un arte que todo lo abarque, deja de lado aspectos fundamentales, abandonando y discriminando a parte de esta.

Östlund se divierte jugando con los personajes y no tanto con el espectador, que admira surrealistas, hilarantes y, en ocasiones, profundas escenas en las que se dejan entrever interesantísimas reflexiones y poderosas ideas que, sin duda, calan y van engranando una con otra a medida que el film avanza. Nos regala momentos divertidos, con un humor peculiar, a veces quizás demasiado banal, otras, exquisitamente ácido, pero también nos gotea de imágenes duras acordes a esas ideas que nuestro protagonista va desgranando.

Me quedo con la escena de la performance, sin ninguna duda, —aunque el otro simio de la película te saca una carcajada con su interpretación— la más potente e inmersiva de todas las escenas en las que se mezcla todo lo que esta pieza retrata: arte, sociedad y evolución de ambas.

Una película interesante que, si aprecias el estilo de Cannes, no te dejará indiferente. Se disfruta con un metraje largo pero bien montado.
Rubén Sánchez Díaz
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10
24 de abril de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como toda adaptación al cine de una obra narrativa, la complejidad a la hora de transmitir lo que unas precisas descripciones pensadas, analizadas y reescritas quieren decir dificulta la ejecución. Hasta para la persona cuya mente ha creado literariamente la obra, sería un trabajo arduo, pues el cine es otro lenguaje, en el que hay límites, cosa que las palabras no. Es de agradecer el trabajo de Ramsay al respecto.

Y es por ello que no sorprende que esta adaptación prescinda, casi por completo, de diálogos o intervenciones habladas; o que se utilice esa técnica de montaje extremadamente agresiva —acorde a la historia que aquí se nos cuenta— poco convencional y, en ocasiones, anticinematográfica —no creo que sea casualidad—; o que la música —excelentes composiciones del gran Jonny Greenwood—, a menudo, tome mayor protagonismo para expresar la emoción que los propios rostros de los personajes —aunque lo de Phoenix vuelve a ser un escándalo— que, en situaciones concretas se nos niegan al plano, o que incluso pase a ser diegética y pretenda parecer un sonido que sucede dentro de la historia. Sin duda, todos estos mecanismos juegan un papel importante, igual que el de la constante música anempática en situaciones terribles en lo explícito de la violencia, acompañada de esa edición de montaje en la que no se nos quiere hacer partícipes de lo que está pasando —como si nos protegieran, como si fuéramos un inocente ser atrapado solo capaz de observar...—, igual de importante que las interpretaciones comedidas y, por ello, perfectamente cohesionadas con la historia que se ayuda de ese juego constantemente a la tensión-relajación que mantiene a la atención expectante.

Sin duda este filme va de la mente, del terror que nos podemos provocar con ella, de su infinito poder imaginativo y de su complejidad extrema y única en cada ser. Va del daño y del dolor, de las cicatrices visibles y las invisibles, del poder de la empatía y, por encima de todo, de las falsas apariencias; porque podemos retratar a una persona bondadosa como la más enajenada y atormentada, al igual que podemos ocultar los peores y más oscuros horrores en aparentes rostros de normalidad y vidas de pulcra opulencia. Es cuestión de perspectiva y de poder de manipulación.

Una obra redonda, ocurrente y fresca, que te dejará tocado y reflexivo ante lo que acabas de ver... Si es que realmente has estado allí para verlo...
Rubén Sánchez Díaz
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10
28 de enero de 2020
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A los seres humanos nos apasiona que nos cuenten todo tipo historias, pero lo que realmente diferencia una historia que nos fascina de una que nos aborrece, muchas veces, se esconde en pequeños detalles, como, por ejemplo, la manera en que esa historia nos es contada. En este aspecto, la novela y el cuento han evolucionado a lo largo del tiempo para procurarnos hazañas más atractivas, más sorprendentes y cada vez más inmersivas, variando las técnicas narrativas para potenciar esos factores adecuándose a la historia a desarrollar que son los que hacen que una obra tenga repercusión.

Cuando apareció el cine, un nuevo elementó se ponía al servicio de la narración. Este elemento tan maravilloso fue la imagen en movimiento, que ofrecía la posibilidad de contar algo sin necesidad de hacerlo mediante la palabra explícita —leída o escuchada—, lo cual generaba una similitud mucho más auténtica con la realidad de cara al espectador, ya que la audiencia veía con sus ojos exactamente al gusto del cineasta —igual que lo hacía en la vida real, añadiendo una dimensión más a la hora de experimentar con nuestros sentidos— y recibía información gracias a esa técnica. No se trataba de un puro ejercicio artístico o virtuosístico en el que una serie de planos se sucedieran sin orden, sino que, realmente, la imagen en movimiento servía como un elemento tan valioso como el resto para desarrollar la acción, describiendo escenarios, acciones, expresiones o incluso sentimientos, pudiendo desvelar u ocultar, a placer del artista de la obra, para generar tensión o relajación, describir sin palabras, narrar sin narrador, expresar sin actuaciones, en definitiva, haciendo arte con la cámara. Sin duda hay algo especial en esas películas que utilizan este recurso para añadir calidad a la manera de contarnos una historia, y 1917 es un claro ejemplo de ello.

La película antibélica de Sam Mendes nace de una preciosa casualidad. El abuelo del director, combatiente en la Primera Guerra Mundial, le contó una aventura que tuvo lugar en pleno campo de batalla de la zona francesa. Le relató una misión acerca de unos compañeros de bando en plena guerra de trincheras, cara a cara, con los alemanes. Me imagino a un atento Sam Mendes escuchando a su abuelo absorto por la historia que estaba escuchando e imaginándose cómo poder llevar esa historia a todo el mundo con la ayuda de su arte y herramienta favorita, el cine. Sin duda, Mendes se sintió protagonista de esa hazaña y así nos lo quiso transmitir en la película mediante una increíble obra técnica de dimensiones pocas veces alcanzadas en el cine —solo recuerdo algo semejante con Birdman de Iñarritu, y ni siquiera se puede comparar en cuanto complejidad técnica—.

Para conseguir hacernos sentir protagonistas, Mendes opta por simular un plano secuencia que comienza con una primera escena en la calma y que no finaliza hasta que la historia termina de manera similar y simétrica, después de habernos hecho vivir de primera manos una infinidad de intrahistorias bélicas. Es evidente que es una simulación, pero no porque se note —apenas hay momentos en los que observes un zoom hacia un objeto en primer plano o un cambio de cámara brusco—, si no porque es imposible que se pueda realizar de esa manera; pero este detalle —y os animo a que indaguéis en cómo se ha realizado la grabación, hasta el punto de depender de que solo se pudiera rodar con climatología nublada, para comprobar la dificultad y el tremendo esfuerzo y trabajo del equipo que lo ha llevado a cabo— hace que la película sea aún más grandiosa. (sigue en Zona spoiler)

No solo es un ejemplo de obra técnicamente perfecta, sino que, además, es un ejemplo redondo de guion clásico, pues posee todos los elementos tradicionales: simetría, enigma, preámbulo, introducción, nudo, desenlace, epílogo, clímax, anticlímax y contrarreloj —considerando que toda la película es una contrarreloj, además, se nos van añadiendo sucesivos momentos de tensión en las que el tiempo limitado es clave—. Siendo una historia nada fuera de lo común, está tan bien llevada a cabo que no cabe crítica negativa alguna. Es un 10 rotundo y creo que se llevará el Oscar a la mejor película, entre otras cosas por su canonicidad. Es una experiencia visual que merece ser vista y premiada. Una ilusión perfecta que te hace vivir una historia ajena, lo que siempre ha anhelado el cine y para lo que este fue creado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Rubén Sánchez Díaz
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