Signo de nuestros tiempos, el declarado conservador y antifascista Herman J. Mankiewicz ha sido simplificado para encajar en el maniqueo ideario dominante, que no puede concebir a un conservador antifascista: su apoyo a Frank Merriam en las elecciones a gobernador de California se ha trasladado al "socialista" Upton Sinclair, y se le adjudica un empeño por frenar los tendenciosos noticiarios contra éste de la MGM que es pura ficción. La película es pues un panegírico a un falso Mankiewicz, en la que los papeles del héroe y de los villanos están demasiado subrayados, y en la que los diálogos de tan ingeniosos resultan cargantes.

Es la película más tonta desde Animales nocturnos. Curiosa al principio, con una casa ideal en la que la guapísima Haley Bennett ejerce de esposa perfecta de un joven muy adinerado y una idea argumental, la compulsión de tragarse cosas, que no se sabe por dónde va a tirar; pero luego sale un absurdo refugiado sirio y, cuando se quiere dar sentido a todo, la película se despeña porque el mensaje en la línea del empoderamiento femenino se mete con calzador. Sólo la he terminado porque la belleza de la Bennett es hipnótica.

La historia —sin ser original, porque ya está todo visto— daba para un buen "survival" de terror: un naufragio en una isla desierta en circunstancias que se van revelando más y más ominosas... Pero lo que requería un gran esfuerzo (en el guion y en la actuación) de verosimilitud se ha hecho con el piloto automático, hay un desfase entre lo que nos cuentan y lo que vemos, falta la tensión que cabría suponerle a una situación tan dramática (si acaso se salvan un par de escenas nada más); y el clímax falla también, más que por previsible por lo poco trabajado que está, es como si lo hubieran concebido con apresuramiento, buscando cumplir un trámite. Una vez más no ha faltado dinero, sino talento.

Eastwood no estuvo a la altura del maestro, los personajes que interpretó para Sergio Leone se autoparodiaban (esas miradas penetrantes…), con lo cual se distanciaban de esa idea perversa de que el bueno sea el que dispara más rápido. “Sin perdón”, en cambio, se toma demasiado en serio a sí misma, y le aflora el carácter onanista: satisface nuestras fantasías de una justicia más allá de la ley, y fascistoide: la ley está representada por gente corrupta o ineficaz, y eso dota de legitimidad moral a la intervención del hombre de acción que resuelve los problemas por la vía rápida. Todo aquí es muy pedestre, muy previsible... muy tonto. Comparen protagonista y argumento con los de esa obra maestra absoluta que es "Asesino implacable" y le verán las costuras. El rey está desnudo, no les quepa duda.

Dos jóvenes vecinos mal avenidos se sirven de un inopinado “cambio de cuerpos” para ajustarse las cuentas. La idea da tanto juego que decepciona un desenlace que incurre en algunos de los tópicos que dan dentera en las comedias románticas de adolescentes, entre ellos la presencia de un personaje frívolo que acaba ridiculizado. Eso sí, antes la película nos depara algunos simpáticos momentos, en particular ver a la guapísima Samaire Armstrong dominada por una mente masculina que, llegado el caso, conferirá un aire sexy y dicharachero a la personalidad de su “polo opuesto”. Con un final más original (si no en el fondo, al menos en la forma) estaríamos ante una gran película.