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México México · Ciudad de México
Críticas de Iván Rincón Espríu
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Críticas 122
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
25 de diciembre de 2015
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Por ser una película de Bigas Luna, resulta sorprendente...

Los obreros de una compañía fundidora en Francia tienen una competencia deportiva cada año y, por tercera vez consecutiva, gana el joven marido de una mujer deseada por el director. El premio en esta ocasión es inverosímil: un viaje a Southampton, Inglaterra, para ver zarpar al Titanic y, de paso, dejar al director el camino libre a la esposa. En la noche de su arribo al hotel inglés de lujo, el obrero premiado recibe la visita de una camarera del Titanic que le pide alojamiento, pues todos los cuartos están ocupados; comparten la cama, pero no ocurre nada más entre ellos. A la mañana siguiente, la mujer aborda el transatlántico y el hombre observa desde lejos que un fotógrafo la retrata, compra el retrato y vuelve con él a Francia; sus compañeros ven la foto y preguntan insistentes por la relación; el protagonista responde con la verdad, pero al escuchar el rumor de que su esposa tuvo un romance con el director, inventa su propio romance con la camarera. Pletórico de imaginación romántica y erótica, el relato cautiva imprevisiblemente a la concurrencia del bar, que crece día con día para escucharlo, suma inclusive a las esposas de los obreros y trasciende hasta causar la visita de un viejo y famoso actor italiano, ahora director de teatro ambulante, para contratar al convincente narrador y actor nato…

Espléndida historia de origen literario, puesta en escena con una exquisita ambientación de la época (principios del siglo pasado en Francia-Inglaterra), excelente fotografía de tono ligeramente oscuro y actuaciones precisas y sutiles, inclusive para interpretar a los obreros más burdos. A mitad de la película, un micrófono invade el cuadro y, aunque no es muy evidente, sabotea todo el diseño de arte que, si no fuera por ese detalle, alcanzaría la perfección. 
Iván Rincón Espríu
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7
24 de diciembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La crisis del capitalismo en los años treinta es el contexto de una educación religiosa que azuza la culpa y el miedo entre los niños como valor moral, mientras la desesperación de la clase obrera, entre un sector minoritario, degenera en odio a los irlandeses y judíos. El cierre de una fábrica en Liverpool es el punto de partida para este doble drama.

Liam es un niño tartamudo de siete años, preparado por su maestra de catequismo y el párroco local para su primera comunión. Su hermana adolescente consigue trabajo como sirvienta en la casa de una familia judía muy bien acomodada. Frustrado por la discriminación laboral, el padre se radicaliza y, al mismo tiempo que otros, su tránsito al fascismo en ciernes es trágicamente lógico y racional: los irlandeses venden su mano de obra mucho más barata que los ingleses, mientras los judíos se benefician de la pauperización (el casero, por ejemplo, encarna típicamente al capital vampiro), tanto como la Iglesia católica.

Con un desenlace algo apresurado, quizá para que el metraje no pase de los 90 minutos, la xenofobia que sustituye aquí a la lucha de clases tendrá el inesperado efecto de un búmeran en manos inexpertas.

Stephen Frears dirige, con guión de Jimmy McGovern, este acercamiento a la miseria de causas económicas y efectos ideologizantes. El planteamiento es interesante como hipótesis inexplorada.

Anthony Borrows en el papel de Liam nos brinda una de las actuaciones infantiles más entrañables en la historia del cine universal. Como su cándida hermana, Megan Burns no es menos convincente y meritoria. Tampoco Ian Hart y Claire Hackett como sus padres, ni los demás.
Iván Rincón Espríu
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8
24 de diciembre de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una rara avis inclasificable, con algo de comedia negra, oscura en todos los sentidos, tétrica, necrófila y deliciosamente depravada, tan extravagante como suelen ser las películas de Terry Gilliam.

Basada en la novela homónima de Mitch Cullin, comienza con una advertencia del guionista y director, que predispone al público. En seguida vemos a la niña Jeliza-Rose (Jodelle Ferland) preparando la heroína que se inyecta su padre, y acondicionando todo a su alrededor para que se vaya de "vacaciones" por un rato. La madre también es drogadicta, pero la pequeña es genial y recurre a su mundo imaginario para refugiarse de una realidad miserable y sórdida, con cuatro cabezas de muñecas por únicas amigas. Monólogos infantiles de lo más ingeniosos, ocurrentes, llenos de fantasía y humor negro, así como una fascinante actuación que parece no tener límites, plena de gracia y encanto, carisma y talento, hacen de ella un personaje entrañable.

Alucinantes escenas de surrealismo onírico podrían tener influencia de Neil Jordan y sus memorables secuencias subacuáticas en 'Dentro de mis sueños' (In dreams), otra película infravalorada. Desde 'Alicia en el país de las maravillas' hasta 'Psicosis', los guiños culminan en el horror… Aquí nadie es normal.

Cuando la niña juega que actúa frente al espejo, se asoma una mano, quizá del camarógrafo o algún asistente, inexplicable y decepcionante error que sabotea esta maravilla.

En la presentación de lo que ahora es una obra de culto, algunos asistentes abandonaron la sala de exhibición y después la película fue acribillada por la crítica más conservadora y estúpida.

En lo personal, Tideland es una de mis favoritas de Gilliam, aunque la más compleja y representativa de sus laberintos mentales sigue siendo Brazil, realizada veinte años antes.
Iván Rincón Espríu
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9
24 de diciembre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Drama infantil que adapta el clásico literario de homónimo título escrito a principios del siglo pasado por Frances Hodgson Burnett. Producción inglesa de realizadores polacos y gringos bajo la dirección de Agnieszka Holland.

Hermosa película. Si no fuera por la intención anímica o sentimental del final, yo le daría un diez de calificación. Afortunadamente, un epílogo poético-filosófico acompaña la voz en off de la protagonista ("el mundo es un jardín") con una majestuosa vista aérea y una canción de lánguida belleza que resume la estética digamos clasicista de la puesta en escena.

Todo es excelente, desde la compleja sencillez en equilibrio de un guión adaptado por Caroline Thompson (guionista de Tim Burton) hasta la edición y el montaje de una banda sonora compuesta por Zbigniew Preisner (musicalizador de Kieślowski); su fotografía preciosista en exteriores, melancólica en interiores; su ambientación colonial en la India durante los primeros minutos, gótica en Inglaterra, con aire antiguo de misterio que parece contener un cuento de fantasmas; sus actuaciones infantiles, entrañables y perfectas…

Kate Maberly a los diez años de edad es cautivadora, entre otras cosas, por su proyección de fuerza inusual, su mirada inteligente y sensitiva, su angelical sonrisa…

(Cabe suponer que la novela explica por qué unos niños ingleses invocan a los espíritus con un canto amerindio).

Les debo la sinopsis.
Iván Rincón Espríu
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7
24 de diciembre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elegante drama de 1993.

La intolerancia por ignorancia y estupidez ante la homosexualidad y el SIDA merecía una historia que la denunciara y, así fuera en la ficción, hiciera justicia por una vez. El tema y la forma en que lo aborda esta película es uno de sus principales méritos, aunque yo abreviaría ciertas escenas, pues su extensión hace perder el hilo a ratos.

Excelente actuación de Tom Hanks, quien todavía no tenía cara de gato bodeguero. Los demás hacen un buen trabajo, especialmente Denzel Washington como representante legal del también abogado enfermo de SIDA y despedido por eso de una importante firma.

Antonio Banderas en un papel menor es el novio del protagonista, y Joanne Woodward (esposa de Paul Newman) es su madre.

Jonathan Demme repite aquí algo que hizo característico su estilo como director de actores en 'El silencio de los corderos', cuando los protagonistas hablan mirando a la cámara, recurso contrario a la mirada subjetiva.

En la secuencia más emotiva y memorable, Washington guarda silencio, viéndonos a los ojos, mientras Hanks se interioriza, describiendo en voz alta la pieza operística que escuchan. Entre remanso musical y digresión artística, esta secuencia es creativa y audaz, pero el final, aunque se orienta en el mismo sentido, resulta más bien débil y ligeramente sensiblero.
Iván Rincón Espríu
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