Con un formato que se asemeja al del cine documental, Miguel Littin nos cuenta la vida de un asesino, incidiendo en varias cuestiones clave para entender el porqué una persona se puede acabar convirtiendo en una alimaña. Con un realismo estremecedor muestra como una infancia y juventud sin afecto y sin recibir ningún tipo de formación pueden convertirse en el caldo de cultivo adecuado para que un ser humano se transforme en un delincuente.

A esta visión naturalista hay que añadirle el enfoque profundamente negativo con el que el director retrata a las instituciones, ya que una vez que el estado se hace cargo de él, le proporciona cierto grado de formación y que incluso parecen surgir en él el arrepentimiento y la posibilidad de reformarse, no se le conmuta la pena a la que ha sido condenado.

Quizás la única pega que pueda ponérsele es que toda la película está orientada a demostrar la tesis que defiende el director: una persona sin afecto y sin formación tiene todos los boletos para convertirse en una mala persona, y que la sociedad no se lo va a poner fácil a la hora de reintegrarse.

Los que alguna vez hemos practicado el atletismo de fondo, sabemos lo que sugiere el título de esta película. Esa soledad que se siente en las largas distancias, se combina, muchas veces, con la lucha interna que se produce en nuestro cerebro cuando el cansancio nos pide que paremos o que disminuyamos la velocidad. Y en esa lucha entre pararse y continuar, el atleta decide completamente solo.

Algo similar plantea "La soledad del corredor de fondo", una de las películas emblemáticas del "Free Cinema", movimiento cinematográfico que buscaba un mayor realismo y denuncia social en contraposición con el cine que se hacía en Estados Unidos y, por extensión, en el Reino Unido. Pero en el filme de Tony Richardson esa soledad citada anteriormente se relaciona con el ser un inadaptado o dejar de serlo, decisión que el protagonista deberá tomar también en soledad.

Colin, el protagonista, es un joven marcado por la muerte de su padre y por la falta de afecto de su madre, como se puede apreciar en los "flash-backs" que abarcan buena parte del metraje. Y es que una vez más es en la familia donde se cuecen parte de los problemas que un chico pueda tener de adulto. En Colin va creciendo la rebeldía hacia una familia y una sociedad que no se ocupan de él y que cuando lo hacen es por egoísmo o vanidad, como en el caso del director del reformatorio. Pero lo más novedoso es que en el momento en el que le surge la oportunidad de adaptarse a la sociedad, su rebeldía se acentúa y se convierte en una especie de ajuste de cuentas contra todo aquello que desprecia.

Por último, es de agradecer el pulso narrativo del director y su sutileza, ya que gracias a centrarse en el drama individual del personaje evita de alguna forma el subrayado de la carga ideológica que la película podría tener en manos de otro director.

Sigo en el spoiler

Es sorprendente apreciar las similitudes existentes entre esta película y la mejicana "La rebelión de los colgados" a pesar de que el origen de ambas es muy diferente, ya que la primera se basa en una novela y la segunda en una obra de teatro. En ambas, un grupo de personas se encuentran en un lugar inhóspito, al que de alguna forma han sido llevadas engañadas, y donde serán explotadas sin piedad por los patronos. Todo ello los llevará a rebelarse contra esa autoridad despótica.

Si alguna tuvo que influir en la otra, sería "Las aguas bajan turbias", que es dos años anterior y que mantiene bastante bien la emoción, a pesar de cierto maniqueísmo. Aunque quizás visualmente no sea tan potente como "La rebelión de los colgados" , desde luego que cobra valor al ser predecesora de esta última.

Aun sin estar a la altura de cumbres como las dos primeras partes de "El Padrino" o de "Apocalipse now", "La conversación" es una pequeña joya dentro de la filmografía de Francis Ford Coppola. Lo que más sobresale en ella, además de la magistral interpretación de Gene Hackman, es la penetración en la psicología de este profesional de las escuchas al borde de la locura. Así vamos descubriendo su profunda soledad y su dificultad para comunicarse con los demás (irónico, cuando menos, en una persona que se dedica a grabar y escuchar a la gente).

Papel muy importante creo que juega el catolicismo del personaje, relacionado con el cual estaría el sentimiento de culpa, provocado por un trabajo realizado en el pasado y que tuvo graves consecuencias para otras personas, y la necesidad de redención lo que lo llevará a una deriva paranoica que afectará a su salud mental.

Todo lo comentado anteriormente lo consigue Coppola mediante la observación del comportamiento del personaje y con una narración que va "in crescendo", por lo que a algunos espectadores podrá parecerles de inicio lenta. Así, la película va evolucionando del "thriller psicológico" a momentos casi de terror, ya que poco a poco el tipo tan profesional que conocíamos al principio se va derrumbando por el peso de su pasado y por su propia forma de ser.

Todo ello tendrá su culminación en un estremecedor y, por qué no decirlo, bello final.

La película se centra en el guardaespaldas de un político importante en plena campaña y al cual su mujer parece estar dándosela con el principal líder de la oposición. El empeño del director por presentárnoslo como ejemplo de nobleza choca, en ocasiones, con la petulancia de su comportamiento, la reivindicación continua de los valores del "macho" (aunque doble la cabeza cuando su madre se pone seria) o con cometer un grave delito por preservar la fama de su idolatrado jefe. Quizás el resaltar este tipo de "virtudes" no chirriaría en los años 60, pero hoy en día a lo mejor habría que contar la historia de otra manera para que el espectador pudiese empatizar, como se le propone, con este tipo de personaje que, por cierto, recibe el rimbombante nombre de Ecuménico (sí, como los Concilios).