Esta primera obra basada en el controvertido Dogma de Vinterberg y Von trier, es el claro ejemplo de que dicho dogma funciona.

Aporta un realismo y una esencia inconcebible de cualquier otro modo, francamente interesante para todo cinéfilo.
Cámara en mano da una sensación de vídeo casero. Pero cada encuadre está cuidado al detalle, al igual que la brillante y peculiar puesta en escena, supeditada al dogma, pero en este caso sin llegar al extremo de la otra gran obra maestra, Dogville.

Destaca principalmente un elaboradísimo guión y una abrumadora colección de singulares personajes, a cuál más complejo.

Todo ello unido a un ritmo trepidante cargado de diálogos y situaciones delirantes llenas de mala leche, y que no dejan a uno desapercibido.

La última carta de un maestro que se despide sin pena ni gloria.

Se intuyen pinceladas de lo que fue, de su enorme talento y un toque de ingenio. Su reivindicación por lo pasado y el contraste con el presente.

La cinta viene a ser como el enésimo relato que te ofrece un anciano: desborda amabilidad y algo de ternura, pero su sentido del humor y gags resultan anticuados. Uno trata de esbozar media sonrisa mientras contiene los bostezos.

En definitiva, el ritmo adolece de una notable falta de agilidad, y la música no contribuye a animar el cotarro.

Como toque positivo, su absoluta falta de pretenciosidad y simpleza.