El Zorro es Alejandro de la Vega (nuestro racial Antonio Banderas, muy mono y muy ágil). Su presencia en la pantalla siempre viene acompañada de guitarreos y clarines taurinos que rompen los tímpanos. Su personaje es una mezcla de Batman, Tarzán e Indiana Jones. Si viviera en el siglo XX, haría campaña a favor de Arnold Schwarzenegger como gobernador de California (en esta película se ve lo mal que se les da votar a los americanos desde el principio de su Historia).
La Zorra, con perdón, es Catherine Zeta-Jones, no menos ágil y mona que su marido De la Vega (no Lope, sino Antonio Banderas). Esta es una película paritaria, escrita por algún guionista americano afín a ZP, así que la Z-J da tantas tortas, patadas y espadazos como el Zorro, su marido. Aquí está muy claro que son iguales y que ambos contribuyen a las labores domésticas y a la economía familiar.
El Zorrito es hijo del Zorro y de la Zorra, aunque él no lo sepa (se cree que su padre es un hacendado que se pasa el día en cueros en una especie de sauna gay en la que juega a las cartas). El niño es una especie de Pablito Calvo que también vive entre frailes pero en vez de hablar con Cristo lo que hace es compartir el espíritu belicoso de su padre. De mayor se convertirá en una especie de Donald Rumsfeld chicano.
También sale Rufus Sewell (irreconocible, de francesito ágil y mono, pero no tanto como los Z) y un par de inverosímiles detectives de la agencia Pinkerton que son como los GAL y se dedican a hacer terrorismo de Estado (secuestran y chantajean que da gusto).
En resumen, como dicen en los tebeos cuando alguien duerme: ZZZ, ZZZ, ZZZ.