Es parte de la historia de las comedias.

Al Bundy era un chico con suerte: capitán del equipo de fútbol, llamado a ser leyenda universitaria y, posteriormente, profesional... hasta que Peggy se cruzó en su camino, una boda forzada y una vida... bueno, digamos que no es la que Al se esperaba. Muchos años después es un cínico borrachuzo, pobretón y nostálgico, sigue casado y tiene dos hijos y un perro, podría parecer la típica familia americana, pero no lo es.

Brutal parodia a la "american way of life", con personaje, Al, monumental, sobresaliente, impactante. Siempre le recordamos sentado en el sofá, con la mano en la entrepierna, cerveza, mando y cara de "pegadme un tiro, por favor".

Peggy, la esposa, no le va a la zaga, con su irritante voz, es un desastre de ama de casa, vaga, pedante y hortera, aunque en el fondo, hace buena pareja con Al.

Los hijos... la rubia tonta que, cuando quiere no lo es tanto y el pequeñajo listo que tiene en las mujeres su talón de Aquiles. Luego los vecinos, una pareja de recién casados que se van agriando gracias a Al y Peggy; más tarde, él desaparece y, en su lugar, se coloca Jefferson, un timador seductor.

Con una acidez corrosiva, 11 temporadas (se hace demasiado larga) de humor que inundo nuestros corazones, una melodía irrepetible y siempre el mismo final: Al está condenado a no ser feliz.