Los desmembrados estados de la antigua Yugoslavia han sido motivo y escenario de diversos documentales y trabajos cinematográficos, desde Paskaljevic hasta Kusturica.
Esta vez, Jasmila Zbanic retrata uno de los espinosos asuntos que menos se ha dado a conocer ante la opinión pública mundial...y ahí lo dejaré, con el fin de no desvelar parte del enigma sobre el que gira la trama.
Eligiendo la bellísimamente oscura Sarajevo como fondo, la cinta elabora un sencillo y sentido discurso alejado de sentimentalismos y cualquier otro atisbo de moralina o ética de usar y tirar.
Como conocedor de la realidad bosnia y de los paises eslavos, siempre deudores de un resquebrajado sentido democrático, además de aislados del "bienpensante" occidente, podría afirmar sin temor a equivocación, que la fidelidad de la obra de Zbanic con respecto al punto central (y aterrador) que pretende poner sobre la mesa, el alarido de justicia que estas mujeres desterradas emiten a los más altos cielos, es irreprochable. Eficientemente basado su guión en auténticos testimonios, no resulta un relato tendencioso en ningún momento.
El ritmo es solemne y pausado, fresco y demoledor...su final está admirablemente bien encajado en el conjunto y las interpretaciones son, básicamente, excelentes.
Se ha dicho que narra esta obra un problema genuinamente balcánico, o más concretamente bosnio. Nada más lejos de la verdad. ¿Por qué recomendaría el visionado de la cinta?
Pues en pocas palabras, porque su argumento nos hace recapacitar acerca de uno de los más recientes y vergonzosos capítulos de Europa, es decir, de nuestra historia. Porque las guerras se suceden y se repiten, porque muchos seres aún son vulnerables al despotismo de unos pocos y porque conocer mejor nuestra historia nos hará conocernos mejor a nosotros mismos.
En resumen, una película magnifica que merece la pena disfrutar...o sufrir, según se mire.
Por cierto, en Grbavica se levantó un campo de prisioneros, de ahí el título original.