Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Pabpab:
8
Drama. Romance María comienza a trabajar como supervisora en un matadero de Budapest, pero pronto comienzan a surgir cotilleos y rumores sobre ella. Durante el almuerzo opta siempre por sentarse sola, y es consciente de sus deberes y obligaciones, con un estricto apego a las normas. Su mundo se compone de cifras y datos impresos en su memoria desde la primera infancia. Endre, su jefe, es un tipo tranquilo. Ambos empezarán a conocerse lentamente. (FILMAFFINITY) [+]
21 de marzo de 2018
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que entrañan tanta verdad que tratar de escribir una crítica sobre ellas es tan difícil como ponerse a escribir una crítica sobre un niño que está dibujando o la crítica de un atardecer madrileño, de esos que inspiran nostálgica añoranza.
¿Y qué es eso de la verdad en el cine?, porque estoy poniendo encima del mantel un criterio muy poco científico. Recuerdo haber leído algo acerca del efecto que producía el cine de los hermanos Lumiere en un público que jamás había visto antes una escena proyectada; al parecer había personas que huían de la pantalla pensando que un tren las iba a arrollar. Por momentos para estas personas, eso que veían era verdad. En el caso de “En cuerpo y alma” esa verdad de la que hablo, no se refiere tanto a lo literal de las imágenes como a algo que distingue ciertas producciones de la especie humana: el arte, y de entre estas, eso que venimos llamando “obras de arte”. Impepinablemente, más allá de todos los análisis técnicos a los que podemos someter a estas producciones humanas, todas ellas tienen un valor en común: verdad. La Capilla Sixtina, Madame Bovary, Ordet, el 4º concierto para piano de Beethoven, por poner algunos ejemplos, todos ellos llevan al espectador/lector/oyente (o como diría Pepa Fernández: “escuchante”) a una exposición incondicional, no hay dudas, no hay distracciones. Ante estas obras uno no puede hacer otra cosa que aquello para lo que fueron creadas. Mirar, escuchar, leer y emocionarse.
Salvando todas las distancias y diferencias de calibre tenemos aquí una película con mucha verdad. Su directora Ildikó Enyedi, una mujer con el corazón roto, emprende sin grandes expectativas su proyecto: la historia de dos personajes también con el corazón roto. Resignadas ya a una vida sin amor pero con ocultas reservas, sólo el empuje de su inconsciente, y alguna dosis de azar, propicia el encuentro. Como quiera que se trata de dos seres profundamente heridos e irremediablemente solitarios, este encuentro no es sencillo, hay muchas defensas, hay mucho miedo, y esta historia se refiere a cómo el amor se va abriendo camino por las dificultades como si de la quilla de un rompehielos se tratara. En un contexto sabiamente elegido (las dos personas son directivas de un matadero de reses), el sufrimiento de los animales, mostrado con valor, sin regodeo y con un sensible respeto, parece por momentos reflejar el discurrir resignado de la vida de los protagonistas.
Y por último están los sueños, la otra cara de sus tristes realidades, ese lugar donde están limpios de taras, y son salvajes, libres y hermosos, ese lugar donde se buscan, ajenos a sus cuerpos, siendo sólo almas.
Las interpretaciones son muy ajustadas a la historia, sin estridencias, de modo que lo que sucede se va instilando al ritmo pausado de la cinta, lo que facilita el paladeo emocional. Destaco la actuación que hace del personaje masculino Géza Morcsányi, un actor amateur que no había hecho cine en su vida, y que en realidad se dedica a dirigir una editorial.
En tiempos de tanta pomposidad, tanto artificio, tanto marketing, tanto ruido y tanto empalagamiento, se agradece mucho una película sencilla y directa, clara y fresca como el agua de un arroyo de montaña donde beben dos ciervos.
Pabpab
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow