Hablar de este "clásico del terror", consagrado por la comunidad cinéfila mundial, siempre supone un impedimento a la libre expresión: nos resultará tremendamente difícil criticar sus aspectos negativos y muy sencillo destacar sus bondades y aciertos. En mi humilde opinión, considero que "Drácula" de Tod Browning y Bela Lugosi se erige como uno de los pilares y precursores del cine de horror, y acaba tornándose en un bello cuento de los que se concebían antaño (cuando la fantasía aún lograba emocionar al hombre, transformando su espíritu en niño).

Como podréis imaginar, no provoca miedo alguno, ni tan siquiera una leve sensación de malestar. La penetrante mirada de Lugosi y sus buenas maneras, su elegancia y suavidad, choca de bruces con sus verdaderas intenciones. Todo él respira fatalidad y magnetismo (un magnetismo, eso sí, en ocasiones excesivamente barroco). Presenciamos el peligro en la distancia, de forma bella y pura, estética, poética.

Lo más destacable de esta obra es su propia "concepción" a principios de los años 30, (la mera existencia de esta temática en tiempos definidos por la mayor crisis del modelo capitalista en la su etapa moderna, que afectó a los Estados Unidos y Europa), el profundo poso de decadencia y la sensación de un final no del todo feliz, con su rastro amargo e inevitable, su apasionante magnetismo y su espíritu desdibujado, ambiguo, onírico. Muchas situaciones no guardan lógica, no obstante, todo posible error se sustenta en las finas líneas desdibujadas del mundo del sueño, lo real e irreal, la fantasía y lo cotidiano y, cómo no, la pesadilla. De ahí que sus planos resulten efectivos e innovadores para la época, creando escuela: por ejemplo, ese primer plano a los iluminados y profundamente intimidantes (enloquecidos) ojos del conde.

Es en su extraordinario juego de luces y sombras donde encontramos el ingrediente mágico que otorga a este filme una calidad demoledora en su tiempo. Sus escenarios, bien recreados (recordemos la fecha de nuevo), con algunas escenas de bruma magistrales, y sus interminables telarañas esparciéndose por todos los rincones del castillo del Conde, le otorgan una riqueza creativa fascinante. El apartado técnico, sometido a limitaciones obvias, se supera muy bien con unos inteligentes juegos de cámara donde uno imagina perfectamente qué sucede cuando no vemos lo que está pasando (qué difícil es conseguir esto).

Sigo en Spoiler por falta de espacio: