Gran película de Woody Allen, que nos hace reflexionar sobre la complejidad que tiene ese mecanismo híbrido de raciocinio y sentimiento que compone nuestra conciencia. Un hombre que se debate entre un apasionado amor imposible o la renuncia a él, con tal de acceder a la elitista alta sociedad británica de la mano de su esposa. Y es que es esta carencia de ética la que hace moverse a las personas tan en función de sus intereses, que en ocasiones sólo pueden hallar infelicidad en ese complicado laberinto que es nuestro corazón.
Una dirección perfecta. Una película clara, brillante y real como la vida misma, con un desenlace que culmina perfectamente la moraleja, y unos protagonistas que consiguen plasmar sin lugar a dudas la nueva genialidad que hervía en la cabeza de Woody Allen. Sus actuaciones están a la altura de la perfección del film, en especial la de Jonathan Rhys Meyers, que sin tener un papel extremadamente visceral, se luce con una actuación magistral en la que logra transmitir al espectador la indecisión y el cinismo de su mezquino personaje. No dejará indiferente a nadie, y a muchos les encantará. Yo soy uno de esos a los que les ha encantado, y por eso la recomiendo encarecidamente.