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Voto de Carlesmartinez:
4
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Terror. Fantástico
Versión contemporánea del clásico del cine de terror. Un grupo de adolescentes de los suburbios empiezan a ser perseguidos por Freddy Krueger, un asesino de aspecto terrible y con el rostro quemado que trata de acabar con ellos mientras duermen. Necesitan, pues, permanecer despiertos para protegerse mutuamente. Pero, si duermen, no hay escapatoria. (FILMAFFINITY)
25 de julio de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Realizar un buen remake implica tratar de ofrecer algo distinto de la película original, que renueve o revise su contenido escrito. La enfermedad que padecen las carteleras de hoy, sin embargo, demuestra que algunos productores de Hollywood no apuestan por horas de reflexión para dar con un buen guión, sino por minutos delante del ordenador para mejorar exclusivamente la calidad visual de conocidos productos añejos.
Partiendo de estas coordenadas, el desconocido Samuel Bayer debuta detrás de las cámaras con la nueva versión de Pesadilla en Elm Street. ¿El porqué? Satisfacer los deseos del productor Michael Bay, un caprichoso millonario que siempre quiso resetear los grandes títulos de terror de los años setenta y ochenta.
El exorcista, El silencio de los corderos, Viernes 13 y La matanza de Texas ya han pasado por la materialista máquina de hacer remakes convirtiéndose en palimpsestos cinematográficos del siglo XXI. Cosa similar ha ocurrido con Pesadilla en Elm Street, la obra cumbre de Wes Craven que, tras 7 abominables secuelas, regresa a la gran pantalla –de nuevo destinada al consumo juvenil– para narrar los orígenes del famoso Fred Krueger y, de paso, rodar la misma historia, pero desde una trama mucho más explicativa, impresa sobre unos personajes y un contexto claramente actuales, que se distancian mucho del movimiento rockero y rebelde que impregnaba el fondo de la película original, estrenada en 1984.
Partiendo de estas coordenadas, el desconocido Samuel Bayer debuta detrás de las cámaras con la nueva versión de Pesadilla en Elm Street. ¿El porqué? Satisfacer los deseos del productor Michael Bay, un caprichoso millonario que siempre quiso resetear los grandes títulos de terror de los años setenta y ochenta.
El exorcista, El silencio de los corderos, Viernes 13 y La matanza de Texas ya han pasado por la materialista máquina de hacer remakes convirtiéndose en palimpsestos cinematográficos del siglo XXI. Cosa similar ha ocurrido con Pesadilla en Elm Street, la obra cumbre de Wes Craven que, tras 7 abominables secuelas, regresa a la gran pantalla –de nuevo destinada al consumo juvenil– para narrar los orígenes del famoso Fred Krueger y, de paso, rodar la misma historia, pero desde una trama mucho más explicativa, impresa sobre unos personajes y un contexto claramente actuales, que se distancian mucho del movimiento rockero y rebelde que impregnaba el fondo de la película original, estrenada en 1984.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Por lo que al reparto se refiere, esta enésima Pesadilla cuenta con unos personajes jóvenes y característicos de las piezas de terror norteamericano: tan apuestos por fuera como inconsistentes por dentro. Y no es que el film original mostrase grandes interpretaciones, pero al menos sorprendía descubrir en él a un adolescente y debutante Johnny Depp entre las víctimas de Krueger.
A pesar de esto, sin embargo, la auto-corrosión del film no viene tanto con los personajes, sino con la historia en la que éstos tratan de desenvolverse sin éxito, buceando por una película que pone más trabas a su reparto que el propio Krueger tratando de capturar a su víctima en sueños. Igual de perniciosos resultan, en este sentido, los diálogos que entablan las víctimas y el abstracto asesino –que sí merecían ser pasto de las garras de Freddy– recordándonos lo mal hilvanado que está el cine comercial en general, tan distanciado de las antológicas frases y monólogos del clásico.
Ni siquiera Jackie Earle Haley, el actor encargado de ponerse el famoso jersey a rayas y el guante metálico, ha podido demostrar su curiosa faceta de peligroso hombre del saco, en un filme que, pese a querer asustar al espectador explicando cómo se forjó una moderna leyenda de terror, se limita a dar algunos trazos sobre el alma en pena de un abusador de menores y repite una historia de culto, sabida por todos, que no hacia falta refabricar.
El nuevo Freddy Krueger no provoca espanto. Tampoco se percibe riqueza alguna debajo de sus flameadas facciones, ni de su particular carácter cínico. Eso sí, los efectos especiales que Bay ha puesto a disposición del director consiguen resarcir un poco el producto, mejorando su parte técnica, y algunas escenas poseen verdadera garra –cuando la película juega a confundir realidad y sueño, o cuando mezcla tensión con música relajante a ritmo de los antológicos Everly Brothers– aunque el termómetro de sustos y sorpresas no alcance cifras altas en toda la obra. Ello se debe a la carencia imaginativa que padece la película, así como al homenaje barato con que los realizadores muestran escenas idénticas a las del film original.
Grosso modo, nos encontramos ante un soberano “más de lo mismo” destinado al vertedero hollywoodiense donde se amontonan innecesarios remakes de películas que no deberían saltar de época. Un lugar tan oscuro y tétrico como el onírico reino por el que vaga el malvado Krueger, donde huelgan personajes y diálogos; donde los buenos efectos sirven a lo trivial y tanto productores como guionistas parecen anteponer los intereses económicos al esfuerzo por crear un cine perpetuo y de calidad.
A pesar de esto, sin embargo, la auto-corrosión del film no viene tanto con los personajes, sino con la historia en la que éstos tratan de desenvolverse sin éxito, buceando por una película que pone más trabas a su reparto que el propio Krueger tratando de capturar a su víctima en sueños. Igual de perniciosos resultan, en este sentido, los diálogos que entablan las víctimas y el abstracto asesino –que sí merecían ser pasto de las garras de Freddy– recordándonos lo mal hilvanado que está el cine comercial en general, tan distanciado de las antológicas frases y monólogos del clásico.
Ni siquiera Jackie Earle Haley, el actor encargado de ponerse el famoso jersey a rayas y el guante metálico, ha podido demostrar su curiosa faceta de peligroso hombre del saco, en un filme que, pese a querer asustar al espectador explicando cómo se forjó una moderna leyenda de terror, se limita a dar algunos trazos sobre el alma en pena de un abusador de menores y repite una historia de culto, sabida por todos, que no hacia falta refabricar.
El nuevo Freddy Krueger no provoca espanto. Tampoco se percibe riqueza alguna debajo de sus flameadas facciones, ni de su particular carácter cínico. Eso sí, los efectos especiales que Bay ha puesto a disposición del director consiguen resarcir un poco el producto, mejorando su parte técnica, y algunas escenas poseen verdadera garra –cuando la película juega a confundir realidad y sueño, o cuando mezcla tensión con música relajante a ritmo de los antológicos Everly Brothers– aunque el termómetro de sustos y sorpresas no alcance cifras altas en toda la obra. Ello se debe a la carencia imaginativa que padece la película, así como al homenaje barato con que los realizadores muestran escenas idénticas a las del film original.
Grosso modo, nos encontramos ante un soberano “más de lo mismo” destinado al vertedero hollywoodiense donde se amontonan innecesarios remakes de películas que no deberían saltar de época. Un lugar tan oscuro y tétrico como el onírico reino por el que vaga el malvado Krueger, donde huelgan personajes y diálogos; donde los buenos efectos sirven a lo trivial y tanto productores como guionistas parecen anteponer los intereses económicos al esfuerzo por crear un cine perpetuo y de calidad.