Es evidente que los hermanos Farrelly no son ni Godard ni Röhmer, aunque también es cierto que ni falta que les hace. Su principal mérito radica en que sabieron "crear" lo que se podría denominar como cine de buenas intenciones con ribetes escatológicos, vamos como si fueran una suerte de Frank Capra de trazo grueso.

Pero lo que también es evidente es que como todo invento que ha ideado la humanidad siempre degenera hacia usos perversos. Así, por ejemplo, como el fuego paso de calentar a ser empleado para la guerra el cine de los Farrelly ha servido para que cualquiera se treva a hacer algo que algunos se atreven a llamar película.

Y es que el plagio de los esquemas farrellianos en este film es de cajón, hasta el punto de llegar a imitarlos hasta en la composición musical e incluso en los títulos de crédito. La lástima es que encima parece una imitación china de un bolso de Louis Vuitton, porque gracia no tiene ninguna y los momentos escatológicos se nota que están allí para buscar la carcajada que el argumento no puede aportar.

Por lo demás contamos con unas actuaciones deplorables de un Jason Biggs que tendrá 80 años y seguirá haciendo de pardillo enamoradizo y de una irritante e histérica Isla Fisher, que por otra parte, la deben conocer en su casa a la hora de cenar.

Eso sí, como aquel que no quiere la cosa, se nos vuelve a colar el mensaje de que el culmen del amor tiene que ser por fuerza una boda. Acaso en América no saben que el amor no necesita de papeles o de ceremonias? La respuesta parece ser que no, aunque lo que sí es seguro es que lo que desconocen totalmente es el significado del buen gusto cinematográfico.

Lo mejor: Que es corta.
Lo peor: A los 20 minutos ya la quitarías por sabértela de memoria.