Cuando uno se refiere al Buñuel cineasta lo primero que se viene en mente es el oo de Un perro andaluz, la idea de que estamos ante un director de vanguardia que pretende mostrar una visión del mundo pasada por el filtro de las propias obsesiones personales y por un tono de surrealismo de cariz más bien perturbador. Por ello no deja de ser sorprendente asistir a una obra como esta. Un film que, aún plasmando ciertos elementos que marcarían la posterior evolución de la filmografía buñueliana, no deja de ser un intento por seguir una corriente muy en boga en aquellos tiempos: El neorrealismo.

Los ecos del Rossellini de Alemania año 0 no dejan de estar presentes en todo momento. La focalización en el mundo infantil, la destrucción de la moralidad y de la inocencia, las míseras condiciones de vida…etc. Incluso el principio de la película, con la voz en off haciendo una declaración de intenciones mientras las imágenes nos trasladan a la parte trasera y escondida de la opulencia nos remiten directamente a la obra del cineasta italiano.

Sin embargo hay aspectos que diferencian está obra del cine puramente neorrealista. Buñuel centra su cámara muy cerca de sus personajes y los dibuja no de forma naturalista sino intencionadamente feista, buscando en los rostros una deformación animal, mostrando cual es el resultado final de la miseria, la animalización del ser humano y como esta desemboca en los actos cometidos en la pantalla. No faltan, tampoco pasajes de cariz onírico, intencionadamente rodados de forma absolutamente diferente al tono general del film, con un ralentizamiento de la cámara y una música de fondo chrriante, reiterativa que refleja la densidad del mundo pesadillesco y que sirve para que el espectador comprenda las repercusiones interiores que sufren los personajes por sus actos.

Hay una suerte de relación causa efecto constante durante todo el metraje que refleja un pesimismo antropológico que nunca da pábulo a la redención que sume a todos sus personajes en una espiral fatalista sin solución. No obstante hay hay un esfuerzo constante de exculpación de las protagonistas, todos son víctimas, de abandono social, de maltratos parentales o del propio sistema económico. Por tanto lo que vemos es terrible, pero al mismo tiempo coherente con el rumbo predeterminado de sus vidas.

Esta es pues una obra que, aún suponiendo un cierto ejercicio imitativo de estilo, no deja de ser reconocible en el universo de Buñuel por su constante uso de simbología y por la sensación constante que no se trata tanto de una visión con pretensiones de objetividad sino un relato de un mundo objetivo bajo el prisma de la propia personalidad y códigos del cineasta. Una obra que aún sin llegar a los grados de excelencia y depuración formal que conseguiría con obras como Belle de Jour o el discreto encanto de la burguesía si merece un visionado, precisamente para que Los olvidados no lo sean tanto.