Siempre he sido crítico aférrimo de todas las religiones y pseudorreligiones, sobre todo de las tres grandes sectas que son el cristianismo, el judaísmo y el islam. Desde pequeñito que no me trago ninguna de sus patrañas, así que me da gusto ver este tipo de películas, donde encuentro que hay más gente como yo con quien sentirme identificado, como su director y su narrador, Bill Maher (a éste último no lo conocía, pero ya me cae estupendamente). Habiendo tanto loquito en el mundo es normal que así le vaya a la sociedad, pues parece que los que gozamos de mente lógica somos minoría, y los demás enfermitos siempre están atacándonos, insultándonos y amenazándonos por no creer en sus cuentos de hadas ni en sus best sellers de ciencia ficción, como lo son la Biblia y el Libro del Mormón, por citar algunos ejemplos. Y pero cuando muchos de esos paranoicos son los que gobiernan y toman decisiones importantes. Si una persona oye una voz en su cabeza que le da órdenes es un loco, pero si dice que esa voz es Dios, ahí ya cambia la cosa y pasa a ser un iluminado, un elegido, etc. En este documental salen un montón de personajes de risa, con sus locuras llevadas al extremo, como el judío con esos aparatos ridículos para no violar las leyes sagradas (atención al teléfono que siempre marca todos los números a la vez). Estos personajes se meten en el fango por sí mismos, pues siempre acaban contradiciéndose y metiéndose en camisa de once varas ellos solitos, no hace falta que el presentador les diga nada, pues ellos mismos se hunden y a la legua se les ve el plumero, como cuando se quedan callados con esa cara de tonto tras una pregunta irrebatible. Doy las gracias a los responsables de este documental por atreverse a ser políticamente incorrectos y no mostrarse sumiso ante los que pretenden saberlo todo.