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España España · pamplona
Voto de espanto:
2
Drama. Comedia Relato del encuentro inesperado entre algunos de los habitantes del número 2 de la calle Eugène Manuel, en París: Paloma Josse, una niña de once años tremendamente inteligente y con un plan secreto; Renée Michel, portera discreta y solitaria que bajo su apariencia de inculta y arisca oculta en realidad una personalidad inteligente y cultivada, y el enigmático señor Kakuro Ozu, un japonés que acaba de mudarse al edificio... (FILMAFFINITY) [+]
7 de enero de 2010
38 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me creo a la niña. Una niña de 11 años haciendo reflexiones propias de un adulto, no es creíble ni tan siquiera como licencia. No puede ser nuestra guía en la mirada que la película lanza a esa sociedad francesa burguesa y paleta y a esa portera fea y hosca pero culta. Y no puede serlo porque no es una mirada auténtica, está hecha a través de una impostura; las reflexiones de Paloma son las que haríamos como espectadores viendo como una niña muy madura e inteligente reflexiona desde su condición de niña de 11 años sobre el mundo que le rodea. Pero dichas reflexiones nos vienen impuestas directamente, pensadas por una pequeña de forma increíble y discursiva. No es le mundo visto a través de los ojos de una niña lúcida, sino el mundo visto a través de los ojos de un adulto lúcido puestos en un cuerpo de niña. De ahí la falsedad y la inoperancia del artificio narrativo.
No me creo a la portera. Su aspecto esta buscado demasiado evidentemente para que nadie pueda sospechar que ella es alguien cultivado. El problema se agranda cuando, al discurrir la película, su comportamiento se asemeja más al de una portera inculta que al de alguien que lee y ve películas japonesas antiguas.
No me creo al japonés. Es un personaje dibujado sin ningún tipo de matiz. De repente aparece en escena y toda la película permanece con esa sonrisa boba. Y bobamente corteja a la portera sin que en ningún momento nos expliquemos el motivo. Nadie se cree que por ver que la portera lee a Tolstoi, así, sin más, un japonés refinado va a invitarla a cenar un día tras otro. Es inverosímil esa relación. Y tramposa.
El único momento brillante es la cena del principio. Luego la familia de Paloma termina siendo una mera caricatura.
Todo ello bañado con la cursilería imbeciloide marca “Amelie” tan desagradable.
espanto
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