Sin embargo, no todo es malo en esta película, y debo decir que si algo tiene es que crea momento icónicos: uno de mis favoritos y de los que creo que están mejor conseguidos es la aparición de las brujas. Creo que la Bruja (Kathryn Hunter) es uno de los mejores personajes de la película. Su diseño se aleja de la imagen tradicional de la bruja y ofrece una interpretación más mística de la misma, más similar a la Muerte de Bergman en El séptimo sello que a la bruja del imaginario popular occidental. Esta decisión de darle una sola capucha negra como única vestimenta y de dejar su rostro vacío, blanco y esquelético es espeluznante, al igual que la increíble contorsión de Hunter, quién definitivamente le da una capa en la construcción física del personaje más interesante. El juego entre las tres brujas cuando Macbeth las ve en el reflejo me parece muy ágil de parte de Joel Coen, pues en lugar de solo mostrarnos a las tres, así sin más, le da una aire de misterio que va acorde al tono que propone y que decir de la escena en la que Macbeth las convoca en su palacio: las tres brujas sentadas en las vigas de su techo desnudo y en el suelo haciendo el encantamiento es, simplemente brillante. Este tipo de soluciones son las que tiene Joel Coen que se alejan de los sencillo, de lo conocido, y que le dan no sólo un merecido aplauso sino que le dan a la película mayor interés. De igual manera tienen varios momentos muy cinematográficos en donde Coen dilata la percepción del tiempo y del espacio, como en el asesinato de Banquo (Bertie Carvel) o la espera de Macbeth a ser asediado por Malcolm (Harry Melling).

En fin, es admirable que Coen haya querido hacer algo diferente, con tintes mucho más artísticos y atmosféricos, aunque al final no haya resultado del todo.