Qué bueno reencontrarse con ese aroma clásico donde la pausa, el sosiego y la tranquilidad para ir desarrollando una trama son virtud, amén de una experiencia contemplativa. Amparada por unos paisajes que evocan una tarjeta postal donde el viajar era más una inmersión sensorial que un paquete turístico, el encontrarse con un debut como LAS DOS CARAS DE ENERO consigue saciar a los cinéfilos amantes de Casablanca, por ejemplo, pues va en busca de esos contextos históricos donde las dobles identidades encontraban su mejor razón de ser en medio del amor y el dinero, los ideales o el poder, en definitiva, la aventura. Parajes exóticos para dos enormes interpretaciones masculinas (Isaac y Mortensen) alrededor de una Kirsten Dunst (talento y belleza nunca fueron tan de la mano - discúlpenme, pero tengo debilidad por ella) que se erige en perfecto objeto de deseo de un triángulo barnizado con el suspense a lo Patricia Highsmith. Absténgase aduladores del ritmo vertiginoso y vacío del cine moderno. Esto es para paladares finos que saben disfrutar de una puesta de sol en una isla griega.