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España España · Salamanca
Voto de La Maga:
3
Romance. Drama Japón, 1929. Chiyo, una niña de nueve años, es vendida por sus padres para trabajar en la casa de Geishas de Nitta Okiya. Su hermana mayor Satsu no es aceptada y es enviada a un prostíbulo. En la casa Chiyo conoce a Pumpkin, otra niña que va a ser instruida para ser geisha, así como a las famosas geishas Hatsumomo (Gong Li) y su rival Mameha (Michelle Yeoh). Los comienzos de Chiyo (Zhang Ziyi) son duros, pero un encuentro con el que ... [+]
31 de enero de 2007
30 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Steven Spielberg barajó durante algún tiempo la posibilidad de adaptar el best-seller de Arthur Golden Memorias de una geisha, pero desgraciadamente, sus esfuerzos se volcaron únicamente en tareas de producción. El marrón ha recaído en Rob Marshall, director de una de las películas más sobrevaloradas de los últimos tiempos: Chicago.
La cinta viene precedida de una polémica absurda: las protagonistas son interpretadas por actrices chinas. Precisamente la tría formada por Zhang Ziyi, Michelle Yeoh y Gong Li es lo único que sale indemne de esta visión occidental del Japón. Las geishas eran una mezcla de señoritas de compañía y prostitutas de lujo, pero Rob Marshall sólo sabe convertirlas en obras de arte en movimiento, muñequitas de porcelana, simple souvenir para autóctonos y forasteros. Su mirada turística, de escaso dominio en lo referente a la cultura clásica japonesa, se suma a la última moda de Hollywood: la venta de exotismo oriental. Y quién mejor para esta tarea que Rob Marshall, especialista en espectáculos amables, pero huecos, en los que aprovecha la mínima oportunidad para introducir un número musical.
Memorias de una geisha es un enorme (145 minutos de visita) parque temático donde el análisis social e histórico brillan por su ausencia, el amoroso-sentimental responde a una mente de cinco años y el concepto japonés de contemplación es malinterpretado. A Marshall le gusta cultivar viejos géneros clásicos, pero en esta ocasión confunde la sutilidad del melodrama con superficialidad, y aunque la trama funciona porque es más vieja que el cine, su preciosismo técnico, exprimido hasta la saciedad, es tal, que acaba por revelarse como auténtico papel de regalo. Si se lo quitamos, lo que nos queda es una serie de estampas bien musicadas y construidas sólo para demostrar lo buenos que son todos los que participan en ella (música, vestuario, decorados, maquillaje, fotografía…). Además, la poca fidelidad al texto, su estilo opereta (los japoneses son básicamente unas personas vulgares) empalagan una profundización de nulo interés dramático. De ella sólo se salva su maravilloso inicio, mezcla dickensiana y cenicienta que debería empujar la curiosidad de Rob Marshall a recorrer, quién sabe si por primera vez, algunos de los mundos reflejados por Mizoguchi, Naruse, Ozu, Oshima… Eso sí que es papel de regalo, pero con caramelo incluido.
La Maga
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