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España España · Salamanca
Voto de La Maga:
8
Comedia. Drama Un veterano actor secundario que trabaja en el teatro de La Latina vive tranquilamente con su novia en un pequeño apartamento. Pero, de repente, llega su hijo de treinta años, el típico Peter Pan de clase media, intentando introducirse en su vida. (FILMAFFINITY)
23 de enero de 2007
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como tantos otros jóvenes cineastas de nuestro país, Víctor García León decidió debutar como director con un nuevo despertar a la adolescencia. Más pena que gloria (2001) aportaba libertad y vitalismo, regalaba a los incondicionales de Enrique San Francisco la oportunidad de verlo en un registro diferente, y de paso, revelaba un talento más para el futuro de nuestro cine.

Premiada recientemente en el Festival de San Sebastián, con su segunda película, otra vez escrita al alimón junto a Jonás Groucho, Víctor García León parte de una premisa (un treintañero se instala de sopetón en la casa de su divorciado padre) que, por su actualidad, atrapa plenamente nuestro interés. Pero Vete de mí no se trata de una disección sociológica más al uso de la búsqueda de identidad y de lugar en el mundo, sino del tránsito lógico y natural de un observador nato, un creador de personajes humanamente reconocibles. La eterna adolescencia, esa mosca cojonera que desespera a algunos progenitores, nos adentra en un enfrentamiento generacional representado, para nuestro deleite, por un Juan Diego inconmensurable – recuerden, el mejor actor de este país para Javier Bardem, camino de igualarse con el tiempo a un Paco Rabal o un Fernando Fernán Gómez -, y un falso inocente, Juan Diego Botto, que, odiado y querido a partes iguales, aguanta el tipo como puede (que ya es decir) y añade un título más a una de las filmografías más cuidadas de nuestro cine.

Sólo una desastrada ambientación de sonido (que no la dicción de Juan Diego) y localizaciones, el sorteamiento de ciertos hilos argumentales y el insolidario abandono a última hora de unos mediocres y entrañables perdedores nos distancian de esta historia mordaz, amarga y brutal, llena de mentirosos compulsivos, egoístas inconscientes y tipos que se desentienden de sus roles. Padre e hijo bailan enmascaradamente en esta convivencia sin amor donde la Playstation simboliza la posible reconciliación, y las responsabilidades e intereses mezquinos y solitarios de uno mismo chocan con el equilibrio de una felicidad provisional. Las mujeres, más pragmáticas, brillan alrededor. Rosa María Sardá con la sencillez y el arte que posee liarse un porro; Cristina Plazas, con la naturalidad de una Adriana Ozores en potencia. Y happy end a la española, en torno a un tupper de espaguetis fríos que parece inquirir al espectador: ¿el fin de la familia?
La Maga
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