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España España · Salamanca
Voto de La Maga:
8
Drama. Romance En una plataforma petrolífera, aislada en medio del mar, donde sólo trabajan hombres, ha ocurrido un accidente. Una mujer solitaria y enigmática que intenta huir de su pasado (Sarah Polley) va hasta allí para cuidar de un hombre (Tim Robbins) que se ha quedado temporalmente ciego. Entre ambos nace una extraña intimidad, llena de secretos, verdades, mentiras, humor y dolor. Ninguno saldrá indemne de esta relación que marcará sus vidas ... [+]
13 de enero de 2007
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escrito en apenas un mes, el quinto largometraje de Isabel Coixet nos invita a digerir la vida secreta de las palabras, pero también la de los silencios, en un limbo petrolífero donde las almas pueden huir de sí mismas. Más alejada del cine indie USA, y más emparentada en esta ocasión con un modelo francés, la directora de Mi vida sin mí vuelve a construir un laboratorio humano compuesto de heridas, soledades y dilemas existenciales.

Hannah es una persona de un hermetismo atroz, hiriente, que se convierte al azar en enfermera, en busca quizás, de un nuevo hueco que ocupar sin que nadie la moleste. El silencio es su acompañante, y su pasado no permite ni entrada ni salida. Josef es su paciente, un tipo apoyado en la palabra, cansado de sí mismo, arrepentido. Ambos son seres que matan el tiempo para que el tiempo no los mate a ellos.

Coixet respira solidez. Amarga hasta las entrañas, su cine ha alcanzado una lucidez de extraña delicadeza. Su sobriedad procede de la sutileza y sencillez con que trata a sus protagonistas, criaturas a las que ama intensamente, en cada gesto, cada declaración, originándose una complicidad especial con el espectador, que es sumido en un estado de coma emocional a la espera de una revelación. Próxima a Wenders y Trier, la directora catalana lleva a cabo un elogio de las pausas, la ausencia y las palabras a medias, escondida a la espera de su momento certero. Con una voluntad de estilo nada complaciente, sin concesiones, alejada del sensacionalismo, ajena al ruido superfluo del efectismo, maneja el pulso, los ritmos interiores y tempos de un guión al que sólo cabe achacarle una prescindible voz en off, cierta previsibilidad, y el abandono de sus desvalidos secundarios, simple atrezzo. Menos mal que el irritante uso de la cámara al hombro desaparece rápidamente. Y es que Coixet, a pesar de lo que pueda parecer, es inquieta. Ha encontrado su álter ego (Sarah Polley), y la posibilidad de trabajar con actores de prestigio (Tim Robbins). Además, cada vez elige mejor la música deprimente (Tom Waits, David Byrne…) de sus historias, y no le falta nunca su desquiciado sentido del humor (presten atención a las abuelitas del autobús que discuten sobre las cualidades interpretativas de Van Damme y Vin Diesel). Fiel al latido de un diario sentimental y vital, reivindica los sentidos, apela a la ternura, la sensibilidad, pero elude lo fácil, construyendo, desde un aparente minimalismo, un romanticismo constructivo e imaginativo. El doblaje no ayuda, la dureza espiritual no deja casi esperanza, pero sólo con una escena es capaz de hacernos resucitar, llevarnos del dolor y el horror, a una de las declaraciones de amor más increíbles jamás filmadas, pues está dispuesta a conceder la salvación a todos aquellos que deambulan en busca de su destino. Cuidémosla. Al igual que Sofia Coppola, esta cineasta puede ser el más claro ejemplo de que el cine del futuro está en manos de mujeres.
La Maga
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