Nada de ponerse nostálgico, ni de hablar de El temible burlón, Viento en las velas, La mujer pirata, El mundo en sus manos y otras perlas. Tampoco de empeños más recientes, saldados con más éxito, como la incomprendida Piratas, de Polanski, que empieza y termina en un huis clos tan cerrado como el resto de las películas de su director y es al tiempo una buena película de género. Pero es que Verbinski hace bueno incluso al malo de Renny Harlin y La isla de las cabezas cortadas, lo que ya es mucho decir. Piratas del Caribe no es una mala película de piratas (que lo es); es, a secas, una mala película, con escenas alargadas y tediosas, un gusto por el estereotipo digno de mejor causa, una puesta en escena caótica que confunde la acción con la confusión y unas interpretaciones verdaderamente erradas (los excesos de Deep son imperdonables, la chica es de cartulina y Bloom merece mejor suerte: con Rush no me meto porque siempre está bien) Los personajes no respiran en un paisaje abierto (será porque éste, literalmente, no existe, y todo lo crea la dichosa infografía, hasta lo que miran por los ventanales de las casas) y la acción progresa espasmódicamente. Sólo un plano merece la pena: el de los piratas fantasmales andando a paso de carga por el fondo del mar, una imagen inquietante como pocas, que se pierde en el maremagnum de efectos especiales que no tiene, en absoluto, el hálito de lo fantástico. No es mucho para 150 millones de dólares.