Lo que en los primeros minutos de metraje parecía que se iba a convertir, una vez superada la gracia inicial, en una cosa parsimoniosa en la que sólo veríamos al fantasmita de marras observar su vecindario por la ventana, y a su mujer realizando tareas domésticas o arrastrando su dolor cual alma en pena por los pasillos de la casa, deriva sin embargo en una de las más originales y curiosísimas obras que ha dado el cine independiente norteamericano en los últimos tiempos; una obra fresca y muy creativa que reflexiona muy inteligentemente sobre el tiempo, que ese fantasma percibe de manera diferente.

No carece de defectos, tales como el alargamiento innecesario de los planos (el de la tarta es particularmente injustificable), o el formato como de vídeo casero que se ha elegido un tanto aleatoriamente, pero cuando se entra en el juego que nos propone puede llegar a fascinar por momentos, y se ve casi todo el tiempo con una sonrisa gracias a sus buenas ideas y sus imágenes tan bien elaboradas. Toda una sorpresa, que parecía en sus primeros instantes una fantasmada...