Haz click aquí para copiar la URL
Voto de SEÑOR SPINALZO:
9
Romance. Drama Adèle (Adèle Exarchopoulos) tiene quince años y sabe que lo normal es salir con chicos, pero tiene dudas sobre su sexualidad. Una noche conoce y se enamora inesperadamente de Emma (Léa Seydoux), una joven con el pelo azul. La atracción que despierta en ella una mujer que le muestra el camino del deseo y la madurez, hará que Adèle tenga que sufrir los juicios y prejuicios de familiares y amigos. Adaptación de la novela gráfica "Blue", de Julie Maroh. (FILMAFFINITY) [+]
2 de noviembre de 2013
24 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy pocas veces se tiene la oportunidad de salir del cine con la sensación de ver un clásico moderno, una película que desde ya tiene asegurada su posición de privilegio en la historia del séptimo arte. Sin duda, un sentimiento impagable para cualquier amante del cine. Y una vez más, el mérito recae en la última Palma de Oro del Festival de Cannes, confirmando nuevamente que la fama del festival francés, fundamentado en una excelente promoción mediática, puede extrapolarse también a su depurada programación oficial. He ahí “La vida de Adèle”, un profundo viaje sobre el amor que vuelve a situar al cine francés en la cúspide del panorama internacional.

La premisa de partida no podría ser más simple: Adèle (Adèle Exarchopoulos), una adolescente con todas las inseguridades propias de su edad, acaba descubriendo el amor verdadero con Emma (Léa Seydoux), una lesbiana con el pelo azul. Si nos quedamos aquí, el planteamiento sería de lo más superficial e incluso falto de verdad. En todo momento, la película va siempre más allá, ya que los afectos afloran a lo largo de sus escenas, incluso cuando el amor se manifiesta a través del sexo explícito (la primera escena íntima es simplemente antológica). Un tema difícil si tenemos en cuenta que se concentra en el despertar sexual de la adolescente protagonista, una edad en la que la vida es de una intensidad inigualable, marcada igualmente por la inexperiencia y la curiosidad.

Por otra parte, decir que la película es un retrato del amor homosexual tampoco sería acertado, ya que su intención es mostrarnos el amor sin más, exento de connotaciones extra. A nadie sorprende hoy día la homosexualidad en el cine, pero “La vida de Adèle” cuenta entre sus logros traspasar dichos límites que, excepto ciertas salvedades (bares homosexuales, desfile del orgullo gay, prejuicios sociales…) trascienden la simple apología, habitual en estas producciones. En ese sentido, la película es un producto incuestionable de su tiempo, una época donde cualquier relación puede ser igualmente natural con independencia de sus características sexuales.

En cuanto a la caracterización de sus dos personajes principales, éste es uno de los puntos esenciales de la película. No en vano, la Palma de Oro reconocía conjuntamente la labor del director y sus dos actrices principales. Con todo, es innegable el enorme trabajo de la actriz que da nombre al film, hasta el punto de que ella es realmente la película. Una actriz que cautiva con su presencia en pantalla de apariencia dulce. Pero también es necesario precisar que toda la perfección alcanzada es fruto de las exigencias de su director, el franco-tunecino Abdellatif Kechiche, a menudo tildado de déspota por su exagerada minuciosidad en el rodaje. Sea como fuere, la evolución del retrato de Adèle es encomiable, pasando de ser una adolescente con todos sus tics intrínsecos a convertirse en una mujer en sus primeros años de la edad adulta. Por su parte, el personaje de Emma podría asociarse a la simbología colorista de la cinta, principalmente al azul de su pelo, símbolo de la seguridad, la inteligencia y el reposo. Pero igualmente azul es la relación entre ambas chicas, ya que el color también se asocia con las emociones profundas y el mundo de lo onírico, cualidades ambas muy presentes en su relación sentimental.

Casi de forma inevitable, tampoco falta el tópico, una herencia directa del original literario. Así pues, las protagonistas se vinculan directamente al mundo del arte, principalmente a la pintura, como si la sensibilidad y la homosexualidad fuesen dos premisas inseparables de lo artístico. Pero la película consigue apoderarse del estereotipo para ir más allá, para plasmar su declaración de intenciones. En ese sentido, el director pretende incorporar su creación al dilatado canon artístico de la representación del cuerpo femenino desnudo, tan repetido en la historia del arte. Una película que aspira a ser arte, tanto por su ideología, expresada en sus continuas y veladas referencias literarias y pictóricas; como por su artesanía que busca la perfección en cada plano. Llegados a este punto, sólo cabría hacerse la casi pertinente pregunta: ¿qué es arte? Ante esta irresoluble incógnita, osamos subjetivamente a definirla como aquello que nos llega a través de la percepción para surtir en nosotros una emoción. Si nos acogemos a lo dicho, “La vida de Adèle” es arte en estado puro, una suerte de emociones continuas que brotan a lo largo de su metraje, ya sea a través del amor o del dolor.

Todo lo dicho adquiere su sentido final en el otro punto crucial de la película que es su apartado técnico. Sin duda, su punto más arriesgado a través de continuos primeros planos que sitúan al espectador como un voyeur que invade la vida y la intimidad de la protagonista. Una planificación audaz que nos recuerda irremediablemente a “Faces” (1968) de John Cassavetes, y que encuentra aquí su más digna sucesora en lo formal. Todo ello aderezado por un estilo típicamente francés que se mueve a medio camino entre patrones típicos de la “nouvelle vague” (ciertos cortes de escena son netamente godardianos), hasta el más realista estilo autoral de los últimos cineastas galos.

Ni que decir tiene que su proyección sólo puede disfrutarse como merece en una sala de cine, imprescindible para admirar todo su esplendor, su técnica e intensidad emocional. Tal es así que acaba superando con creces al original de la novela gráfica, mucho más sucinta en su planteamiento. No en vano, su historia apenas se desarrolla en la primera parte del díptico fílmico, para luego dar paso a una segunda parte totalmente nueva y libre cuya progresión final es simplemente excelente, tan real como la vida misma. Un saber hacer y una honestidad pocas veces vista en el cine actual que son dos valores que resumen toda su fuerza expresiva. En definitiva, cine con mayúsculas.
SEÑOR SPINALZO
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow