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Antigua y Barbuda Antigua y Barbuda · Fea
Voto de Rodolfo Lasparri:
7
Drama Los Weston viven en una gran mansión en las afueras de Pawhuska, en Oklahoma. La desaparición del padre en extrañas circunstancias hace que la familia se reúna y que todas sus miserias salgan a la luz. Adaptación al cine de la obra de teatro homónima ganadora de un Tony, que a su vez adapta una novela ganadora del Premio Pulitzer en 2008. (FILMAFFINITY)
7 de enero de 2014
15 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las reuniones familiares siempre han sido una tentación para los narradores del mundo. Agosto nos muestra el reencuentro de la familia americana Weston. La desaparición del padre por causas desconocidas provoca que las hijas acudan a la casa donde se criaron y a la realidad familiar de la que huyeron. Allí su madre, enferma y adicta a las pastillas, las espera con artillería pesada. “Vamos girando alrededor de un cactus”, afirma el padre antes de desaparecer. La madre, poco a poco, irá convenciendo al espectador de su condición vegetal. Pinchando, con ingenio y mucha mala baba, a quien se acerque lo mas mínimo.

Lo que podría ser una cena agradable resulta ser un festín de emociones que nunca llegan a resolverse. Consiguiendo esa sensación de apetito, deseo o hambre. Todo sinónimos de una misma condición ansiosa. El espectador deviene un carnívoro que quiere más a cada escena y, en cierta forma, la matriarca sirve los platos cada vez más pesados. Durante el banquete, la nieta de 14 años afirma ser vegetariana, argumentando que “comer carne es comerse el miedo del animal antes de matarlo”, todos ríen, incluso el público le parece absurda la afirmación. Pero lo cierto es que el miedo está en cada uno de los comensales y rige las vidas de todos ellos, de forma protagonista. La sentencia de la niña, así como el cáncer de boca de la madre o el desierto o el asfixiante calor, se suman a la lista de guiños metafóricos que Tracy Letts mete en un guión para saborear varias veces. Diálogos, pausas y monólogos van en perfecta sintonía con las dinámicas emocionales de cada instante. La armonía del texto, así como la rítmica del film, son de Oscar. Cabe añadir que estamos ante un matriarcado turbador sobre tres hijas de carácter. Aquí los hombres, desbordados por su compañía, quedan en un tercer lugar de estudio. Se puede afirmar que la obra supera, y con creces, el test de Bechdel, donde mujeres, con nombres, no hablan de hombres.

Pero todo eso es teatro. Ahora, vamos al film.

Algo de tacto, ciertas pausas, buena luz y algo de música agradable conforman los hallazgos de un director-encargo más preocupado por las estatuillas que por un cine que apueste por algo. Porque no estamos ante una buena película, estamos ante una fabulosa obra de teatro filmada. Aquí el diálogo o asociación entre imágenes es inexistente. Solo importa el texto y lo que se dice, y como se dice, y quién lo dice. Las imágenes, aquello que configura la propia naturaleza del cine, aquí solo participan a modo de maquillaje para el gran engaño. Por mucho que nos pese, Agosto es otra victoria del teatro en el cine. Pero eso si, un gran teatro. Sea como sea, la producción tiene muy claro su objetivo: ser "Candidata a los Oscars" (ya un género en si mismo, con criterios, políticas, normas y marketing propios), pero la falta de firma, de carácter, de riesgo, o de esencia misma nos impide un último aplauso. Ese perfectísimo repelente de productos hechos con cronómetros y estadísticas y estudios de mercado sirve para ganar dinero, pero no para ahondar en las conciencias de los espectadores. Es imposible no compararla con otras reuniones familiares fílmicas, como por ejemplo, “Celebración”, de Thomas Vinterberg (director que si apuesta); donde la familia europea trata de temas mucho más dramáticos que la soledad o la falta de amor o el maltrato educativo entre madres e hijas, que para qué engañarnos, no son carne roja. Con Agosto, sea como sea, uno se queda con hambre.
Rodolfo Lasparri
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