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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
3
Thriller. Terror Una familia se va de viaje al desierto en una caravana pero se queda atrapada en un terreno sofocante. Allí se dan cuenta de que la caravana esconde secretos horribles. (FILMAFFINITY)
1 de marzo de 2021
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En La caravana del mal se dignifican numerosos elementos clásicos de películas de terror relativas a los subgéneros de la haunted house y la road movie, categorías que dividen la estructura narrativa en dos grandes partes bien diferenciadas y en las que ninguna llega a ser tan siniestra o profunda como se intenta. Esos elementos son usurpados de grandes filmes de culto como El diablo sobre ruedas (Steven Spielberg, 1971), Christine (John Carpenter, 1983) o su reverso checoslovaco Ferat Vampire (1982) del inestimable icono de la Nová Vina Juraj Herz y que se suman a una ambientación propia del hillbilly horror de los 70 basada en la escenografía desértica y tórrida prefabricada para el argumento, y cuya concepción recuerda plenamente a Las colinas tienen ojos de Wes Craven (1977), director del que también se toman ciertas pautas narrativas poniendo el ojo en El sótano del miedo (1991). Tom Nagel, director de esta pequeña producción, tiene unas intenciones claras de ‘modernizar’ el slasher, ese emblema cinematográfico oxidado por el paso del tiempo, jugando con todos los recursos anteriormente mencionados para ofrecer al espectador algo ligeramente diferente a lo acostumbrado en películas de asesinos en serie y posesiones pero que se queda tirado a medio viaje por las nulas nociones de creación y resolución de conflictos que presenta, así como las recurrentes gansadas que se ve obligado a utilizar para impactar y tensionar al espectador ante un argumento que se cae por su propio peso.

En los últimos años veo una traicionera tendencia al alta, tanto en el cine comercial como en el de serie B del género, de comenzar directamente con un preludio, generalmente, una introducción o presentación del antagonista para generar lo más rápido posible la ambientación que ponga en alerta al espectador desde el planteamiento de la película, un desacierto que, aparte de estar lejos de funcionar, intuye ciertas carencias y holgazanería de un director que parece no ser capaz de plantearla a través de un argumento sólido, y que, generalmente, termina siendo contraproducente para lo que se quiere tratar como ya demostraron los hermanos Pierce con Madre oscura (2019) o Adrian Langley con Butchers (2020) por poner dos ejemplos.

A partir de este punto, la narración adquiere un ritmo que avanza a trompos, presentando un abanico de personajes asentados en la cultura redneck muy acorde con las influencias que toma, y a los que da una construcción psicológica en torno a los conflictos familiares que arrastran para que, cuando el argumento lo requiera, mejorar los picos de tensión en compañía del conflicto principal de la película. Esta contraposición de ideas no termina de funcionar tan bien como debería, ya que la nula personalidad de los protagonistas no permite establecer la más mínima empatía con ellos, haciendo que todo lo respectivo a sus problemas internos quede absolutamente marginado por el nulo interés que tiene tanto para el argumento como para el propio espectador. Aparte, su finalidad de ruptura de la unidad, de aballestar las relaciones de sus personajes, es un aspecto transversal de toda película que contemple un desarrollo del argumento en este contexto de home invasion que no necesita ser justificado por elementos ajenos a no ser que presenten unas características extraordinarias como La cosa (El enigma de otro mundo) de John Carpenter (1982), ya que la denominada idea de fiebre de cabaña implícita en este tipo de películas excusan, mediante la lógica, todas las acciones de los personajes.

Después de toda esta primera parte marcada por la road movie en la que muy acertadamente Nagel ofrece dudas y posibilidades al espectador acerca de la identidad e intenciones del antagonista a través de numerosas causalidades, da comienzo en lo que verdaderamente pensaron los guionistas al querer hacer esta historia. Y es cuando más se hacen notar las ocho manos a cargo del guion que, cuanto más tinta gastan, mayor descoordinación presentan, reflejado en la dirección del director estadounidense y, sobretodo, en el mismo montaje a su responsabilidad. No sabe a dónde apuntar, ni cómo hacerlo. No sabe cómo terminar de perfilar a un antagonista que ya, desde su primera aparición, presenta una falta de carisma risible que no salva ni su obvia similitud con el popular asesino en serie de los 70 Fritz Honka tan bien representado en la muy recomendada El monstruo de St. Pauli de Fatih Akin (2018). No sabe si embutirse en lo onírico, herencia de Craven, o en lo realista, llegando a una narración tan impredecible que destroza la gran catarsis que todos esperamos, y donde la acción es tan cutre como los innumerables cortes sin sentido del montaje que ni si quiera respetan el espacio fílmico haciendo escenas confusas propias de un principiante.

De las interpretaciones únicamente mencionaría dos; David Greathouse como Robert Gunthry y Greg Violand como Charles. La primera, por lo correcta que es; la segunda, porque es impresionante. Es impresionante ver a un actor manteniendo el mismo registro durante 95 minutos de película, más en una película de terror donde la expresividad es crucial para saber transmitir los sentimientos de las víctimas hacia el espectador. Pero a Violand le da absolutamente igual todo, de hecho, mantiene la sonrisilla serena hasta en las secuencias más dramáticas de la película, secuencias que, por cierto, no tienen la mínima repercusión psicológica en su personaje (quizás por eso se deba su único registro).

La caravana del mal no ofrece nada interesante, y es aburrida en muchos de sus calurosos tramos, intentando arrojar ideas nuevas a base de arremolinar, sin saber muy bien, temas trillados del género. Podría haber sido otra cosa si el rumbo de la caravana de pensamientos de sus guionistas hubiera estado definido en una sola dirección en lugar de bifurcarse por carreteras imposibles de conducir para un conductor incapaz de socavar los baches del argumento eficientemente. (2.5).
Tiggy
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