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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
8
Drama A principios de los años 60, Ignacio y Enrique, conocen el amor, el cine y el miedo en un colegio religioso. El Padre Manolo (Giménez Cacho), director del centro y profesor de literatura, es testigo y parte de esos descubrimientos. Los tres vuelven a verse a principios de los 80, y ese reencuentro marcará sus vidas. Ignacio, que ahora se llama Ángel (García Bernal), es un travestido que aspira a ser actor. Por su parte, Enrique (Fele ... [+]
29 de diciembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El manchego no es solo experto en plasmar de la forma más leal y respetuosa los entresijos que esconde la dicotomía femenina, sino que también es capaz de trasladarla a la prisión religiosa que encierra, entre fríos e hipócritas barrotes, la libertad individual. Como ya hizo en la desapercibida, pero no menos meritoria, Entre tinieblas (1983), Pedro Almodóvar revive con La mala educación su paso por el colegio eclesiástico cacereño San Antonio de Padua, tan traumático como necesario para la construcción de su personalidad y su inconfundible estilo, así como para el inicio de su brillante mente cinéfila. Basándose en sus vivencias personales y mezclando ficción con realidad, el maestro director emprende con tenacidad su denuncia hacia el seno de la iglesia narrando la vida de Ignacio, un pequeño escolar que experimenta el despertar sexual de la peor forma posible: dentro de una institución religiosa. En La mala educación podemos sentir el miedo de ese pequeño Almodóvar en cada plano, en cada instante de Ignacio en el colegio, un miedo que lo envalentona a seguir hacia delante para culminar su opus dei, mirando con recelo el pasado para cambiar el futuro de tantos que, como Almodóvar o Ignacio, sufren en silencio la mano dura de la iglesia. Esto queda reflejado en la mirada del pequeño Ignacio, en ese paso que separa la película en dos tramos: la primera, en la que ambos juegan con cautela, con miedo, hasta que la línea del pequeño actor rompe con un ‘si no creo en el infierno ya no tengo miedo, y sin miedo soy capaz de cualquier cosa’ tanto su inocencia como el filme.

Estamos ante una de las más honestas cintas del director, donde su figura está presente tanto tras la cámara como tras la pantalla. Su álter ego Enrique Goded (Fele Martínez), director cinematográfico en crisis de creatividad, presencia La visita que cambiará su vida por parte de un viejo compañero de colegio. Esto lo hará sucumbir a una vorágine de engaños y revelaciones que, a un impecable ritmo de thriller que sigue, muy perfeccionada, la estructura de La ley del deseo (1976), atrapa fundiendo deliberadamente la historia y la ficción en una muestra de metacine que plasma la evolución de la sexualidad a través de las décadas de 1960 y 1970, alternando entre ruralismo y urbanismo, desde la represión hasta la liberación.

La mala educación descubre el tormento de Almodóvar a través de las turbadas mentes de sus personajes que, por una u otra razón, el fugaz hueco destinado para la esperanza que mantiene en ellos es cubierto de una oscuridad implacable. Este Almodóvar no cuenta chistes, ni ríe ni sonríe, como ya acostumbraba en muchas obras anteriores, sino que sigue temblando de miedo como un niño indefenso, como un niño al que roban la fe y la inocencia, entregándose al abismo al que tantos homosexuales y transexuales están condenados por la duda, el rechazo y el trauma. Y esto sabe tratarlo desde el inicio, desde la niñez, pasando por todas sus etapas, de una manera tan cruel como realista para que el mensaje llegue, cordial, a nosotros. Y digo cordial para expresar que Almodóvar no busca el impacto visual con escenas desagradablemente explícitas como acostumbra el subgénero de abusos sexuales con películas como Los niños de San Judas (Aisling Walsh, 2003), sino que es capaz de declararlo con elegancia mediante secuencias que, como en el cine de terror, deja a la sugerencia plasmar el verdadero horror del subgénero. Inolvidables escenas, como esa búsqueda incansable del Padre Manolo (Daniel Giménez Cacho) por los urinarios como un Harry Powell amenazando con encontrar en el granero a los niños de los Harper en La noche del cazador (Charles Laughton, 1955) inundan de oscuridad la niñez arrebatada al son del amenazante violín de Ara Malikian.

Pero el director también deja espacios, cortos pero muy significativos, para hablarnos de él fuera de su álter ego, haciéndolo prácticamente omnipresente durante todo el relato. Su estrecha relación con Fabio McNamara queda patente en el joven Ignacio, caracterizado como Zahara, y su amigo también travestido (Javier Cámara), recordando con algo de nostalgia su asociación musical de los años setenta y esa fastuosa década llena de sexo, drogas y alcohol. También deja hueco para un selecto grupo de referencias, desde Billy Wilder (del que también se deduce en el guion) hasta Sara Montiel, símbolo inestimable del colectivo. Es indudable que la forma de tratar estos temas y todo su repertorio de alusiones han marcado un antes y un después en la forma de afrontar la homosexualidad y transexualidad en el cine posterior a los 2000, teniendo la reciente Veneno (Javier Ambrossi y Javier Calvo, 2020) como el mayor tributo al cine de Pedro Almodóvar, más concretamente a esta La mala educación.

Hasta la personal estructura narrativa, punto más fuerte de una película capaz de transformar el argumento de arco a arco moldeando tiempos y ubicaciones mientras sus personajes experimentan el devenir fue replicado, también con soltura, por los Javis en su serie televisiva, alternando, como he dicho antes, otra de las señas de identidad de este asombroso cineasta: la delgada línea entre la ficción y la realidad y la búsqueda desesperada del ‘yo’. Todo ello orquestado por un Gael García Bernal que raya la perfección sabiendo troquelar una gran cantidad de registros para llenar de misterio la obra, absorbiendo todo el protagonismo sin desmerecer la gran cámara actoral que lo acompaña entre los que destacan Francisco Boira, Javier Cámara o Lluís Homar y su particular performance de la recordada escena final de Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995). Un Almodóvar tan certero y lúcido como en sus atemporales clásicos ¡Átame! (1989) o Todo sobre mi madre (1999), personal y sincero que echa raíces en la cultura nacional para llevar a cabo una denuncia basada en recuerdos de la que Ángel Andrade hubiera hecho cuadros enteros. (7.5).
Tiggy
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