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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
6
Comedia. Drama El viejo Donald Sullivan es un trabajador de la construcción que sigue siendo tan encantador, adulador y rebelde como cuando era joven. El mayor problema de Sully es que se niega a crecer, razón por la cual abandonó sus responsabilidades familiares. (FILMAFFINITY)
15 de septiembre de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si a algún actor se le puede llamar así no puede ser otro que Paul Newman. En Ni un pelo de tonto reafirma su título, ya en la vejez, y su trayectoria hasta 1994 en el cine. Esta comedia dramática está hecha con el propósito de reafirmar a Newman, que, con un excelente trabajo, se mantiene tan vigoroso como en su juventud. Se narra la historia de un hombre normal, en un vecindario normal y con una familia normal pero que, mediante la tonificación de los problemas más mundanos, se siente verdaderamente inmersiva, casi como si Donald ‘Sully’ Sullivan (Paul Newman) pudiera ser tu modesto vecino. La complicidad de los habitantes de un pequeño pueblo americano expone los problemas que Sully se ha empeñado en evitar, manteniendo el virus de la rebeldía en su sangre, ignorando la realidad. Funciona en sus dos géneros, muy vitalizados por secundarios de lujo como la ganadora del Tony, Jessica Tandy (Beryl Peoples), Bruce Willis (Carl Roebuck) o el excelente Prutt Taylor Vince (Rub Squeers), el que más comicidad aporta en los momentos más dramáticos.

El texano Robert Benton es especialista en tratar la miseria cotidiana y familiar como ya vimos en la brillante Kramer contra Kramer (1979), haciendo de algo a la orden del día una épica familiar de autodescubrimiento donde el antagonista es la peculiar capacidad de relación del protagonista con sus allegados, como fue Ted Kramer (Dustin Hoffman) con su mujer Joanna Kramer (Meryl Streep) y las repercusiones emocionales costeadas en tragedia, mismo caso del viejo Sully con sus amigos más cercanos, su familia o su jefe. Benton sabe cómo manejar esto alternando la corriente entre la comedia y la tragedia, aunque, en esta ocasión, cortocircuitando a veces en una de las dos al dejarse llevar por un sentimiento único repercutiendo en su protagonista, provocando rechazo en el personaje de Newman cuando el interés es crear un retrato entrañable del mismo. El texano tiene mucho mérito en la adaptación novelística de este tipo de obras, sorprendiendo con el giro de tuerca que emplea en los desarrollos de sus personajes dejando un sabor agridulce en nuestro paladar, alejándose del convencionalismo de la felicidad ignorante para rehogar el relato en el realismo, en el que no todo es bonito, en el que una acción tiene su consecuencia… en el que Sully se da cuenta de sus irreparables errores.

La aclamación de la rebeldía que hace Benton en el personaje de Newman se siente como una reprimenda del director hacia sí mismo. La rebeldía se consolida en una filmografía plagada de golfos y tramposos, dando guion a películas como Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967) o El día de los tramposos (Joseph L. Mankiewicz, 1970) para someterse después a la evolución de la edad que aparta la rebeldía con el drama cotidiano, pero altamente lastimoso como la citada Kramer contra Kramer o la película ante la que nos encontramos hoy, todo a través de sus protagonistas. Ciertamente el texano usa la misma figura de caradura que en sus inicios en el cine, pero en un personaje que progresa a través de unos problemas aparcados en los corazones de sus seres queridos y que olvida por una personalidad despreocupada e incluso egoísta. Pero estos asoman bajo la nieve al retirarla con una quitanieves, requiriendo la valentía de seguir usándolo para acabar con ellos.

El principal problema de la película es que Benton se empeñe en que empaticemos, incluso admiremos a Sully por su personalidad egocentrista cuando, por argumento y trasfondo, es imposible de conseguir. También cuando por esa misma razón trata de dar lecciones de vida desde un personaje cuya vida ha sido un desastre debido a las mismas particularidades por las que deberíamos admirarlo. Aun así, la diversión que ofrece echar un vistazo a la vida de Sully paga el peaje, consiguiendo pasar con una vieja camioneta llena de, aunque algo fría, bondad. La carta más alta que tiene Benson en la mano es Paul Newman, nominado al Óscar, y al que se debe todo el carisma que desprende su personaje en cada diálogo, dotándolo de un encanto pícaro, con una sonrisa molida por los años, pero igualmente cercana y llena de vida. Nada se le puede achacar al resto del elenco, haciendo bien sus papeles con un robo de protagonismo inesperado por el entrañable e incondicional amigo de Sully: Rub Squeers (Pruitt Taylor Vince). Jessica Tandy, impecable, pero con el mismo registro de siempre.

Howard Shore no influye demasiado en la emoción de la historia, con composiciones que rozan un beneplácito navideño que poco tiene que ver con un personaje lleno de dudas y tristeza que no sabe cómo enmendar sus problemas. Sin medias tintas, Benton subraya la carrera de Newman construyéndole un show para él solo, lleno de estrellas invitadas como el gran Willis y un decorado que corteja la mejor faceta del actor para ser conquistada por un mensaje de reconciliación consigo mismo y con las personas que quiere resultando divertido seguir la pista de un canalla como Donald ‘Sully’ Sullivan.
Tiggy
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