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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
7
Terror. Comedia Joel, un mordaz crítico de cine especializado en terror, se da de bruces con un grupo de terapia para asesinos en serie. Ante este escenario, nuestro protagonista hará todo lo posible para integrarse entre los matarifes, a riesgo de convertirse en su próxima víctima. (FILMAFFINITY)
22 de febrero de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Contemplo en estos últimos años un emotivo afán por la recuperación de todas esas películas que cosecharon pesadillas durante la década de los 80 por parte de grandes directores emergentes como Charlie Steeds, Joe Begos o el que nos ocupa hoy, Cody Calahan. Esta nueva ola de directores readapta sus películas favoritas, las obras de estudio que nos regalaron sus antecesores, revisionándolas bajo la admiración, el cariño y el respeto de un alumno hacia su maestro. La diferencia es que estos avezados alumnos son algo rebeldes, y no dudan en criticar, con ácido ingenio, el género de explotación por excelencia de 1980 en sus enérgicos homenajes, prestándose al mockbuster y la sátira sin más pretensión que conseguir una sonrisa en sus semejantes, entre nosotros, amantes y críticos de un género tan denostado por su repetición de conceptos como satisfactorio cuando encontramos algo que se escurre del molde. Y es Vicious Fun buena muestra de ello. Una película hecha de fan a fan, tan divertida desmitificando los esquemas del terror como ingeniosa llenando la oscuridad de Asalto a la comisaría del distrito 13 (John Carpenter, 1976) de colores, neón y mucho humor.

A muchos de nosotros nos apasiona el terror, de la misma forma que nos apasiona comunicar y escribir sobre él, en resumen, criticar eso que nos hace felices. ¿Y qué mejor forma hay de hacer una película que desmenuza, rompe, se ríe y, en resumen, critica todos los esquemas atropellados por el género? Haciendo del protagonista uno de los nuestros, un entusiasta fan y redactor de una revista de divulgación del terror bajo ambientación ochentera. Un antihéroe en el que tú, yo o el mismo Calahan podamos sentirnos identificados, pero a un precio. El director canadiense critica al crítico, diseñándolo como un ente penoso que vaga entre emisiones de medianoche al acecho de una obra que juzgar. Joel (Evan Marsh) es la definición del patetismo; asocial, inseguro, patoso y con nula capacidad de hablar con una mujer. Esta humillación, que va in crescendo durante la película, no se hace con mala baba. De hecho, el mensaje de Calahan es muy bonito por su complicidad y honestidad con el espectador, con otro fan. Nosotros analizamos y criticamos innumerables películas, pero, ¿por qué no hacemos eso con nosotros mismos? ¿Por qué no vemos, y sugerimos un mejor trato, de todos esos defectos que filmamos en nuestra propia película? Franco y tajante, Calahan construye a su personaje bajo esta idea, haciéndolo transparente a nuestros ojos, y para el que no hay mala intención, sino el entrañable y tierno consejo de un director que parece saber de lo que habla.

Es literalmente con este mensaje con el que abre el telón de su show, involucrando a un director de género ficticio y a nuestro entrañable protagonista en una pequeña entrevista en la que una sola línea de diálogo basta para poner los pies en el suelo a cualquier crítico venido a más. Tras la crítica recibida por parte de Joel, el director contesta: ¿y tú qué harías? ¿Qué haríamos nosotros cuando vemos algo que no consideramos correcto en un filme? ¿Sabrías explicar qué harías tú, si fueras director de cine? Las críticas son recíprocas, y tanto director como crítico deben estar abiertos a recibirlas pero claro, hay una diferencia entre una acusación y un juicio. En la acusación, solo se señala, sin dar las soluciones que ofrece un juicio. Y eso es lo que tiene claro Calahan, y lo que nos dice literalmente a nosotros, no como una reprimenda, sino como la opinión que te podría dar un amigo. Es por estos aspectos temáticos que hacen a Vicious Fun tan auténtica dentro del mockbuster, tan bienintencionada que es imposible no recibir de buen agrado los consejos del entusiasta del horror canadiense.

Y es, también, la forma que tiene de convertirla en un coming-of-age en la que Joel aprende a través de la experiencia, de su disparatada aventura asesorada por dos mujeres, por Carrie (Amber Goldfarb) y Sarah (Alexa Rose Steele), que le ayudan a evolucionar y gestionar sus problemas dentro y fuera de la reunión de asesinos en serie a la que Joel asiste por designios del destino. Sí, por muy hilarante que parezca, Calahan reúne todos los estereotipos del cine de terror en una reunión de asesinos. Desde el homicida corpulento y enmascarado como Jason Voorhees de Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980) o Leatherface de La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) hasta el psicópata inteligente, frío y con máxima implicación social como Hannibal Lecter de El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) o Patrick Bateman de American Psycho (Mary Harron, 2000), pasando por caníbales y payasos. Y para los que todo el elenco responde de una manera brillante, sobresaltando al gigante Robert Maillet que ya sorprendió en Becky (Jonathan Milott, 2020) y a Julian Richings haciendo su performance personal del Joker de Phillips. Todo, como he dicho, bajo la cálida manta con la que John Carpenter arropa a todos sus pupilos llamada Asalto a la comisaría del distrito 13.

Y puede que no sea leitmotiv de Carpenter, pero los sintetizadores con los que Jeff Maher adorna toda la película evocan irremediablemente sus ritmos ochenteros más pegadizos y que tan bien casan con la estética de neón, tal y como el compadre de Calahan tras la cámara, Joe Begos, hizo a su manera en la imperdible VFW (2019). Qué más puedo decir de esta sorpresa más allá de que es una parada obligatoria para los fanáticos de este género, autoparódica y descarada, pero hecha con tanto cariño que es imposible no encariñarse de ella. (7.5).
Tiggy
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