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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
3
Acción. Ciencia ficción Los soldados inconscientes son arrojados a un sitio de pruebas donde descubren que sus recuerdos han sido borrados. Las máquinas dóciles son la nueva inteligencia.
8 de septiembre de 2020
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un filme bastante cochambroso que demuestra que el director es usuario de videojuegos, ya que el argumento en sí parece un popurrí de conocidos títulos como Call of Duty, Halo o Titanfall, incluso tiene un carácter ‘battle royale’, subgénero muy de moda de unos años atrás hasta aquí. Robot Riot es básicamente como estar viendo a alguien jugar al último videojuego de moda, con un argumento burdo y plano, personajes sin personalidad y una camarilla de secuencias de combate y épica, rellenada con clichés. Ryan Staples Scott nos cuenta la historia de un grupo de personas mandadas a una ubicación inhóspita y secreta, faltos de recuerdos y con una amenaza a la que deben enfrentarse: unos robots llamados Mechs, inteligencias artificiales optimizadas creadas por el villano gobierno de EE.UU. y probados con carnaza real. No es un argumento que brille por su originalidad, ya que del estilo podemos encontrarnos con obras magnas como Cube (Vincenzo Natali, 1997) o la reciente El hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019).

Robot Riot, al igual que un FPS, tiene todos los requisitos para formar una historia aburrida. En primer lugar, personajes planos que solo sirven para ver cómo mueren cuyas complejas relaciones se basan en que son aliados y deben ayudarse contra el malo, que sabemos que es malo porque es un alto mando de los Estados Unidos, se viste entero de negro, tiene los típicos esbirros que dudan de su cometido y grita mucho. El malo tiene una flota de mechas programados con una tecnología de aprendizaje, convirtiéndolos en los asesinos más eficientes del mundo. Una necedad donde los niveles de entretenimiento se reducen a secuencias de acción tan mal rodadas que hacen perder al espectador las nociones de espacio en el que se desarrolla, así como la ubicación de los personajes en el escenario e incluso las dimensiones de los antagonistas por el nerviosismo frenético tanto de director como de operarios para buscar la épica donde no se puede sacar por el ínfimo trasfondo de todos los participantes de la contienda. Es decir, nos importa un pepino quién viva o muera, y al director también, solo queremos ver buenas escenas de acción. Pero, exceptuando la final y muy cogida con pinzas, Scott se enreda él solo sin saber salir muy bien de las situaciones que crea, tirando de deus ex machina casi siempre.

La idea sería interesante desde un enfoque no mucho más profundo, pero que sí sirva para ahondar en la amenaza de las máquinas y la IA, y, Scott, si quieres tiranizar a alguien como es EE.UU., por favor, danos razones para comprenderte en lugar de crear un personaje tan arquetipo y risible, anodino y básico, que no infunde mucho más que cierta locura injustificada que solo podemos descubrir por sus súbditos Peterson (Jamie Costa) y Shapiro (Justin France). Scott tiene unos problemas bastante serios con el encuadre, que hace que pierda la seriedad con la que veo esta película, no sabiendo ni qué, ni cuánto ni cómo introducir y mantener la acción de forma fantástica respetando la relación entre los planos, el movimiento de sus actores y la locación en la que se desarrolla, provocando fallos de ráccord bastante vistosos que, por otra parte, ayudan a describir una película que pareciera haber sido estrenada sin una revisión y corrección previa.

El etalonaje es directamente basura, donde en escenas diurnas hay un caos de iluminación que rezuma incoherentemente por todo el plano, mientras que en las nocturnas el encargado se fue a dormir. Hay una escena absurda bastante representativa de esto último, donde nuestros chicos son rodeados de robots sin percibir si quiera una silueta en una noche de luna. La banda sonora se puede escuchar en esta película o en cualquier videojuego, compuesta de sonidos tecnológicos genéricos que pretenden intensificar escenas heroicas sin resultado, en parte por la pésima dirección de Ryan Staples Scott que engorrona el trabajo de sus compañeros. El diseño post-producción, computarizado de manera inexperta, es el responsable de darle más inri a las escenas de acción mediante las amenazas. Unas amenazas cuyos diseños, movimientos y patrones parecen copiados y pegados de un videojuego. De hecho, el modelo Mech Spyder es literalmente igual al AGR del Call of Duty: Black Ops 2 (David Vonderhaar, 2012).

En resumen, otra de esas burdas pequeñas producciones retenidas en la falta de creatividad, su principal problema, y en unas formas de hacer las cosas descuidadas. Por otra parte, se deja ver ya que, a pesar de acumular bastantes incongruencias argumentales, a veces consigue meterte en MechWood (el espacio fílmico), eso sí, mediante recursos externos como carteles o grabaciones, que consiguen crear curiosidad, aunque sin recompensa. La idea que tiene no está mal, pero hubiera sido más sensato explotarla en lugar de obcecarse en soldaditos pegando tiros (y algún genio a machetazos) contra Transformers. (2.5).
Tiggy
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