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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
4
Terror. Thriller. Intriga La escritoria de novelas de misterio Cornelia Van Gorde ha alquilado una casa que no hace mucho tiempo fue el escenario de unos horribles crímenes por un psicópata conocido como "El murciélago". (FILMAFFINITY)
24 de mayo de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una célebre escritora de novelas de misterio, Cornelia van Gorder (Agnes Moorehead) compra una antigua mansión llamada Los Álamos, en un lugar apartado de la urbe, donde un asesino proclamado como El murciélago ha llevado a cabo una serie de homicidios en el pasado. Tras un tiempo, regresa tras la pista de un millón de dólares robados por un ex trabajador del banco y escondidos en el nuevo hogar de la escritora, dejando un reguero de sangre tras su paso.

Crane Wilbur dirige a duras penas este relato de intriga en 1959, teniendo en su haber más de veinte películas en su haber, con una capacidad de producción incansable, aunque muy poco reconocido ni en la época ni a través de los años.

Un thriller con muy volubles rasgos del terror, fundamentados principalmente en la estética, son los géneros que trata usando una carrera entre personas sin escrúpulos por el dinero, haciendo que la ilustre condición de cada personaje no tenga por qué estar acorde con sus personalidades, engañando con las apariencias tal y como en la vida real. La influencia que puede ser determinada en artistas a través de ciertos sucesos traumáticos es una idea que merodea, principalmente, para realizar un autocameo a dos de sus películas anteriores usando como excusa a la señora Cornelia: The Amazing Mr. X (1954) y The Story of Molly X (1949), algo bastante lamentable. No dejan de ser tópicas las ideas que trata al pertenecer al género del thriller o novela policíaca, siendo una pequeña película que, generalmente, por su naturaleza serie B, está orientada a todos los públicos por un argumento extremadamente asequible y la ausencia de escenas explícitas relativas al crimen.

El guión está bien expresado, teniendo dos grandes arcos muy bien diferenciados por una transición en cortinilla que separa el primer acto del segundo, casi a modo teatral, pero el director se obceca a través de los diálogos en tratar al espectador como si fuera deficiente, con un ritmo artificialmente acelerado donde se desvela de manera tempranera el punto principal de este tipo de películas: el culpable homicida. Aún así, Wilbur sigue jugueteando con las posibles variantes de manera penosa para tratar de corregir tan fatídico error en vano. Como no tiene pausas narrativas, los diálogos entre los personajes son denostados mostrándose superficiales y, en ocasiones, carentes de sentido. El doblaje en castellano no ayuda mucho, incluso empeorando el conjunto hasta niveles que, en ciertos niveles de pundonor, patéticos.

Las interpretaciones del elenco general son lamentables, extremadamente sobreactuadas en su gran mayoría que es lo último que necesita este tipo de cine, donde la sutileza es fundamental para mantener la duda y la tensión en el espectador. Se salva de manera exclusiva el eterno Vincent Price como Dr. Malcolm Wells que salva muchas situaciones, pero es imposible que un solo actor consiga salvar una película entera. John Sutton como el mayordomo Warner también ejecuta su papel con un registro correcto, pero el resto del elenco roza la teatralidad en el mal sentido de la palabra.

Los recursos cinematográficos de los que se vale Wilbur son muy clásicos dentro del género; usando una PAN panorámica inicial con voz en off de la protagonista para la presentación del lugar de desarrollo y crear una ambientación inicial, poniendo en escena rápidamente a los personajes con planos dorsales y frontales con el objetivo de, mediante diálogos, poder encasillarlos en ciertos cuadros de personalidad específicos, pasándose muchas veces con demasiada explicación no conveniente para la narración. El decorado y vestuario sí que son muy correctos, situando al espectador rápidamente en la época y ofreciendo algo de atmósfera sombría usando muy bien la iluminación donde prevalecen las sombras, directamente imbuidas de películas mudas como Nosferatu (F. W. Murnau, 1922), apoyándose mucho en la particular silueta que provoca el diseño de su antagonista principal, El Murciélago (o el Freddy Krueger de los años cincuenta).

La ruptura final con la cuarta pared da vergüenza ajena.

Una película que, de poder haber resultado interesante, se torna en un desastre absoluto por culpa de un mal guión y una elección de actores inverosímil.
Tiggy
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