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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
5
Terror Un consejero y criminal se refugia en una posada rural sin saber que un grupo de hombres-lobos hambrientos rodean el bosque en el que se encuentra. (FILMAFFINITY)
16 de febrero de 2021
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¿Y si David y Jack se hubieran quedado en ‘El cordero degollado’ de Un hombre lobo americano en Londres (John Landis, 1981)? Charlie Steeds, director y guionista, considera esta hipótesis como perfecta para realizar su mockbuster de licántropos, homes invasión y mucho, mucho humor. Archie Whittock (Reece Connolly), un criminal cautivo por asesinato por el agente de la ley Horrace Raycraft (Tim Cartwright) es llevado a The Three Claws, una posada hundida en la oscuridad de un tenebroso bosque rebosante de supersticiones para pasar la noche antes de su juicio. Pero sus extraños huéspedes tienen otros planes para los dos hombres y el resto de incautos visitantes de la posada.

Esta particular parodia reúne bajo la misma luna de sangre todas esas legendarias producciones de serie B que encontraron la risa por el miedo durante la década de los ochenta y principios de los noventa, empleando puro acero ‘tromano’ para combatir a sus criaturas. Steeds, en un frenesí de romanticismo, planea una estructura narrativa idéntica, y de próspero pluriempleo en el cine de terror, que los grandes clásicos Posesión infernal y Terroríficamente muertos (Sam Raimi, 1981 y 1987) donde se garabatean los personajes en un planteamiento nimio y siempre desarrollado bajo la prisa de un viaje, ya sea en coche o en diligencia, y cuya moda se extiende desde la serie B de Christian Nyby y Howard Hawks con El enigma de otro mundo (1951) hasta la del rey del bajo presupuesto, Roger Corman, con películas como El péndulo de la muerte (1961), y que tan bien le vino a Quentin Tarantino para Los odiosos ocho (2015). Pero la sombra de Corman es alargada, más si estamos hablando de terror gótico, y eso es algo de lo que se vale Steeds para reírse de todos los tópicos patentados por Edgar Allan Poe; la atmósfera es siempre perturbadora desde la llegada de los anfitriones, y siempre es reforzada por las anécdotas, creencias y, en general, por las supersticiones de los lugareños que construyen el misterio desde el que se comienza a dar forma al terror. El terror solo se manifiesta desde los diálogos de los secundarios con los principales, estos últimos siempre con un agnosticismo que el director borra poco a poco para elevar, gradualmente, la tensión hasta el conflicto del desarrollo.

De igual manera, el director utiliza la ambientación londinense para desmitificar, y volver a reírse, de esa clase y elegancia reservada para los bretones a través de numerosos gags muy casposos que involucran escatología y sexo y que son generalmente protagonizados por Horrace, algo de lo que también se valió el belga Emmanuel Kervyn para la muy recomendada Abuelas rabiosas (1988), por cierto, producción de la Troma que observa con lupa los clásicos demoníacos de Raimi. Los antagonistas son la guinda de este sangriento pastel. El diseño recuerda más a un gorila deforme que a un hombre-lobo, y los constantes balanceos, contoneos y movimientos de Derek Nelson bajo el disfraz hacen parecer a sus criaturas bailarines de samba con el ritmo apoderándose de sus peludos cuerpos. Steeds no quiere que se vean como amenazas potenciales, sino como elementos activos para incentivar el humor desde la parodia. Se ven lentos, torpes y fácilmente combatibles, como una especie de zombi lanudo, características que le vienen como anillo al dedo para parodiar La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968) donde unos sillones amontonados son capaces de frenar el avance de tan temidos engendros pero, cuando logran pasar, la posada victoriana The Three Claws se convierte automáticamente en La Teta Enroscada de Abierto hasta el amanecer (Robert Rodríguez, 1996) donde Jessica Alonso, interpretando a Minnie, posa como Salma Hayek para Steeds.

Y es que a Steeds le importa una mierda todo. El ínfimo presupuesto y las interpretaciones tan sobreactuadas hacen parecer a A Werewolf in England un compendio de ‘a que no hay huevos’ entre amigos. Pero sí los había, y eso es algo evidente durante toda la película en la que se ve a leguas la diversión que tuvo que suponer para todo el elenco, donde Barrington de La Roche como Vincent Hogwood, personaje absurdamente burlesco tanto de los macabros huéspedes de Poe como de los protagonistas de cualquier slasher que se precie como La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) hace una labor muy destacable, sin despreciar el entrañable carisma del alma del filme, de Tim Cartwright como Horrace. Es absurda, cutre y mala, adjetivos que Steeds rebautiza como tres virtudes con las que consolida este revival del humor negro que un fan del género agradece y aprecia en tiempos donde el terror se toma muy en serio a sí mismo con resultados igual de deplorables pero que, a diferencia de la obra de Steeds, no consiguen si quiera divertir.
Tiggy
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