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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
6
Ciencia ficción. Acción Godzilla, resucitada por arte de magia tras su muerte al final del primer título, se enfrenta esta vez a un nuevo monstruo, Anguilas, un extraño gigante cuadrúpedo acorazado, y tras destruir parcialmente la ciudad de Osaka, acaba enterrada en el hielo de una pequeña isla a causa de los bombardeos de los aviones del ejército japonés. Segunda película de la saga Godzilla. (FILMAFFINITY)
24 de febrero de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
1954. Dos hitos universales nacían, a la par, de las increíbles mentes de dos amigos y genios japoneses que aterrorizaron a todas las productoras nacionales por el enorme presupuesto que requerían. Los siete samuráis y Godzilla. Japón bajo el terror del monstruo veían la luz, arrasando económicamente a la legendaria productora Tōhō y erigiéndose, en plena Edad de Oro del Cine Japonés, como dos auténticos monstruos cinematográficos unidos por la amistad de sus creadores, Akira Kurosawa e Ishirô Honda respectivamente, rompiendo mares y océanos para abrirse paso hasta Occidente y convertirse en las ineludibles obras que todos conocemos. Mientras, Motoyoshi Oda, también compañero de oficio de Honda y Kurosawa en Tōhō, se frotaba las manos ante la posibilidad de explotar el fenómeno cinematográfico que aterrorizó el Imperio del Sol Naciente. Y llegó en forma de secuela con Godzilla contraataca (El rey de los monstruos) tan solo un año después, con más acción, más destrucción, y más monstruos, sustituyendo la profundidad de su predecesora por la exaltación de Japón y de sus héroes en una exhibición cultural y militar del pensamiento japonés, y de todos los compañeros de Oda que se vieron involucrados en la segunda guerra sino-japonesa (1937 – 1945).

A pesar del bajón técnico respecto a su predecesora, Oda consigue anotarse un buen resultado parafraseando los esquemas empleados por Honda e inundándolos de acción y épica en favor de ese ensalzamiento patriótico en el que crea una vítrea aura de costumbrismo capaz de recrear, con facilidad, la mentalidad nipona a través de la gestión del país sobre una catástrofe de estas características basándose en el esfuerzo, la perseverancia y el trabajo. Todo ello condensado en una película puramente comercial que rivaliza con las grandes producciones americanas en cuanto a la construcción del héroe; un hombre que lo da todo por su país, que renuncia a todo por su país, y que tan vigente estaba por la sombra de la Segunda Guerra Mundial a pesar del tratado de paz, del tratado de San Francisco, firmado por ambas potencias, pero al que la tensión por la posesión de la isla de Okinawa no favorecía en absoluto. De hecho, no es casualidad que la película se plantee con uno de nuestros protagonistas, Kôji Kobayashi (Minoru Chiaki), empleado para la Fuerza Aérea de Autodefensa de Japón (casualmente, creada en 1954), yendo a explorar una isla bajo la jurisdicción japonesa ocupada por el monstruo.

Oda sabe lo que quiere su público, y Oda lo ofrece en bandeja de plata. Invita a un viejo amigo de Godzilla a su fiesta de belicismo y destrucción, un inmenso monstruo prehistórico llamado Angilas y cuyo diseño es espectacular, al que sabiamente nos presenta desde el planteamiento para hacer ver a su público las megalómanas dimensiones que augura una lucha sin parangón. Las escenas que comparten plano son sencillamente inmensas, arropadas con sumo cuidado por el diseño de producción de Takeo Kita y Teruaki Abe que presentan suma calidad en la recreación del urbanismo de Tokio a través de las cuidadísimas maquetas que sus criaturas aniquilan. Esta acción es sufragada por una tendencia al frenetismo en ocasiones desconcertante. Las escalas que maneja Oda no son verosímiles en más de una ocasión, así como los movimientos de sus engendros a la hora de combatir, más parecidos al de dos luchadores de lucha libre que al de dos dinosaurios gigantes y a los que el montaje no termina de favorecer del todo.

La profundidad bélica y política de su predecesora está absolutamente marginada en pos de la acción descontrolada, condicionada enteramente por la nula complejidad de sus personajes. De hecho, Kyohei Yamane, personaje de suma actividad e importancia en la obra de Honda, parece ser utilizado exclusivamente como reclamo para la audiencia al estar interpretado, nuevamente, por el legendario actor Takashi Shimura en su mejor década cinematográfica. Los personajes no tienen una personalidad definida, entregados de forma plena al heroísmo del kaijū, y sus relaciones están tan desdibujadas que no tiene mayor interés que un sinuoso aporte dramático que justifique las acciones de los personajes principales, de los que el ya nombrado Kobayashi es la pieza angular de la narración. El implacable leitmotiv que Ifukube diseñó para Godzilla. Japón bajo el terror del monstruo no es alcanzable, ni por mínima casualidad, por la banda sonora con la que Masaru Satô adorna pobremente el fragor de la batalla.

La gran resolución, el punto álgido del desenlace, cuando la batalla debe alcanzar su mayor pico de espectacularidad y tensión es cuando Oda se muestra terriblemente holgazán, destrozando la fantástica puesta en escena que consigue. Literalmente, repite hasta el cansancio las mismas secuencias aéreas una y otra vez en un tortuoso bucle de aviones, misiles y cargas banzai que dejan mucho que desear respecto a lo anteriormente visto en la película. No es posible decir mucho sobre las interpretaciones, ya que sus personajes son tan planos que es imposible hacer mucho con ellos más allá de cumplir con su deber, de los que Minoru Chiaki se lleva todas las condecoraciones posibles. Godzilla contraataca (El rey de los monstruos) es puro entretenimiento, y expande correctamente el universo del icono japonés, pero con un guion más elaborado que continuara explotando los conflictos de su predecesora podría haber logrado un resultado más convincente.
Tiggy
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