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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
8
Western Nuevo México, 1953. Jack Burns, un vaquero amante de la libertad y de los horizontes abiertos, llega cabalgando al pueblo de Duke City. Su intención es liberar a su amigo Paul Bondi antes de que lo trasladen a una prisión estatal. Bondi, que ha sido condenado a dos años de cárcel por acoger en su casa a algunos mexicanos que han cruzado ilegalmente la frontera, es un escritor que dejó su vida aventurera para casarse. Jack visita a la ... [+]
11 de abril de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aventura con mayúsculas la que Kirk Douglas se diseña a medida con Los valientes andan solos, película que hace muy buenas migas para ver en conjunto con El día de los tramposos (Joseph L. Mankiewicz, 1970) y Las aventuras de Jeremiah Johnson (Sydney Pollack, 1972) por su inexorable alegoría a la libertad y la soledad y, obviamente, por su pronunciado carácter de wéstern crepuscular. John W. Burns, Jack para abreviar, es la representación física de una especie prácticamente extinta en el legendario americano de mitad del s. XX, cuando los pistoleros y vaqueros pasaron a mejor vida por la burocracia y las leyes de las grandes ciudades que se fueron consolidando desde el fin del Viejo Oeste y que dejaron atrás el salvaje modelo de vida de aquellos que no se adaptaron al cambio generacional. Todo narrado en forma de gran aventura donde un drama carcelario es solo la excusa empleada por su director, David Miller, para sumergir a nuestro protagonista en un mundo que no entiende, y que no tiene hueco ni para él ni para la libertad que el mismo País de la Libertad capó con fronteras y vallas que separan al hombre de sus semejantes y de la naturaleza.

Miller no se recata para mostrarnos esto. La secuencia de arranque nos resume, en pocos segundos, el alma de esta gran película. Un plano general nos permite ver la gran llanura escarpada donde Jack reposa, despreocupado y solo, en un paraje desde el que solo podemos pensar en la inclemencia naturalista de los silvestres paisajes del wéstern. Pero un chirriante sonido destruye este escenario. Y una panorámica vertical nos lo confirma. Sobrepasando el horizonte, tres aeronaves perturban la paz de nuestro protagonista, y el que pareciera un íngrimo pistolero se nos revela como un inadaptado a las nuevas formas del país, a una nueva América que ha sustituido el polvo por el hormigón, el caballo por el coche y la libertad por el sometimiento al funcionarismo.

La película en la que se inspiró Acorralado (Rambo) (Ted Kotcheff, 1982) es, prácticamente, un neo-wéstern que siempre nos recuerda de manera muy directa la obligada soledad de aquellos que no siguen las imposiciones sociales, que se descarrían del rebaño para poder vivir a su manera y que, por esto, son hechos objetos de rechazo y persecución de una sociedad cada vez más desapegada de la esencia natural del hombre en la Tierra. Es la historia de un fuera de lugar, un marginado, un paria. De un vagabundo valiente para el que la libertad es la vida. De un fuera de la ley, un forajido, un romántico de los tiempos en los que uno podía ser vaquero y vivir apaciblemente antes de que verjas y señales prohibieran comer a su ganado.

Una obra dotada de una nobleza realmente emocionante en su forma de narrar la aventura, el drama y el romance, no exenta de una comedia formada por la repetición de gags sobre la que Walter Matthau interpretando al sheriff Morey y George Kennedy a su ayudante Gutiérrez (lo que da pie a otra línea narrativa supeditada a la principal en forma de buddy film que películas como Comanchería, de David Mackenzie, empleó incluso en esa complicidad cómica entre agente americano y agente sudamericano) me han sacado más de una carcajada. ¿Carcajada? Bien. Y mucha acción. Una acción que recuerda a Anthony Mann en películas como Winchester 73 (1950) desarrollándose en terrenos montañosos cubiertos de riscos y saltos, y para la que Joseph Losey también haría su réplica moderna con la increíble Caza humana (1970) con la que guarda obvios nexos temáticos.

El antihéroe americano en el que su guionista, el legendario Dalton Trumbo adaptando la novela de Edward Abbey, dibuja a la perfección la dualidad americana; la tradición frente al progresismo, la naturaleza frente la industrialización, la soledad frente la sociedad. Y no había nadie mejor que Kirk Douglas para llevarlo a la pantalla, acostumbrado a heroicos y rebeldes personajes como su Espartaco de Kubrick (1960) o, más tarde, su Paris de El día de los tramposos (1970), ambos en discordancia con la privación de la libertad que las nuevas leyes ampara. Gena Rowlands también está impresionantemente seductora tanto con el protagonista como con el espectador, siendo capaz de disuadirnos del ansia libertaria que Jack nos contagia y que tiene la película como lema.

Los valientes andan solos es formidable e inesperada. Un muy atípico wéstern construido en base a su extinción con un desenlace directo, duro y fulminante en el que las lágrimas por la romantización del Viejo Oeste se pierden entre la lluvia contaminada de la industria. Una síntesis absolutamente espectacular del último pistolero en busca de la libertad sobre desiertos de asfalto y tráfico rodado que cabalga solo, sin miedo ni temor, por encima de la ley. Una aventura inolvidable. (8.5).
Tiggy
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