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Voto de Tiggy:
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Drama. Intriga
Texas, año 1963. Butch Haynes (Kevin Costner) es un peligroso e inteligente asesino que se ha escapado de la cárcel en compañía de otro preso. Durante la huida ambos se ven obligados a tomar como rehén al joven Philip (T.J. Lowther), un niño de ocho años que vive con su devota madre, Testigo de Jehová, y sus dos hermanas. El Ranger Red Garnett (Clint Eastwood) y una criminóloga (Laura Dern) irán sobre la pista de los fugados, al tiempo ... [+]
7 de junio de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las duras pero delicadas manos de Clint Eastwood firman Un mundo perfecto, road movie protagonizada por un estoico Kevin Costner en estado de gracia con un papel deudor del hieratismo con el que Bruce Willis simbolizó al héroe de acción, ambos abanderados por la inconfundible voz de Ramón Langa. Tras la obra maestra que el californiano dio al cine en forma de wéstern crepuscular con Sin perdón (1992), el listón estaba en su punto más álgido. Todos conocemos a Eastwood, y todos sabemos que rara vez decepciona. Un mundo perfecto no es una excepción. El proclamado último director clásico reconfigura muchos de los grandes tópicos que han marcado su filmografía a lo largo de las décadas en una película que es heredera directa de El aventurero de medianoche (1982). No es azarosa la comparación del personaje de Kevin Costner, Robert ‘Butch’ Haynes, con los ídolos de acción animados por Bruce Willis atendiéndonos a la constante visión de Eastwood sobre los protagonistas en su cine. Personajes que conforman emblemas de una masculinidad simbólica generalmente tildadas de un perfil caballeresco enfrentados a lo real de la violencia o la muerte, siendo así su William Munny o su Red Stovall. Pero estos personajes no son héroes de acción. Son, más bien, antihéroes, de carácter y convicción tan firmes como la honestidad ética adherida en todas las películas del director transcrita a los mismos, y ajena a las ideologías dominantes inclusive dentro del circuito comercial norteamericano desde el que las realiza. Robert ‘Butch’ Haynes es ejemplo de ello.
Presidiario que, tras fugarse junto su sádico compañero de celda Terry Pugh (Keith Szarabajka), secuestra al hijo de una familia de Testigos de Jehová, Phillip Perry (T. J. Lowther) para consumar su plan de huida traspasando la frontera mientras son perseguidos por un equipo de agentes de la ley liderado por el cínico sheriff Red Garnett (Clint Eastwood). Desde el arranque de la película, el director deja clara su mayor influencia para la elaboración del filme. Con un precioso picado, observamos el personaje de Kevin Costner yaciendo plácido sobre la hierba, acompañado por una sugerente máscara de Casper y rodeado de billetes. ¿Pero no era un reo en proceso de fuga? La respuesta es sí. Eastwood, al igual que David Miller en la romántica Los valientes andan solos (1962), emplea la técnica narrativa in extrema res para reconstruir una narración en paralelo desde la que seguimos al perseguido, Butch, y a los perseguidores, liderados por Red, de la misma forma que seguíamos a John W. Burns (Kirk Douglas) y al sheriff Morey Johnson (Walter Matthau) en el increíble neo-wéstern de aventuras de los años sesenta sobre el que, de la misma forma, se plantea desde el inicio la ambigüedad sobre el concepto del ‘sueño americano’, y de un modelo de vida basada en la libertad y la naturaleza que no tiene cabida en una sociedad civilizada.
Como es obvio, Eastwood se centra en la línea narrativa del fugitivo, siendo la de los captores meramente contextual ya que, para que alguien huya, debe ser perseguido. En ella, el californiano crea un relato muy íntimo entre sus dos personajes protagonistas, Butch y el pequeño rehén arrancado a la fuerza de su familia, con una emotiva y natural intensidad dramática ajena de sentimentalismos baratos que le sirve para tratar varios de los temas por excelencia de sus películas. El primero, la inocencia arrebatada o interrumpida sufrida por Phillip, monstruosamente perfeccionada diez años después en Mystic River, concebida por el propio Eastwood como ‘la usurpación de la vida de alguien’ desde la que se construye a los dos personajes y la relación que establecen desde la gestión del fuerte trauma que comparten y que nunca los abandonará. El segundo de sus temas es el de las relaciones paternofiliales figuradas, vistas en las ya mencionadas El aventurero de medianoche, con Red Stovall y su sobrino Whit (Kyle Eastwood), o Sin perdón, con William Munny y Kid (Jaimz Woolvett), incluyéndose El sargento de hierro (1986) o Gran Torino (2008) como grandes ejemplos. En todas ellas, los personajes son muy viriles, al servicio de una representación heroica y simbólica de la paternidad siempre acompañadas de un proceso de iniciación como fuente de confianza y confidencia entre el nuevo padre y el nuevo hijo. Aquí, ese proceso de iniciación parte desde la primera escena en la que Butch y Phillip comparten plano, el primero pidiéndole al segundo que lo apunte con una pistola en un escalofriante momento de tensión y violencia contenidas que inicia la aventura, y que tendrá su rima cuando esta finalice liberando toda esa violencia contenida en la que es, probablemente, una de las secuencias más feroces de toda la filmografía del director, con una fuerte sobrecarga poética en el tema que trata.
Pasando a la segunda línea narrativa, la de Red Garnett. Como he dicho, es meramente contextual, pero no intrascendental. Uno de los rasgos principales en el cine de Clint Eastwood es el respeto por la contextualización de sus obras atendiéndose estrictamente a las costumbres y usos del momento audiovisual en el que ofrece su discurso. Gracias a ella, tenemos los datos para argumentar parte de su mensaje, principalmente, la ambigüedad del sueño americano o la descomposición del denominado ‘american way of life’. Nos sitúa a principios de la década de los sesenta en las regiones de tradición sureña de Estados Unidos a través de los diálogos, en los que se menciona a John F. Kennedy como presidente, por lo que estamos entre el 20 de enero de 1961 y el 22 de noviembre de 1963. Esto es constatado con algunos motivos como la proyección de la llegada del hombre a la Luna en la televisión de una tienda en visibilidad del discurso que el trigésimo quinto presidente de EE.UU. dio un 12 de septiembre de 1962 emprendiendo, así, la carrera espacial contra la URSS.
Presidiario que, tras fugarse junto su sádico compañero de celda Terry Pugh (Keith Szarabajka), secuestra al hijo de una familia de Testigos de Jehová, Phillip Perry (T. J. Lowther) para consumar su plan de huida traspasando la frontera mientras son perseguidos por un equipo de agentes de la ley liderado por el cínico sheriff Red Garnett (Clint Eastwood). Desde el arranque de la película, el director deja clara su mayor influencia para la elaboración del filme. Con un precioso picado, observamos el personaje de Kevin Costner yaciendo plácido sobre la hierba, acompañado por una sugerente máscara de Casper y rodeado de billetes. ¿Pero no era un reo en proceso de fuga? La respuesta es sí. Eastwood, al igual que David Miller en la romántica Los valientes andan solos (1962), emplea la técnica narrativa in extrema res para reconstruir una narración en paralelo desde la que seguimos al perseguido, Butch, y a los perseguidores, liderados por Red, de la misma forma que seguíamos a John W. Burns (Kirk Douglas) y al sheriff Morey Johnson (Walter Matthau) en el increíble neo-wéstern de aventuras de los años sesenta sobre el que, de la misma forma, se plantea desde el inicio la ambigüedad sobre el concepto del ‘sueño americano’, y de un modelo de vida basada en la libertad y la naturaleza que no tiene cabida en una sociedad civilizada.
Como es obvio, Eastwood se centra en la línea narrativa del fugitivo, siendo la de los captores meramente contextual ya que, para que alguien huya, debe ser perseguido. En ella, el californiano crea un relato muy íntimo entre sus dos personajes protagonistas, Butch y el pequeño rehén arrancado a la fuerza de su familia, con una emotiva y natural intensidad dramática ajena de sentimentalismos baratos que le sirve para tratar varios de los temas por excelencia de sus películas. El primero, la inocencia arrebatada o interrumpida sufrida por Phillip, monstruosamente perfeccionada diez años después en Mystic River, concebida por el propio Eastwood como ‘la usurpación de la vida de alguien’ desde la que se construye a los dos personajes y la relación que establecen desde la gestión del fuerte trauma que comparten y que nunca los abandonará. El segundo de sus temas es el de las relaciones paternofiliales figuradas, vistas en las ya mencionadas El aventurero de medianoche, con Red Stovall y su sobrino Whit (Kyle Eastwood), o Sin perdón, con William Munny y Kid (Jaimz Woolvett), incluyéndose El sargento de hierro (1986) o Gran Torino (2008) como grandes ejemplos. En todas ellas, los personajes son muy viriles, al servicio de una representación heroica y simbólica de la paternidad siempre acompañadas de un proceso de iniciación como fuente de confianza y confidencia entre el nuevo padre y el nuevo hijo. Aquí, ese proceso de iniciación parte desde la primera escena en la que Butch y Phillip comparten plano, el primero pidiéndole al segundo que lo apunte con una pistola en un escalofriante momento de tensión y violencia contenidas que inicia la aventura, y que tendrá su rima cuando esta finalice liberando toda esa violencia contenida en la que es, probablemente, una de las secuencias más feroces de toda la filmografía del director, con una fuerte sobrecarga poética en el tema que trata.
Pasando a la segunda línea narrativa, la de Red Garnett. Como he dicho, es meramente contextual, pero no intrascendental. Uno de los rasgos principales en el cine de Clint Eastwood es el respeto por la contextualización de sus obras atendiéndose estrictamente a las costumbres y usos del momento audiovisual en el que ofrece su discurso. Gracias a ella, tenemos los datos para argumentar parte de su mensaje, principalmente, la ambigüedad del sueño americano o la descomposición del denominado ‘american way of life’. Nos sitúa a principios de la década de los sesenta en las regiones de tradición sureña de Estados Unidos a través de los diálogos, en los que se menciona a John F. Kennedy como presidente, por lo que estamos entre el 20 de enero de 1961 y el 22 de noviembre de 1963. Esto es constatado con algunos motivos como la proyección de la llegada del hombre a la Luna en la televisión de una tienda en visibilidad del discurso que el trigésimo quinto presidente de EE.UU. dio un 12 de septiembre de 1962 emprendiendo, así, la carrera espacial contra la URSS.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El uso de todo esto no es solo dotar de una ambientación muy concreta a la historia, sino que Eastwood va más allá, apoyando su mensaje, afirmando que los tiempos están cambiando y, con ellos, el estilo de vida americano. Esto sigue reforzándose, por ejemplo, con la inclusión en el equipo de investigación de Red de una mujer criminóloga, Sally Gerber (Laura Dern), con su activa participación en un entorno abiertamente machista, lo cual está muy lejos de ser usual en los convulsos años sesenta. Al igual que en Los valientes andan solos, nuestro protagonista huye de esa civilización de la que no quiere formar parte, solo que, a diferencia de Jack W. Burns, no lo elige por motu proprio. Butch permanece anclado al pasado por el fuerte trauma de su niñez, y no puede cambiar en conjunto con la sociedad. Para remarcar esta faceta infantiloide, pero de pesada carga dramática, Eastwood vuelve a incidir en la contextualización. El gran tema Big Fran’s Baby, canción folclórica compuesta por un brillante, y habitual colaborador de Clint Eastwood, Lennie Niehaus, no solo retrotrae al personaje de Butch al pasado, sino que lo inunda de melancolía en un momento crítico de la narración. Los sonidos de banjo, contrabajo, fiddle y guitarra hacen físicos los sentimientos de añoranza que el personaje siente hacia una época en la que el ‘american way of life’ era más puro. La música cobra una importancia casi perpetua para remarcar esto durante toda la película, en la que es recurrente escuchar country de fondo mientras Butch y Phillip conversan en el coche, pudiéndose oír las tendencias de moda durante los años sesenta como al legendario Johnny Cash y su Guess Things Happen That Way (1958) o Willie Nelson y su Funny How Time Slips Away (1961), en vías de extinción por los grandes cambios musicales inminentes por los que el género más americano no pensaba, al igual que Butch, en cambiar, anclándose al pasado. Que conduzca un Ford tampoco es fortuito. Eastwood no deja nada a la casualidad.
La impresionante, fulgurante y preciosa fotografía naturalista de Jack N. Green, asistido por otro de los habituales de Clint Eastwood, Tom Stern como jefe técnico de iluminación, y explotada por el director mediante precisos planos generales, no solo otorga la ruralidad que necesita un relato de este calibre, sino que manifiesta sus más que evidentes conexiones con el wéstern clásico que tanto ha marcado el estilo visual de Eastwood en acompañamiento de su típico montaje transparente, a cargo de otro habitual, Joel Cox, con el que se narra de forma clara, concisa y nítida un guion irregular de John Lee Hancock. El que adaptara la novela de John Berendt para Medianoche en el jardín del bien y del mal (Clint Eastwood, 1997) alarga innecesariamente una historia, sobretodo en su tramo final, que no necesita concesiones tan explícitas para constatar las decisiones de sus personajes. Por último, ha sido una película para lucidez de Kevin Costner, el cual, para mi sorpresa, ha conseguido transmitirse todas y cada una de las emociones reprimidas en su complejo Robert ‘Butch’ Haynes. Y el pequeño. T. J. Lowther, en un careo realmente admirable con el protagonista pese a su corta edad. Laura Dern lo hace bien con un papel nimio, y Clint Eastwood… interpreta correctamente a Clint Eastwood.
Un mundo perfecto es un ejercicio de estilo lo suficientemente inteligente para tocar la fibra del espectador, exento de la lacrimógena sensiblería con la que más tarde sería más aplaudido gracias a Los puentes de Madison (1995), y en el que conglomera todas las obsesiones que han marcado a uno de los realizadores más importantes e influyentes del cine moderno aun estando anclado, al igual que Butch, al pasado y a un estilo de hacer cine en vías de extinción.
La impresionante, fulgurante y preciosa fotografía naturalista de Jack N. Green, asistido por otro de los habituales de Clint Eastwood, Tom Stern como jefe técnico de iluminación, y explotada por el director mediante precisos planos generales, no solo otorga la ruralidad que necesita un relato de este calibre, sino que manifiesta sus más que evidentes conexiones con el wéstern clásico que tanto ha marcado el estilo visual de Eastwood en acompañamiento de su típico montaje transparente, a cargo de otro habitual, Joel Cox, con el que se narra de forma clara, concisa y nítida un guion irregular de John Lee Hancock. El que adaptara la novela de John Berendt para Medianoche en el jardín del bien y del mal (Clint Eastwood, 1997) alarga innecesariamente una historia, sobretodo en su tramo final, que no necesita concesiones tan explícitas para constatar las decisiones de sus personajes. Por último, ha sido una película para lucidez de Kevin Costner, el cual, para mi sorpresa, ha conseguido transmitirse todas y cada una de las emociones reprimidas en su complejo Robert ‘Butch’ Haynes. Y el pequeño. T. J. Lowther, en un careo realmente admirable con el protagonista pese a su corta edad. Laura Dern lo hace bien con un papel nimio, y Clint Eastwood… interpreta correctamente a Clint Eastwood.
Un mundo perfecto es un ejercicio de estilo lo suficientemente inteligente para tocar la fibra del espectador, exento de la lacrimógena sensiblería con la que más tarde sería más aplaudido gracias a Los puentes de Madison (1995), y en el que conglomera todas las obsesiones que han marcado a uno de los realizadores más importantes e influyentes del cine moderno aun estando anclado, al igual que Butch, al pasado y a un estilo de hacer cine en vías de extinción.