Una corporeidad ochentera con la atribución artística de una máquina recreativa, una mirada hacia una genialidad no tan conocida de Carpenter que se confecciona en las raíces más inolvidables de la cultura pop. Un argumento que recoge elementos de la fantasía y de la acción identitaria de la época, rallando el esperpéntico divertimiento que implica ser testigos de una puesta en escena videojuegil.

Un punto fuerte para los aficionados de la cultura gamer son las referencias a las óperas primas de las producciones niponas clásicas y no tan clásicas, como si el Raiden de Mortal Kombat saliera en escena. Un tono aventurero, sobrio y serio que olvida su factura idiosincrática, sus reconocibles sucedáneos de folletín y de consumo. Esa es una de las consideraciones que tienden a objetivizar la calidad de esta producción. La ornamentación mística de los espacios y la ficción en todo su movimiento cinematográfico construye la originalidad, decorando el relato de escenas cargantes, ridículas pero naturalistas con sus propias intenciones.

La película se aleja de ese monocentrismo hollywoodiense de exaltar lo estadounidense para componer de forma protagónica a la China más mística, oriental y folklórica con todas las características mejoradas de una película de Serie B ochentera y atípica. En el recuerdo se mantiene la iconocidad de Kurt Rusell en un papel que cualquier boomer orgulloso de su generación puede recordar, para el cine la obra es una pieza libre de atadura convencional, un alejamiento de la imagen totalizadora de John Carpenter.