Escribiendo, dirigiendo y protagonizando esta secuela de la que ganó el Óscar en 1977 frente al impresionante "Taxi Driver" (Martin Scorsese, 1976), arranca recordando el camino al éxito de un Rocky Balboa derrotado por la mala suerte pero preparado para emprender su revancha.

Parece hacerse hincapié en la vida de un boxeador de campeonato de forma real, de ahí deviene su función dramática. Su odisea de perdedor y la condición de luchador tanto dentro como fuera del ring es ya casi un arquetipo en este subgénero, elaborado desde esta saga como un elemento que recobraría mayor desarrollo en la historia del cine. Más allá de eso hay una digna secuela que hace evolucionar la iconocidad del concepto "Rocky", metacinematográfico y constructor de mitos a seguir en todos los aspectos de la vida cotidiana, tanto en el deporte como fuera de éste; lo que muchos no saben es que el filme está a un asalto de ser una de las mejores películas de la historia del cine y, ahora sí, digna ganadora de un Óscar.

Cinematográficamente no representa descubrimiento alguno pero se puede observar más de un plano altamente riguroso- véase ese cuadro de preponderancia religiosa para mantener la fe y la esperanza- y tiene un uso del slow motion tan épico que ni siquiera pudiera ser repetido de tal forma por el mismísimo Zack Snyder en el futuro.

"Rocky II" (Sylvester Stallone, 1979) es una de esas películas sobre la esperanza, la dignidad y el amor propio, incluido aquel que nos mantiene en pie hasta el último minuto de los momentos más difíciles, es la expresión de este amor lo que consigue resaltar la gran capacidad humana intrínseca a cualquier individuo.