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Voto de Tony Montana:
6
5,5
4.331
Thriller. Drama
Norte de España, finales de los 70, el verano más cálido de los últimos años. Norman (Paddy Considine) y Lucy (Virginie Ledoyen) son un matrimonio inglés que no atraviesa su mejor momento. Unas vacaciones junto a unos amigos, Paul (Gary Oldman) e Isabel (Aitana Sánchez-Gijón) pasa por ser la solución. Alejados de Londres, lo que se presenta como un idílico fin de semana de naturaleza y caza en el caserío recién comprado por Paul, no ... [+]
13 de abril de 2008
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sobra decir que el cine español está falto de talento, porque además creo que es algo que digo cada vez que tengo que sacar el tema del cine español, que cae en los eternos temas desgastados de siempre y se apoya en la fuerza empresarial del cine comercial bien hecho que llega del extranjero para ocultar su falta de talento. Tampoco resulta tan difícil triunfar una vez que se ha llegado, sólo falta ser diferente a lo que se hace, y hacerlo bien, porque si en el folclorizado cine franquista el maestro era Berlanga, actualmente, en el politizado y ultrareaccionario cine progresista patrio únicamente triunfan Almodóvar y Amenábar, sobre todo este último, con una concepción puramente americana del cine, el espectáculo y la sorpresa como forma de acercarse al espectador unido a su buen talento de artesano muy por encima del de la media. A él intentan parecérsele esa última hornada de cineastas españoles de los últimos años que han tirado por un sendero rupturista tanto temáticamente como en el modo de planificar una historia. Bosque de sombras es, quizás, una de las más fehacientes pruebas de ese grupo de jóvenes directores que buscan cambiar la industria nacional para alerjarla del ombliguismo y acercarla más a un público al que se le engaña continuamente vendiéndole mortadela a precio de jamón ibérico. Aquí, el joven director, célebre por sus cortometrajes, elije algo que, bajo mi punto de vista, es cada día más un defecto en los jóvenes directores que salen de la facultad de CAV, y es, aparte de su, en ocasiones, barroco estilo, una constante falta de ideas en un guión que termina siendo una continua referencia a títulos míticos dentro de su vida como espectadores de cine, lo que hace que, aun siendo una interesante ópera prima, demostrando el control total que tiene sobre el medio, sí falte una sensación de originalidad que sí tenía, por ejemplo, otra película con los mismos referentes que esta, La noche de los girasoles.
Koldo Serra ha logrado construir una muestra de cinefilia que, plagiando más que homenajeando, pretende devolver al primer plano cinematográrfico a ese cine que ya no se hace, al western más crepuscular disfrazado de thriller de acción que tan bien condujeron autores como Peckinpah o Boorman en los años sesenta y setenta, donde la corrección política del cine contemporáneo sobra, la violencia fluye de forma natural y es tratada como una parte más del hombre que aflora instintivamente, y en ocasiones las mujeres no son más que el origen de todo problema posterior, siendo casi una obra misógina desde el mismo momento de su concepción. En ocasiones, el guión da un tratamiento epidérmico, superfluo, a las relaciones de los personajes, a sus conflictos maritales, para dar luz a la trama principal de la cinta, aquella en la que se habla del contraste entre la civilización de la que vienen los ingleses y su choque con la cultura patria.
(Continúa debajo)
Koldo Serra ha logrado construir una muestra de cinefilia que, plagiando más que homenajeando, pretende devolver al primer plano cinematográrfico a ese cine que ya no se hace, al western más crepuscular disfrazado de thriller de acción que tan bien condujeron autores como Peckinpah o Boorman en los años sesenta y setenta, donde la corrección política del cine contemporáneo sobra, la violencia fluye de forma natural y es tratada como una parte más del hombre que aflora instintivamente, y en ocasiones las mujeres no son más que el origen de todo problema posterior, siendo casi una obra misógina desde el mismo momento de su concepción. En ocasiones, el guión da un tratamiento epidérmico, superfluo, a las relaciones de los personajes, a sus conflictos maritales, para dar luz a la trama principal de la cinta, aquella en la que se habla del contraste entre la civilización de la que vienen los ingleses y su choque con la cultura patria.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Como si Saura en La caza, el retrato local que realiza Serra es el de la más pura España negra que bebe, demasiado en ocasiones, del grupo de pueblerinos endogámicos de Defensa, de John Boorman, y de la cinta que actúa como eje casi ideológico de la película, Perros de paja, presente en cada fotograma y que lastra el ya de por sí débil guión de una continua sensación de deja vu. Y es que, desde los mismos títulos de crédito, calcados estéticamente a los de la magistral Grupo salvaje pero sin la poderosa partitura de Jerry Fielding, Serra deja clara la pasión que le produce la puesta en escena de Sam Peckinpah y toma elementos tan característicos del cine de este como son los zooms en el plano-contraplano, el juego con la profundidad de campo y su particular visión de la violencia o las mujeres, amén de secuencias prácticamente calcadas al clásico protagonizado por Dustin Hoffman.
La colección de homenajes-plagios del realizador queda atenuada en algunos momentos debido a su poderosa ambientación y a una puesta en escena que, si bien es impersonal, puesto que da la sensación de que Peckinpah se levantó de la tumba para rodar un mediocre guión, consigue el cometido principal: crear tensión y hacer que la violencia tenga el don de la ubicuidad. Como si del Kurosawa de Rashomon se tratase, acompañado de un brutal trabajo del director de fotografía, el densísimo bosque, como si de una cúpula, un espacio cerrado asépticamente se tratase, cobra categoría de personaje protagonista en esta intensa obra revisionista y es un fondo totalmente asfixiante para una historia que decae por la escasa pericia del director como guionista, empeñado en colocar sus inquietudes (o las de Bloody Sam) en un libreto tan pobre como poco novedoso, y que va viendo como la trama pierde aún más fuelle cuando el personaje de Gary Oldman, sosías fanfarrón y autoproclamado experto cazador del Burt Reynolds de Defensa, comienza a perder protagonismo en beneficio de un irregular Paddy Considine, pusilánime personaje que se pierde en el maremágnum que ha provocado su llegada, más bien irrupción, en las costumbres de un lugar sin aparente ley más allá de la que se autoadministran los lugareños, y cuyo fin llegará en un descafeinado clímax puramente leoniano, plagio descarado de La muerte tenía un precio, y, como si del final del debut en el western de Leone se tratase, Por un puñado de dólares, la cámara se eleva y coloca al espectador en un lugar omnisciente dentro de la narración.
La colección de homenajes-plagios del realizador queda atenuada en algunos momentos debido a su poderosa ambientación y a una puesta en escena que, si bien es impersonal, puesto que da la sensación de que Peckinpah se levantó de la tumba para rodar un mediocre guión, consigue el cometido principal: crear tensión y hacer que la violencia tenga el don de la ubicuidad. Como si del Kurosawa de Rashomon se tratase, acompañado de un brutal trabajo del director de fotografía, el densísimo bosque, como si de una cúpula, un espacio cerrado asépticamente se tratase, cobra categoría de personaje protagonista en esta intensa obra revisionista y es un fondo totalmente asfixiante para una historia que decae por la escasa pericia del director como guionista, empeñado en colocar sus inquietudes (o las de Bloody Sam) en un libreto tan pobre como poco novedoso, y que va viendo como la trama pierde aún más fuelle cuando el personaje de Gary Oldman, sosías fanfarrón y autoproclamado experto cazador del Burt Reynolds de Defensa, comienza a perder protagonismo en beneficio de un irregular Paddy Considine, pusilánime personaje que se pierde en el maremágnum que ha provocado su llegada, más bien irrupción, en las costumbres de un lugar sin aparente ley más allá de la que se autoadministran los lugareños, y cuyo fin llegará en un descafeinado clímax puramente leoniano, plagio descarado de La muerte tenía un precio, y, como si del final del debut en el western de Leone se tratase, Por un puñado de dólares, la cámara se eleva y coloca al espectador en un lugar omnisciente dentro de la narración.