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Voto de Tony Montana:
8
7,8
6.516
Drama. Romance
Irlanda, 1916. Cuando Charles (Mitchum), un maestro rural viudo, vuelve de Dublín a su aldea natal, Rosy (Sarah Miles), una muchacha muy impulsiva, se encapricha con él y no parará hasta llevarlo al altar. Pero el matrimonio fracasa: Charles es un hombre maduro y sosegado mientras que su esposa es una joven muy apasionada y romántica que acaba enamorándose de un oficial inglés con el que se ve en secreto. (FILMAFFINITY)
26 de abril de 2008
44 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para realizar una película sobre Irlanda, y, sobre todo, sobre sus conflictos históricos, especialmente el IRA, y cómo conviven sus vecinos con ella, sólo hay dos opciones: llamarse John Ford, o llamarse John Ford. Habría una tercera vía, ser irlandés, pero esta la tiró abajo Neil Jordan al realizar esa americanada revestida de historia irlandesa que era Michael Collins, donde el realizador perdía el pulso de la historia y se entregaba a mostrar una lirista y simplista sucesión de hechos históricos verídicos pero inconexos dentro de una historia que se pretendía épica y que se hundió por su concepción puramente comercial y su extraño choque de intenciones al no saber nunca si se pretende enaltecer a Collins, o si por el contrario se le pretende colocar como un vulgar terrorista, amén de la concesión a las majors de meter a America's bride en el reparto. Obviamente, un inglés nunca, jamás, podría dar una versión acertada del conflicto, como demostró hace un par de añitos el lamentable Ken Loach con una nueva muestra de su garciniana concepción del cine, maniqueísta y arquetípico a más no poder, y lacrimógeno y tramposo hasta el extremo. Es por ello que, no sé por qué, si las estrellas se alinearon de una determinada forma o el whisky hizo que Ford tuviera poderes extrasensoriales, pero se transmutó en el cuerpo de un británico llamado David Lean y le hizo realizar ese impresionante fresco de la Irlanda de principios de siglo, llamado La hija de Ryan, que pocos realizadores, aparte del mencionado Ford, han sabido llevar a cabo de una manera tan brillantemente certera. Y es que, como cualquiera de sus últimas grandes producciones, que se iniciaron con El puente sobre el río Kwai, Lean, con la precisión de un francotirador, sabe adentrarse en una historia enorme, con una gran repercusión dentro de la propia historia mundial del siglo XX, y plasma en ella sus constantes temáticas surgidas a raíz de Breve encuentro, historias pequeñas sobre infidelidades, desamores y miedos internos que acaban siendo portentosos melodramas llenos de fuerza que, al final, acaban desembocando en situaciones que los propios protagonistas no pueden manejar.
No es, quizás, una obra maestra, pero sale Robert Mitchum. Quizás es, junto con Burt Lancaster, Clint Eastwood o John Wayne, uno de los motivos por los que puedo ver una película, ya sea La noche del cazador o la bochornosa El gran robo y salir con una sonrisa bobalicona en la cara, únicamente por contemplarle. Si bien es cierto que, argumentalmente hablando, no es el centro de la función, ya que el gran guión de Robert Bolt sitúa su eje dramático en los avatares de Rose, su maravillosa interpretación de ese estoico cornudo enamorado hasta las trancas hace que sea el amo de la función, con una parquedad de gestos y una presencia en pantalla simplemente antológica.
No es, quizás, una obra maestra, pero sale Robert Mitchum. Quizás es, junto con Burt Lancaster, Clint Eastwood o John Wayne, uno de los motivos por los que puedo ver una película, ya sea La noche del cazador o la bochornosa El gran robo y salir con una sonrisa bobalicona en la cara, únicamente por contemplarle. Si bien es cierto que, argumentalmente hablando, no es el centro de la función, ya que el gran guión de Robert Bolt sitúa su eje dramático en los avatares de Rose, su maravillosa interpretación de ese estoico cornudo enamorado hasta las trancas hace que sea el amo de la función, con una parquedad de gestos y una presencia en pantalla simplemente antológica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Perdido en la arrebatadora explosión lírica que desarrolla aquí Lean, su personaje es la pura honestidad y la bondad, en contraste con su esposa, la joven hija del tabernero Ryan, caprichosa y maleducada niña que parece conseguir todo aquello que se le antoja hasta que se cansa de ello, hasta que se da cuenta que tiene que hacer frente a las consecuencias de sus actos. En la brillante secuencia de la declaración de amor en el colegio, Lean subraya como esa mujercita no ha dejado de ser una niña que soñaba con príncipes azules y que no ha podido salir de un pueblucho de mala muerte donde la represión moral y política han terminado de hundir todos sus sueños. Ahí radica el mejor acierto de Lean, recrear de forma extraordinaria el contexto social en el que suceden los hechos.
La interesante relación entre los personajes tiene un punto álgido en la dualidad que representan Doryan y el enternecedor Michael, que le permitió a John Mills realizar una interpretación sencillamente antológica, y su relación amorosa con la prejuiciosa y caprichosa Rosy. Dentro del tormento interior de los personajes protagonistas, Lean recoge el sentimiento de toda una nación de manera alegórica con respecto al cambio de época y a la ocupación británica. Por tanto, Michael ve en Doryan un semejante al compartir lesión y el odio y las burlas por parte de los lugareños, y será algo así como el reverso bondadoso de un hombre duro que únicamente necesitaba encontrar un respiro en su infernal vida, viendo Doryan en él la exteriorización de sus miedos interiores. Pero, a pesar de la posible redención, Lean no da concesión alguna a los personajes. Aquello que comienza con un tono idílico, casi bucólico, cambia cuando la política y la guerra entran en juego, y aquí Lean se mueve como pez en el agua, combinando la trama intimista con el grave conflicto bélico que afecta a todos los personajes, y que termina cambiando la situación con un giro de 180º. Para ello, Lean se aprovecha de su increíble pericia técnica, con un montaje soberbio donde el director, y ex editor, prácticamente juega con el tiempo, y retrata las tres épocas diferentes dentro de la historia con tres gamas cromáticas bien diferenciadas, haciendo de esta película su historia más fordiana gracias a la poesía que rezuman los planos de la costa irlandesa. Y es que La hija de Ryan es un película de un estilo netamente clásico, un melodrama ambientado en una etapa pasada con un regusto a superproducción de las de toda la vida, de planos impresionantes en los que el Cinemascope justifica su uso, y quizás por ello fue un fracaso y se la trata como una obra menor, sin sentido, perdida en una época en la que sus películas hablaban de drogas y rebelión, y que hoy han quedado completamente desfasadas, siendo esta maravillosa cinta del maestro inglés una muestra encomiable de puro amor por un estilo que hoy en día nadie ha sido capaz de recuperar.
La interesante relación entre los personajes tiene un punto álgido en la dualidad que representan Doryan y el enternecedor Michael, que le permitió a John Mills realizar una interpretación sencillamente antológica, y su relación amorosa con la prejuiciosa y caprichosa Rosy. Dentro del tormento interior de los personajes protagonistas, Lean recoge el sentimiento de toda una nación de manera alegórica con respecto al cambio de época y a la ocupación británica. Por tanto, Michael ve en Doryan un semejante al compartir lesión y el odio y las burlas por parte de los lugareños, y será algo así como el reverso bondadoso de un hombre duro que únicamente necesitaba encontrar un respiro en su infernal vida, viendo Doryan en él la exteriorización de sus miedos interiores. Pero, a pesar de la posible redención, Lean no da concesión alguna a los personajes. Aquello que comienza con un tono idílico, casi bucólico, cambia cuando la política y la guerra entran en juego, y aquí Lean se mueve como pez en el agua, combinando la trama intimista con el grave conflicto bélico que afecta a todos los personajes, y que termina cambiando la situación con un giro de 180º. Para ello, Lean se aprovecha de su increíble pericia técnica, con un montaje soberbio donde el director, y ex editor, prácticamente juega con el tiempo, y retrata las tres épocas diferentes dentro de la historia con tres gamas cromáticas bien diferenciadas, haciendo de esta película su historia más fordiana gracias a la poesía que rezuman los planos de la costa irlandesa. Y es que La hija de Ryan es un película de un estilo netamente clásico, un melodrama ambientado en una etapa pasada con un regusto a superproducción de las de toda la vida, de planos impresionantes en los que el Cinemascope justifica su uso, y quizás por ello fue un fracaso y se la trata como una obra menor, sin sentido, perdida en una época en la que sus películas hablaban de drogas y rebelión, y que hoy han quedado completamente desfasadas, siendo esta maravillosa cinta del maestro inglés una muestra encomiable de puro amor por un estilo que hoy en día nadie ha sido capaz de recuperar.