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Voto de Tony Montana:
5
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Ciencia ficción. Intriga. Terror
En unos minutos, en las principales ciudades de Estados Unidos, se producen unas extrañas y escalofriantes muertes que escapan a toda explicación. Elliot Moore (Wahlberg), un profesor de ciencias de Filadelfia, intentando eludir este misterioso y letal fenómeno, se dirige a Pensilvania con su mujer (Deschanel), su amigo Julian (Leguizamo) y la hija de este; sin embargo, pronto queda de manifiesto que ningún lugar es seguro. Pero, de ... [+]
20 de junio de 2008
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Innegable es la fortaleza visual de la que hace gala Shyamalan cada vez que se pone a contar una de sus fábulas sobre la condición humana y la realidad social, puesto que es un tipo que es de los pocos capaces de ofrecer buen cine comercial entremezclado con la intensidad autoral de unos pocos directores capaz de llevar público a una sala de manera más o menos masiva. Se ganó la fama de tramposo, fullero, haciendo que la gente estuviera pendiente de acertar el punto donde Shyamalan colocaría el suspense y su célebre giro de guión, pasando por alto la inteligencia de su cine, especialmente en la infravalorada El bosque, valiente película donde retrata a una América reaccionaria que lleva sus miedos al extremo de la demencia, incapaz de hacer frente al mundo moderno que se abre ante ellos. Erró con Señales al querer retratar eso mismo que hizo posteriormente con El Bosque al mostrar el miedo, pues rompe aquella regla básica del suspense que dio Val Lewton, no permitir nunca que se vea más que lo que la oscuridad permita, esto es: desvelado el monstruo, adiós a la gracia. Y es que, el bueno de M. Night tiembla ante los críticos, vengándose de ellos en La joven del agua, pero al mismo tiempo lee sus críticas ávidamente para saber qué dicen de él, y más o menos podemos afirmar que El incidente es una película que han realizado los críticos a los que no les gusta su cine y los espectadores que se sintieron estafados al ver el final de El protegido. Aquí hace explícito lo implícito y toda esa magia que Shyamalan logra crear en torno a sus películas de una manera meritoria y brillante se va por el sumidero y acaban convirtiendo la película en una burda lección moralista sobre el amor que poco o nada tiene que ver con la, a priori, interesantísima idea original.
Sin embargo, no se puede negar el enorme talento que despliega el realizador indio en la puesta en escena, donde algo tan sencillo como un travelling que persigue a los personajes andando acompañado de la música de Newton Howard adquiere una fuerza visual incomparable en el cine actual, algo así como Médem pero sin poesía barata, atrapando al espectador desde el primer fotograma a pesar de las carencias. La película arranca con unos títulos de crédito eminentemente visuales, casi homenajeando a los magistrales golpes de color que dispuso Kobayashi al comienzo de Kwaidan. Y es que es eso lo mejor que tiene esta cinta, ni más ni menos, un acabado visual simplemente perfecto, entregando unas cuantas secuencias en las que el propio Shyamalan dota de un poder a los fotogramas con su cámara, disimulando la pobreza del guión. Pero no hay más. Un grandísimo comienzo que resume lo que es toda la película, hasta que termina diluyéndose en la innecesaria historia de amor entre el débil Mark Wahlberg y la insulsa Zooey Deschanel (con lo que me gusta a mí esta chica...) que entrega momentos babosos que empobrecen el resultado de una manera alarmante.
Sin embargo, no se puede negar el enorme talento que despliega el realizador indio en la puesta en escena, donde algo tan sencillo como un travelling que persigue a los personajes andando acompañado de la música de Newton Howard adquiere una fuerza visual incomparable en el cine actual, algo así como Médem pero sin poesía barata, atrapando al espectador desde el primer fotograma a pesar de las carencias. La película arranca con unos títulos de crédito eminentemente visuales, casi homenajeando a los magistrales golpes de color que dispuso Kobayashi al comienzo de Kwaidan. Y es que es eso lo mejor que tiene esta cinta, ni más ni menos, un acabado visual simplemente perfecto, entregando unas cuantas secuencias en las que el propio Shyamalan dota de un poder a los fotogramas con su cámara, disimulando la pobreza del guión. Pero no hay más. Un grandísimo comienzo que resume lo que es toda la película, hasta que termina diluyéndose en la innecesaria historia de amor entre el débil Mark Wahlberg y la insulsa Zooey Deschanel (con lo que me gusta a mí esta chica...) que entrega momentos babosos que empobrecen el resultado de una manera alarmante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Shyamalan ha querido hacer, más o menos, su propia versión de Los Pájaros, versionando a su principal referente cinematográfico, y hablar acerca de la arbitrariedad de los sucesos, de la falsa sensación de seguridad del hombre y su debilidad cuando algo imprevisto sucede, y del primitivismo que nos lleva a actuar en determinados momentos, movidos por el miedo más atroz. Y tiene los mismos aciertos y los mismos errores que la irregular película de Don Alfredo: una idea central cojonuda, un desarrollo pobre, una historia de amor que lastra la cinta y unas cuantas escenas que, debido a la inteligentísima y talentosa planificación, dan auténtico pánico.
Shyamalan cae presa de su propia idea y entrega un guión tramposo a más no poder, carente de un alma que sobresalga sobre el revoltijo de escenas sin sentido entremezcladas con portentosas escenas de terror. Y ojo, el problema no es que un guión sea mentiroso, el problema viene si te pillan. Shyamalan no ha sido inteligente y ha demostrado sus carencias como guionista, demostrando que es el clásico director que quiere ser autor y convencer a los demás de que es capaz de ser Orson Welles aunque no tenga capacidad para resolver las escenas de la mejor manera, y eso sin nombrar sus pésimos diálogos. No es sólo el hecho de que la toxina no pueda matar a un número de personas aleatorio según le convenga al director, si no elementos como el problema entre Wahlberg y Deschanel, que va y viene pero nunca termina de romper a no ser que a Shyamalan le apetezca, dejando la incómoda sensación de estar viendo un buen puñado de momentos de gran cine rodeado de una vulgaridad de proporciones épicas, además de varios momentos de vergüenza ajena. Esto último viene especialmente en las escenas de los suicidios, donde no hay sensación de fluidez, salvo en esos momentos en los que M. Night utiliza el fuera de campo de la manera más efectiva, creando una sensación aterradora gracias a sus inteligentes panorámicas que dan al espectador algunos de los momentos más macabros de la historia del cine, aunque estos momentos son los menos, pues abusa de la violencia explítica en la mayor parte de dichas secuencias. Siempre he pensado que el cine de Shyamalan viene a ser como un ejercicio de funambulismo. El director traza una línea de la que, hasta ahora, nunca se había salido salvo en contadas ocasiones, y eran pocas, pero aquí se cae con todo el equipo al querer cargarse con demasiado, dejando la sutileza a un lado y haciendo excesivas concesiones a la comercialidad más facilona que hará la boca agua de aquellos con gusto morboso por la violencia, excediendo la propuesta hasta terminar de una forma facilona, sin hacer honor al pesimismo que ha destilado durante hora y media. Podría afirmarse que ha querido seguir esa máxima lampedusiana de "cambiar todo para que nada cambie", y que se le siga considerando director de terror cuando, claro está, no lo es.
Shyamalan cae presa de su propia idea y entrega un guión tramposo a más no poder, carente de un alma que sobresalga sobre el revoltijo de escenas sin sentido entremezcladas con portentosas escenas de terror. Y ojo, el problema no es que un guión sea mentiroso, el problema viene si te pillan. Shyamalan no ha sido inteligente y ha demostrado sus carencias como guionista, demostrando que es el clásico director que quiere ser autor y convencer a los demás de que es capaz de ser Orson Welles aunque no tenga capacidad para resolver las escenas de la mejor manera, y eso sin nombrar sus pésimos diálogos. No es sólo el hecho de que la toxina no pueda matar a un número de personas aleatorio según le convenga al director, si no elementos como el problema entre Wahlberg y Deschanel, que va y viene pero nunca termina de romper a no ser que a Shyamalan le apetezca, dejando la incómoda sensación de estar viendo un buen puñado de momentos de gran cine rodeado de una vulgaridad de proporciones épicas, además de varios momentos de vergüenza ajena. Esto último viene especialmente en las escenas de los suicidios, donde no hay sensación de fluidez, salvo en esos momentos en los que M. Night utiliza el fuera de campo de la manera más efectiva, creando una sensación aterradora gracias a sus inteligentes panorámicas que dan al espectador algunos de los momentos más macabros de la historia del cine, aunque estos momentos son los menos, pues abusa de la violencia explítica en la mayor parte de dichas secuencias. Siempre he pensado que el cine de Shyamalan viene a ser como un ejercicio de funambulismo. El director traza una línea de la que, hasta ahora, nunca se había salido salvo en contadas ocasiones, y eran pocas, pero aquí se cae con todo el equipo al querer cargarse con demasiado, dejando la sutileza a un lado y haciendo excesivas concesiones a la comercialidad más facilona que hará la boca agua de aquellos con gusto morboso por la violencia, excediendo la propuesta hasta terminar de una forma facilona, sin hacer honor al pesimismo que ha destilado durante hora y media. Podría afirmarse que ha querido seguir esa máxima lampedusiana de "cambiar todo para que nada cambie", y que se le siga considerando director de terror cuando, claro está, no lo es.