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Voto de Tony Montana:
1
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Drama
El 2 de diciembre del 2007, tres etarras asesinaron a dos guardias civiles (Fernando Trapero y Raúl Centeno) con los que casualmente se encontraron en una cafetería en Capbreton, en la región francesa de Las Landas. (FILMAFFINITY)
4 de octubre de 2008
22 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
La buena concepción que tenía de este agudo realizador se ha ido por el sumidero cuando ayer tuve que ver Tiro en la cabeza, en la que quiere dar una vuelta de tuerca a la experimentación cinematográfica y se ha pasado de rosca a la hora de escarbar en los sentimientos de la gente para intentar hacer comprensible el problema del terrorismo y que veamos cómo funciona todo ello y, sin llegar a justificar semejante aberración, lo que sería de juzgado de guardia, sí que intenta meternos en la praxis diaria del terrorista sin pasamontañas ni comunicados oficiales, pero Rosales, de tanto cavar en busca del realismo, se ha encontrado con una roca muy grande y difícil de superar: la vida puede ser muy aburrida.
Y es que no hay que analizar esta infamia, este atentado contra la inteligencia y el buen cine, desde un punto de vista político para atacarla por su debilidad estructural, su falta de eje narrativo y la total ausencia de empatía por parte del público, por lo que la cinta falla en su principal intención, luego eso resulta un lastre difícilmente superable. Y es que, una vez que se ha visto completa, a uno únicamente le resuena en la cabeza esa gran frase de Alfred Hitchcock: una mujer que se pasa el día en casa lavando platos no va a ir al cine a ver a mujeres lavando platos. No hay nada que se salga de la tontería pretenciosa, de la vacuidad y desidia narrativa, con un montaje que actúa sin fluidez alguna y en la que el abuso del teleobjetivo, situado en mitad de la calle y buscando la simbiosis con la calle, de ahí que lo único que oigamos durante toda la película sean ruidos de coches y motos y de gente pululando por las calles del País Vasco (sus paisajes son, con diferencia, lo mejor de la película), en lugar de conseguir su propósito de realismo documental, de observación voyeurística, distancia más y más a un espectador que pide a gritos que se le cuente algo más que planos absolutamente gratuitos que no hacen más que demostrar a las claras la idea de Rosales, que casi seguro era buscar un cortometraje (viendo la duración de los planos y su inutilidad a la hora de contar algo es imposible no pensar que esta historia se podría haber contado en 15 minutos), pero que no tendría salida comercial alguna y decidió estirarla hasta el largo(muuuuuy largo)metraje en una de las peores elecciones que se recuerdan en los últimos años.
Y es que no hay que analizar esta infamia, este atentado contra la inteligencia y el buen cine, desde un punto de vista político para atacarla por su debilidad estructural, su falta de eje narrativo y la total ausencia de empatía por parte del público, por lo que la cinta falla en su principal intención, luego eso resulta un lastre difícilmente superable. Y es que, una vez que se ha visto completa, a uno únicamente le resuena en la cabeza esa gran frase de Alfred Hitchcock: una mujer que se pasa el día en casa lavando platos no va a ir al cine a ver a mujeres lavando platos. No hay nada que se salga de la tontería pretenciosa, de la vacuidad y desidia narrativa, con un montaje que actúa sin fluidez alguna y en la que el abuso del teleobjetivo, situado en mitad de la calle y buscando la simbiosis con la calle, de ahí que lo único que oigamos durante toda la película sean ruidos de coches y motos y de gente pululando por las calles del País Vasco (sus paisajes son, con diferencia, lo mejor de la película), en lugar de conseguir su propósito de realismo documental, de observación voyeurística, distancia más y más a un espectador que pide a gritos que se le cuente algo más que planos absolutamente gratuitos que no hacen más que demostrar a las claras la idea de Rosales, que casi seguro era buscar un cortometraje (viendo la duración de los planos y su inutilidad a la hora de contar algo es imposible no pensar que esta historia se podría haber contado en 15 minutos), pero que no tendría salida comercial alguna y decidió estirarla hasta el largo(muuuuuy largo)metraje en una de las peores elecciones que se recuerdan en los últimos años.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La historia pasa por alto lo que el espectador en teoría presupone, y es que claro que sí, puede que esa gentuza tenga su familia, y sus amigos, y sus hijos bastardos, como todo el mundo, pero el problema es que hay que hacer eso mismo atrayente para que podamos entender que esa vida pueda llevarse a la pantalla sin terminar siendo una futilidad de 80 minutos, y esto no es necesariamente por la ausencia de diálogos, pero decide llevar demasiado lejos esa regla de que los personajes hablen por sus actos y no por sus palabras y termina convirtiendo la película en un documental sin gracia y sin gancho en el que los personajes interactúan con el protagonista sin más motivo que su aparición en el guión y deambulen por ahí comiendo, bebiendo, hablando o follando con el terrorista.
El problema radica al leer la crítica especializada alabándola y catalogándola como la obra maestra definitiva sobre el problema del terrorismo y en ver a la gente salir de la sala con un cabreo monumental, a excepción de esa gente afortunada que han sido bendecidos por dios (o Kiarostami, vete tú a saber) y que les permiten entrar dentro del universo rosaliano y alabar esta cosa hasta el punto de comentar que (literalmente) el maestro, a estas alturas, no necesita ni diálogos para captar toda la esencia de la vida diaria que quiere meter en los fotogramas. Rosales ha querido enarbolar la bandera de la paz en forma de relato totalmente verista para inducirnos a pensar que quizás hay otras opciones y que nosotros no actuamos a diario igual que en nuestro trabajo, pero la elección a la hora de contar la historia, ese tedio insoportable, esa mediocridad narrativa que únicamente se rompe cuando entra en juego el gran angular en un par de planos, y esa intención de cambiar el cine deslegitiman el buen objetivo de su revolucionario director, quien no aprovecha en ningún momento el rico subtexto que tiene de fondo y únicamente se dedica a poner la cámara y grabar a su simpático asesino paseando por la FNAC o yendo a ver a personajes en situaciones que no comprendemos, ya que no hacen avanzar nunca el desarrollo de la cinta, y es quizás ahí donde este rompedor y rupturista auteur (léase con todo el desprecio del mundo) debería haber tomado más precauciones e intentar rellenar con un mínimo de entramado el carente desarrollo de personajes y situaciones que, por su incomprensibilidad, terminan por provocar una amalgama de sensaciones que van desde la incredulidad hasta la desesperación, y que se remata cuando vemos un asesinato rodado de manera torpe debido a la insistencia del AUTOR de querer ser parte del mobiliario urbano e intentar no inmiscuirse en la propia idea de la película.
El problema radica al leer la crítica especializada alabándola y catalogándola como la obra maestra definitiva sobre el problema del terrorismo y en ver a la gente salir de la sala con un cabreo monumental, a excepción de esa gente afortunada que han sido bendecidos por dios (o Kiarostami, vete tú a saber) y que les permiten entrar dentro del universo rosaliano y alabar esta cosa hasta el punto de comentar que (literalmente) el maestro, a estas alturas, no necesita ni diálogos para captar toda la esencia de la vida diaria que quiere meter en los fotogramas. Rosales ha querido enarbolar la bandera de la paz en forma de relato totalmente verista para inducirnos a pensar que quizás hay otras opciones y que nosotros no actuamos a diario igual que en nuestro trabajo, pero la elección a la hora de contar la historia, ese tedio insoportable, esa mediocridad narrativa que únicamente se rompe cuando entra en juego el gran angular en un par de planos, y esa intención de cambiar el cine deslegitiman el buen objetivo de su revolucionario director, quien no aprovecha en ningún momento el rico subtexto que tiene de fondo y únicamente se dedica a poner la cámara y grabar a su simpático asesino paseando por la FNAC o yendo a ver a personajes en situaciones que no comprendemos, ya que no hacen avanzar nunca el desarrollo de la cinta, y es quizás ahí donde este rompedor y rupturista auteur (léase con todo el desprecio del mundo) debería haber tomado más precauciones e intentar rellenar con un mínimo de entramado el carente desarrollo de personajes y situaciones que, por su incomprensibilidad, terminan por provocar una amalgama de sensaciones que van desde la incredulidad hasta la desesperación, y que se remata cuando vemos un asesinato rodado de manera torpe debido a la insistencia del AUTOR de querer ser parte del mobiliario urbano e intentar no inmiscuirse en la propia idea de la película.