Ésta es una película con un magnífico final pero que hasta llegar a él, transcurre por un mediocre melodrama y un tedioso musical. Tres primeras, cuartas partes, que sólo se salvan por la presencia de dos actores mayestáticos, Clark Gable y Spencer Tracy, cada uno en el papel, que mejor representaron durante toda sus carreras. El primero; el hombre duro, hecho a sí mismo, sin ningún escrúpulo, aparentemente, pero que siempre esconde un generoso corazón. El segundo; el hombre justo, bueno y noble pero fuerte. Y sin miramientos si es, por que resplandezca la justicia.

La trama transcurre en el San Francisco de los mil novecientos, una ciudad pecaminosa y corrupta, levantada precipitadamente, por el impulso de la ambición, tras la fiebre del oro, en California. Y esta moderna Sodoma, debía tener su castigo, y éste llegó en modo de terremoto; el gran terremoto de San Francisco de mil novecientos seis. Y el desarrollo de éste, en la pantalla, es fascinante, más teniendo en cuenta su año de producción. Y cómo dije, éste es un final prodigioso para un film que es demasiado lento y aburrido por momentos.

Una producción; que quizá inaugure, el género de catástrofes. Al que soy gran aficionado, lo cual, puede que haya influido, a la hora de redactar esta reseña.