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Voto de Plácido Eldel Motocarro:
7
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Aventuras. Drama
El héroe griego Darío (Rory Calhoun), que se encuentra en Rodas disfrutando de unos días de descanso, verá perturbado su sosiego debido a una revuelta de esclavos que luchan contra la opresión del perverso tirano de la isla, que buscará la alianza de los fenicios para aplastar la rebelión. (FILMAFFINITY)
17 de agosto de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre consideré de esta película, y no me pregunten por qué, que estuvo siempre infravalorada. “El coloso de Rodas” fue una cinta que destacó entre las de su ambiente, el del cine llamado de romanos, así denominado porque se ingenió cerca de Roma, en Cinecittà concretamente (sé que no es así pero así me gustaría creerlo). Un subgénero rebosante de serie B italiana, de ese cine pseudohistórico –por llamarlo de algún modo– donde se prodigaron “Ursuls”, “Hércules”, “Macistes” y “Espartacos” por doquier, acompañados por un nutrido número de culturistas musculosos y resplandecientes en litros de aceite corporal, que hicieron preguntar al capitán Clarence Cambio, en “Aterriza como puedas”, al empalagoso niño Joey, si le gustaban las películas de gladiadores. Pero como iba diciendo antes de irme por los cerros de Chue… de Ancio perdón, "El coloso de Rodas" es otra cosa, es una película muy entretenida, ágilmente filmada por el entonces prácticamente inédito Sergio Leone, bien ambientada, con buenos intérpretes y unos efectos especiales más que aceptables. Destaca también por un buen guion. Inhabitual en este género, en el que éste solía ser una mera excusa para filmar combates a espada, hacha, lanza o fuerza bruta. No es que “El coloso de Rodas” no los tenga, que por supuesto que sí y además de cierta calidad, sino que el libreto va un poquito más allá, dotando a la trama de algo de intriga y dándoles a los personajes cierto carácter; aunque ciertamente tampoco sin exagerar.
El argumento de la historia –lógicamente poco inspirado por La Historia– que aquí se nos narra sin ser colosal (véase la ironía) tiene cierto interés: Un noble ateniense de visita en Rodas, descubrirá una conspiración que se pergeña en las entrañas del coloso, una descomunal estatua hueca, repleta de artilugios de defensa que hacen inexpugnable a la escarpada isla de Rodas. Estos conspiradores, que están aliados a los enemigos de Atenas, intentarán por todos los medios desembarazarse de nuestro protagonista, que hallará ayuda en unos renegados, que preparan una revuelta.
Esperaba que el paso del tiempo la aproximase más al olimpo de las películas de culto, donde van todas aquellas que son insignia de un cierto tipo, estilo o subgénero cinematográfico, cómo “King Kong” (1933) dentro del tipo “monstruos”, la ya dicha “Aterriza como puedas” en el estilo “parodias de otras películas”, o “La invasión de los ladrones de cuerpos” cómo del subgénero “ciencia ficción de los cincuenta”. Pero o bien por pertenecer a una clase de cine poco atrayente, o por ser dentro de éste la así considerada (obra de culto) la que al final fue la ópera prima de Sergio Leone, al sustituir a Mario Bonnard, “Los últimos días de Pompeya” (1959), la otra película de Leone en este género (al que ya jamás volvería), el caso es que “El coloso de Rodas” aún no tiene esa consideración. O puede que no haya transcurrido el número de décadas suficientes, ¿quién sabe...? Yo, personalmente, creo que es mejor película, o a mí me gustó más, la del coloso de Rodas que la del volcán de Pompeya.
El argumento de la historia –lógicamente poco inspirado por La Historia– que aquí se nos narra sin ser colosal (véase la ironía) tiene cierto interés: Un noble ateniense de visita en Rodas, descubrirá una conspiración que se pergeña en las entrañas del coloso, una descomunal estatua hueca, repleta de artilugios de defensa que hacen inexpugnable a la escarpada isla de Rodas. Estos conspiradores, que están aliados a los enemigos de Atenas, intentarán por todos los medios desembarazarse de nuestro protagonista, que hallará ayuda en unos renegados, que preparan una revuelta.
Esperaba que el paso del tiempo la aproximase más al olimpo de las películas de culto, donde van todas aquellas que son insignia de un cierto tipo, estilo o subgénero cinematográfico, cómo “King Kong” (1933) dentro del tipo “monstruos”, la ya dicha “Aterriza como puedas” en el estilo “parodias de otras películas”, o “La invasión de los ladrones de cuerpos” cómo del subgénero “ciencia ficción de los cincuenta”. Pero o bien por pertenecer a una clase de cine poco atrayente, o por ser dentro de éste la así considerada (obra de culto) la que al final fue la ópera prima de Sergio Leone, al sustituir a Mario Bonnard, “Los últimos días de Pompeya” (1959), la otra película de Leone en este género (al que ya jamás volvería), el caso es que “El coloso de Rodas” aún no tiene esa consideración. O puede que no haya transcurrido el número de décadas suficientes, ¿quién sabe...? Yo, personalmente, creo que es mejor película, o a mí me gustó más, la del coloso de Rodas que la del volcán de Pompeya.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y el enigma histórico o relato mitológico, que es epicentro de esta película, esa colosal estatua, esa maravilla de la antigüedad, ese mito, leyenda o extinta obra, ese monumento a la vanidad humana, sobre todo a la del hombre, me tuvo siempre fascinado. Y me inspiró un “soneto de… Mileto”. Que aunque necio, ahí va presto:
El coloso de Rodas se levanta,
inmenso, sobre el puerto, como un arco
de entrada a la bocana, mas ni un barco
se adentra; que este faro les espanta.
Adentro se tortura y se quebranta,
encienden fuegos griegos con exarco,
cal, pez y mucho azufre de Aristarco,
y presto hay aceite hirviendo en su garganta.
Pero mirad; cuan hueco está por dentro,
tan sólo es un gigante sin un alma,
al que olas de la mar podrán vencerlo.
Que el hombre, de este mundo no es el centro,
tal vez sí la mujer, o eso reclama,
el tiempo nos dirá. Vivid. Y verlo.
El coloso de Rodas se levanta,
inmenso, sobre el puerto, como un arco
de entrada a la bocana, mas ni un barco
se adentra; que este faro les espanta.
Adentro se tortura y se quebranta,
encienden fuegos griegos con exarco,
cal, pez y mucho azufre de Aristarco,
y presto hay aceite hirviendo en su garganta.
Pero mirad; cuan hueco está por dentro,
tan sólo es un gigante sin un alma,
al que olas de la mar podrán vencerlo.
Que el hombre, de este mundo no es el centro,
tal vez sí la mujer, o eso reclama,
el tiempo nos dirá. Vivid. Y verlo.