Esta es una de las películas que pienso que le gustaba dirigir al insigne King Vidor: seguro que sin problemas presupuestarios, al gran estilo de Hollywood de aquellos gloriosos años, con toda una galería de ilustres intérpretes. Tiene dos partes muy diferenciadas: en la primera se muestra el mundo de apabullante lujo de la nobleza moscotiva de la época (primer decenio del siglo XIX), donde se tejen los enredos amorosos en que se ven envueltos las principales figuras (Audrey Hepburn, como en sus primeras y angelicales películas, en plan de hija casadera y dubitativa sobre a quien premiar con su amor; Henry Fonda, como sufrido hijo natural de un conde, que anda a la deriva hasta ser reconocido y heredar el titulo; Mel Ferrer, que no sabe afrontar los presuntos riesgos del matrimonio con una hermosa mujer; Vittorio Gasman, a quien regalan un papel de donjuan canallesco que le va a la medida...). La segunda mitad corresponde al horror de la invasión napoleónica, que se ajusta en parte a la verdad histórica de aquel descalabro que inició la caída de aquél egocéntrico y genial militar. Digna de verse nuevamente, a pesar de su desmesurado metraje.