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Voto de AdolfoOrtega:
8
Drama Entre 1956 y 1959, Charles Van Doren, perteneciente a una prestigiosa familia de intelectuales y profesor de inglés de la universidad de Columbia, se convirtió en uno de los personajes más populares de Estados Unidos gracias a su participación en el concurso de televisión ”Twenty One”. Durante tres años contestó siempre las más variadas y difíciles preguntas. Pero, cuando su popularidad había llegado a todos los rincones del país, ... [+]
7 de febrero de 2012
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con el cierre de Megaupload, se pone fin a una etapa especialmente enriquecedora para mí, porque gracias a la videoteca que ponía a mi alcance, he descubierto el cine como una herramienta única de trasmisión de valores universales, capaz de explicar las inquietudes, miedos, ilusiones y pasiones humanas, tan bien como Shakespeare lo hizo en su día. Ahora vuelvo a ser esclavo del mal gusto de los programadores televisivos y, subyugado por la dictadura de las audiencias, comienzo la difícil tarea de buscar algo de arte entre la basura que vomita diariamente la caja tonta. Por eso, cuando entre las norias y los tiempos revueltos consigo pescar una buena película, la satisfacción es mayor que cuando podía elegirla entre un catálogo inacabable de auténticas obras de arte. Por tanto, no sé si hubiera disfrutado tanto de Quiz Show cuando podía ver a mi antojo películas como Tabú, Vértigo, Rebeca, Bailando con lobos o Luces de ciudad, pero el caso es que me ha parecido una magnífica película.
Se trata de una obra que, apoyada en magníficas interpretaciones (John Turturro está inconmensuarable), disecciona el alma de distintos personajes para mostrarnos un retrato de la envidia, la avaricia o la laxitud de conciencia.
La avaricia de quien no duda en engañar y de engañarse para seguir un falso camino, trazado por otros, dejando a un lado de la senda sus propios principios.
La envidia de quien no acepta su propia realidad, y se siente ninguneado por aquel que posee lo que, secretamente reconoce, jamás podrá alcanzar.
La laxitud de conciencia de quien contesta preguntas aparentemente difíciles, pero que ni siquiera se plantea las que, siendo en principio más sencillas, son de respuesta mucho más compleja.
Porque hay preguntas sólo para eruditos, que nos hace admirar a quien conoce su solución. Realmente, estas son las más simples
Ante un jurado, nos enfrentamos a otras en las que tenemos que optar por la verdad o la mentira. Éstas son más difíciles.
Pero las más complicadas son las que, dictadas por nuestra conciencia, nos hacemos a nosotros mismos. Nos da tanto miedo afrontarlas siquiera, que huimos de ellas, quizá porque no estamos seguros de cuál sería nuestra respuesta. Son cuestiones del tipo: ¿Qué haría yo si me ofrecieran...? Yo..., voy a poné Águila Roja, que no tengo ganas de pensar tanto.
AdolfoOrtega
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