Un aria de Madame Butterfly que acompaña a unos títulos de crédito que se presentan tranquilos, nos adelantan que la película va a ser serena...y hoy en día, cuando nos movemos por la vida vertiginosamente, a ritmo de tuits (destellos vacuos) y de anunciantes que disponen de 5 segundos para convencernos, la serenidad no es un valor en alza. Para muchos, esta presentación tan sosegada es ya una primera barrera a sortear. Pero a los amantes del buen cine esos precedentes nos atraen. Al final, en una habitación con vistas a una Florencia majestuosa, reconocemos haber disfrutado de una película excelente.

Una Habitación Con Vistas nos habla de pasiones encerradas, de vitalidad reprimida, de potencial dormido. Y nos recuerda que la mayor represión de todas, la más difícil de superar y la más frecuente, en la Inglaterra victoriana, y hoy día, en mujeres, en hombres y en el resto, es la que nos autoimponemos. Somos nuestros propios carceleros, y somos muy eficientes.

La película tiene un humor fino y elegante y unos diálogos que beben de una obra literaria de calidad reconocida. Las interpretaciones son sobresalientes, y, casi duele escribirlo, solo desentona un Daniel Day-Lewis que sobreactúa. En contraste, Maggie Smith, dibuja un personaje, la prima Charlotte, que destaca sobre los demás. Pero los verdaderos protagonistas, los que hacen que esta muy buena película quede retenida en nuestra retina, los que nos animan a retomar su visionado, son la verde campiña inglesa, y, sobre todo, una Florencia bellísima, serena y apasionada.

Llevar al cine una obra literaria reconocida, es una labor de valientes. Son muchos los ejemplos de obras maestras literarias pisoteadas por películas mediocres, cuando no vilipendiadas por auténticos bodrios. Pero en Una Habitación Con Vistas estamos ante un ejemplo de que el lenguaje cinematográfico y el lenguaje literario se pueden complementar y enriquecerse mutuamente.