Coincido con Jordi Costa en cuanto a que Cavestany es capaz de mantener intacta, a lo largo de todo el metraje, una innegable capacidad de incomodar al espectador. ¿Donde está el fallo entonces? Fácil: simplemente, Cavestany no es Solondz y sus historias sobre el fracaso no convencen ni de lejos como convencieron las de Happiness. Esa es la diferencia entre la mediocridad de uno y la genialidad de otro.
Al film le falta credibilidad, guión y en muchos casos, interpretación. Le falta alma, le falta cuerpo. Quiere y en modo alguno puede. Y termina resultando un producto defectuoso, pese a sus méritos, que también los tiene.
No diré que es una cinta de "mala calidad", pero sí que la misma se diluye tanto que resulta difícil de apreciar en demasiados instantes. Alberto San Juan no termina de cuajar en la piel del estrambótico perdedor que interpreta y Fernando Tejero, por desgracia, no deja de ser Fernando Tejero. Únicamente brilla la Verdú, sobrada, como siempre, de presencia y carisma, hasta en un film fallido e irregular como éste.